Estoy viendo con entusiasmo Wild Wild Country, y me apetece
mucho hablar de gurús (o gurúes), así que os voy a contar la historia de uno.
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Hace muchos años, en la época de los maestros, vivió un Gran
Maestro de la Espada cuyas enseñanzas eran solicitadas por los más expertos
guerreros.
El Arte de la Espada, según lo enseñaba aquel Maestro, no se
reducía a la técnica de lucha ni a la disciplina del cuerpo, sino que incluía
la disciplina de la mente y la filosofía de la vida.
Cuando hablaba del mundo, de las mujeres y de los hombres,
de los animales y de las plantas, de las ciudades y de los reinos, de la muerte
y de los océanos y de las estrellas, siempre utilizaba imágenes relacionadas
con la espada.
“¿Veis el afilado filo de vuestro acero?” decía. “Podréis
llegar a ser tan expertos que con él seáis capaces de separar cualquier cosa de cualquier
otra. Pero de nada os servirá si no sabéis qué es lo que debe ser separado”.
“¿Ves cómo avanza la gota de sangre de tu enemigo por el
filo de tu espada? Así avanza el pensamiento. De su herida nace el deseo de
saber, y si posee tesón suficiente descubrirá tarde o temprano qué mano lo
hirió. ¡Que vuestra sangre nunca deje de buscar!”.
“Recuerda”, decía en otra ocasión, “tu espada nunca está
guardada. Incluso cuando permanece en su vaina apunta a todos cuantos te
rodean. Ellos no lo olvidan. No lo olvides tú”.
Y así seguía y seguía…
En la puerta de su casa se leía esta inscripción en letras
sencillas y solemnes: LA ESPADA ES LA VIDA. HAZ DE LA ESPADA TU VIDA. HAZ DE TU
VIDA UNA ESPADA.
Tanta fama tenía este Maestro que incluso quienes no amaban
la espada conocían las historias que se contaban sobre él, y lo admiraban. En
una ocasión varios hombres que odiaban el uso de las armas acudieron a su casa
y solicitaron respetuosamente hablar con él.
-Maestro, -dijeron. -Nuestra región se ve atribulada por
continuos actos violentos. Todos creen que amenazar, batirse, herir y matar son
los caminos para solucionar los problemas. Muchos de ellos incluso enarbolan tu
nombre cuando atraviesan a niños con sus armas. Te pedimos ayuda.
-Quienes usan mi nombre para realizar actos viles no conocen
mis enseñanzas –lamentó el Maestro.
-Maestro, eso no los frena. Dicen que no son tus discípulos,
sino los discípulos de tus discípulos, o los discípulos de los discípulos de
tus discípulos. Algunos dicen que son seguidores directos de El Arte de la Espada.
-Todos mienten. Y todos deben ser condenados –fue la
sentenciosa respuesta del Maestro.
-¿Podrías condenarlos tú, Maestro? ¿Podrías pedir a la gente
que abandone El Arte de la Espada?
-¿Cómo podría hacer eso? –contestó el Maestro con sorpresa.
–La espada es la vida y su Arte es el arte de la vida.
-Maestro, la espada también es la muerte. Lo es para
nuestras familias, para nuestras aldeas y para toda nuestra región. La espada
es lo que nos está quitando la vida. Sin la espada habría vida…
-¡Silencio! -Interrumpió el Maestro. –Mira bien a tu
alrededor antes de pronunciar palabras cuyas consecuencias no sabes calcular.
Dime, ¿no es cierto que la violencia se ejerce con todo tipo de armas, no solo
con la espada, y que, a falta de armas, son las manos desnudas las que se
convierten en verdugos?
-Así es, Maestro.
-¿Y no es cierto que esa violencia es a veces tan espantosa
o más aún que la que pueda ejercerse con la espada?
-Es cierto, Maestro.
-¿Por qué culpáis, entonces, a la espada de lo que hacen los
hombres?
Los visitantes guardaron silencio, cabizbajos. La pregunta
del Maestro quedó resonando en el aire como un imponente paisaje dibujado con
su voz. Nada más podía oírse, salvo el agua de un arroyo corriendo sorda e
impasible. Una breve ráfaga recorrió el patio y alcanzó algunas ramas del
hermoso avellano que sombreaba el arroyo, y estas se agitaron levemente.
Sin levantar la mirada, uno de los visitantes dijo:
-La espada los alienta. Las espadas están por todas partes y
los hombres se sienten atraídos por su poder. Cuando tienen en sus manos la
espada desean usarla y cuando la usan desean hacerlo aún más. Cuantas más
espadas existen más escuchan a quienes les hablan de El Arte de la Espada, y
cuanto más les hablan de él, más espadas fabrican, más poseen, y más matan con
ellas. Maestro, cuando nuestra gente oye hablar de El Arte de la Espada sabe
que la espada viene detrás, y detrás de ella la muerte. Acudimos a ti para
pedirte que reconsideres tu arte, porque lo que tú estás enseñando como vida es
lo que está acabando con nuestra vida. Te pedimos que anuncies al pueblo que
condenas el Arte de la Espada. ¿No podrías decirnos que siguiéramos el arte de
la música, o de los tejidos, o de la tierra? ¿No podría expresarse la vida con
un arte que diera vida? Muchos te escucharán y se avergonzarán de sus espadas,
y las guardarán en lugares escondidos donde quedarán olvidadas. Y entonces
habrá menos dolor en nuestro pueblo, porque habiendo menos espadas habrá menos
heridas y la sangre dejará de teñir cada gota de agua.
-Eso es una estupidez –respondió el Maestro con desprecio. -¿Veis
muchos laúdes en mi casa? ¿Y telares? ¿Y arados? Mi casa está llena de espadas,
y puedo decir que jamás se ha herido a nadie con ellas.
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