Con la mayoría del cine de mierda tenemos la sensación de estar ante un producto fabricado en serie cuyos defectos ideológicos son
consecuencia de la reproducción automática de lugares comunes.
Es lo que Bill Hicks llamó “piece of shit” (trozo de mierda) en su “quick review” (crítica rápida) de Instinto Básico, y me parece un análisis de una síntesis admirable y, casi siempre, utilísimo.
Pero en algunas otras se diría que tras la historia hay
una cabeza que ha seguido un plan conscientemente concebido contra el interés general.
Así sucede con el de las mujeres y, especialmente, el de las niñas, en esta
película de mierda.
No esperéis que os sirvan frente ella vuestras envejecidas
armas feministas. Aquí hemos dejado de ser vanguardia. Quien haya ideado esta
mezquindad conocía nuestros recursos y los ha desbaratado dejándonos humilladxs
a lxs adultxs y vete a saber consumada qué carnicería en la cabeza da las pequeñas.
Como veréis, cada línea de guión en El Príncipe Encantador es siniestra.
El protagonista es el Príncipe Azul de los cuentos, esa
indeterminación de masculinidad salvadora que aparece en las historias de
princesas y que tanto esfuerzo nos está costando desterrar. Esa es, ojo a esto,
su “maldición”: Le es imposible evitar que las mujeres, todas, caigan rendidas a
sus pies. Esta condición de macho superalfa impide que pueda disfrutar del amor
porque, como bien nos enseña la lógica patriarcal de la seducción, una mujer
que se muestra accesible es de usar y tirar.
Así, el personajucho vive en la perpetua agonía existencial
de no poder hallar el amor. Pero no penséis que se trata de un melancólico misántropo
entregado a la meditación. No, no. Es un follarín, por supuesto, que vive de
juerga en juerga y que sufre de infantilismo crónico y bajón mañanero. Hay que
compadecerlo: No hay peor desgracia que el privilegio sin medida.
Las tres novias del príncipe antes de saber que están siendo engañadas. |
Es importante mencionar que el príncipe está comprometido. A pesar de su vida disipada, las responsabilidades del reino le han llevado a precipitar la decisión para la que su corazón no está preparado. Esa misma precipitación, así son las prisas, ha hecho que sean tres, y no una, las princesas de cuento que están ya dedicadas a los preparativos de boda. Ni Blancanieves, ni Cenicienta, ni La Bella Durmiente, trío de perfectas frívolas gilipollas que tenemos la obligación de odiar como representantes del amor Disney carca y machista, saben que sus dos amigas van a casarse con el mismo hombre que ellas, aunque todas se refieran a su prometido como El Príncipe. La verosimilitud no se ve amenazada porque, como digo, son mujeres gilipollas, son románticas antiguas, y sabemos que nuestra obligación de personas modernas y feministas es despreciarlas.
Las mismas, ¿tras saber que han sido engañadas? No. Tras saber que va a ser ejecutado por ello. |
Los otros dos personajes femeninos importantes del entorno
narrativo de nuestro protagonista son La Bruja y La Reina, ya fallecida. No os
voy a hablar de estas dos elaboraciones. Os las dejo para que las descubráis. Tened
a mano algo que podáis romper.
Pero es del lado opuesto del que nos encontramos la verdadera
gran canallada. El personaje femenino destinado a protagonizar esta comedia
romántica es una mujer ejemplarmente empoderada: Inteligente, autónoma, fuerte,
madura, y feliz. Su poder demuestra alcanzar también el nivel de superpoder
cuando se cruza con el príncipe y, oh, milagro, ella es insensible al hechizo.
Primera mujer en su difícil vida que, en vez de responder favorablemente a su
acoso, le revienta los huevos de un rodillazo.
Sería un gran final, ¿verdad?
Y tanto, pero ahí es donde empieza la película porque, como
no podía suceder de otra manera, nuestro rey de Tinder descubre el amor con su
primer rechazo, y el resto del metraje consiste en convencernos de que es
normal, natural, esperable y deseable que esa mujer ejemplar renuncie a su vida
ejemplar para entregarse a servir a un parásito narcisista.
El guión dedica una hora de reloj a poner trampas a nuestra
lógica y a acosar a su propia protagonista haciendo nacer la inseguridad, la
falta de autoestima, la necesidad y la dependencia donde originalmente no las
había.
El espectáculo es verdaderamente repugnante. En esta
película para niñes, y sobre todo para niñas, se nos muestra, merece la pena
enfatizarlo, que una mujer empoderada es una enferma emocional, y que cuanto
antes escuche las señales y les preste la atención debida, más posibilidades tendrá
de librarse de un miserable destino, así como de acceder a la felicidad completa
de, esto es literal y podemos disfrutar de ello en el plano final, tejer
patucos durante el embarazo.
No quiero dejar de mencionar el alucinante momento cumbre en
la transformación del personaje, que emula el memorable Let It Go de Frozen, en
el que Elsa se entrega, literalmente, a su poder, es decir, se hace
definitivamente dueña de sí misma, transformación que era expresada mediante un
(discutible en la elección) cambio de vestido. En El Principe Encantador la
protagonista también simboliza su evolución mediante ese mismo cambio narrado a
través de un número musical. Pero en este caso no hay símbolo de
empoderamiento. El personaje, para estupor de la platea, abandona sus ropas,
ahora entendidas como frustrantemente hombrunas, por su primer vestido para
seducir, su primera prenda de mujer “mujer”. Y al ponérselo descubre que ahora
es verdaderamente “ella”.
Arriba, el príncipe en el momento de recibir un rodillazo por acosar a Lenore. Abajo, Lenore en el momento de ser feminizada y sometida al amor como castigo. |
Esa es la mierda de dimensiones cósmicas en la que se nos,
se les, alecciona aquí.
La misma, por cierto, en la que algunas referentes del
feminismo amoroso (postromántico) aleccionan a sus seguidoras.
O sea que a lo mejor esta puñalada en el corazón de la
incipiente emancipación de las niñas no es otra cosa, ya ves tú, que fuego
amigo.
El mismo, amigo o enemigo, que merece la película.
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