No recuerdo una sola animación de Bill Plympton que no
merezca la pena en algún sentido, pero cuando supe que su “técnica” era ponerse
delante de una enorme pila de hojas en blanco e ir dibujando un fotograma tras
otro hasta dar vida a una historia, mi admiración por él se disparó.
Plympton
ha realizado así largometrajes completos, con evidentes defectos pero con
deslumbrantes virtudes, mucho más interesantes, sin duda, que la inmensa
mayoría de los blockbusters de cualquier saga.
HOW TO KISS (cómo besar)
How to Kiss ni siquiera es un largometraje, pero en sus seis
minutos y medio encontramos irreverencia suficiente como para ganarse sobrada
cabida en esta sección. Vedlo antes, si queréis, porque vais a pasar un buen
rato. Después hablamos.
pincha en la imagen para ver el vídeo |
Decimos que el sexo es el sacramento del gamos. El sexo
“completo”, de formato reproductivo, es el que realiza la pertenencia recíproca
con herencia patriarcal (es decir, que ambxs sujetos pasan a pertenecerse
mutuamente, pero una pertenece mucho más que el otro). Comprobamos esto al
constatar la carga transformadora que una relación sexual tiene para una
relación. Tras el sexo ha pasado algo que no puede haber sido el sexo mismo
sino que tiene que haber sido aquello que el sexo significa.
Pero la ceremonia sexual no está aislada, sino rodeada de protocolos
que encauzan su validez. Y, entre ellos, el beso ocupa un lugar destacado. El
primer beso de la pareja, se entiende.
Si la penetración equivale al matrimonio, el beso
corresponde al compromiso. Un compromiso constituye una cuenta atrás para el matrimonio,
lo implica, salvo que algo inesperado sobrevenga, y lo adelanta en muchas de sus
formas (conductas, derechos, obligaciones…). De ese mismo modo un beso es una
cuenta atrás para el coito. El beso cruza la barrera de la aceptación sexual
completa, no quedando entre una y otra nada que no sean preparativos y el
tiempo necesario para ellos. Es, literalmente, in ticket para follar, a
consumirse en una fecha que, normalmente, viene ya dada por las circunstancias.
Es por esta razón que el sometimiento sexual se desplaza
de una manera muy significativa hacia el beso. El adelanto de la
objetualización sexual es objetualización por adelantado. Si el sexo conlleva sometimiento, el beso conllevará sometimiento también, con todo el absurdo
que implica realizarlo como si fuera una acción que produce placer sensible
cuando, en realidad, está produciendo placer de logro.
En la acción de besar, por lo tanto, el pacer está
subordinado a la posesión, si es que existe en absoluto.
Y aquí es donde How to Kiss se convierte en la ilustración
que muchas veces necesitamos para terminar de ver hasta qué punto esto que
hacemos con el sexo es algo que sobrepasa sobradamente el ridículo para caer,
por lo menos, en lo siniestro.
Mientras oímos el almibarado texto de un catálogo
pretendidamente instructivo sobre las modalidades de beso más características,
las imágenes nos muestran la realización aspiracional, e imposible, de esos
besos. El texto, erótico-romántico, deambula estereotipadamente entre lo
contradictorio, lo tierno y lo prohibido. En paralelo, las imágenes nos
muestran el símbolo posesivo realizado en todo su esplendor. Con resultados,
claro, espeluznantes.
Son nueve las formas de besar de cuya realización perfecta y
acabada podemos disfrutar en las imágenes. Todas ellas constituyen, como no
podía ser de otra manera, una estrategia de objetualización que pasa por
placentera y que, en la mayoría de los casos, nos sonará familiar. En las manos
de Plympton esa estrategia se lleva a sus últimas consecuencias, y el sueño
cumplido se revela como una pesadilla infinitamente lejana del discurso con que
la acompañamos para justificarla ante nuestros propios ojos.
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