Lxs guapxs no son
tontxs. Ya está bien. ¿Hasta donde vamos a llegar con el cliché de la rubia
boba y el cachas cavernícola? Prejuicios, prejuicios y más prejuicios. ¿Qué
tendrá que ver el cuerpo con la inteligencia?
Te propongo un experimento. Busca una imagen de una persona
que corresponda a tu orientación sexual, a la que no conozcas, y que consideres
muy guapa. Eso es, pon guapx en google y elige de entre los resultados que
obtengas.
Ahora imagina una conversación con ella. Ya, ya sé que esa
persona no se dignaría jamás a hablarte. El resto de la comunidad del blog se
solidariza contigo. Va. Haz un alarde de fantasía. Ánimo.
Tómate tu tiempo, déjate llevar. Hablad.
¿Ya habéis charlado un rato? Bien. Déjame que te cuente algo.
En 1974, Berscheid y Dion estudiaron el efecto del atractivo
físico en las atribuciones caracterológicas en la infancia. Para ello
utilizaron a 77 niñxs, de diversas edades, y 14 adultxs. Lxs adultxs se
encargaron de determinar el atractivo de lxs niñxs, y estxs de realizar las
atribuciones caracterológicas (conductuales, en realidad).
La conclusión a la que llegaron, en resumidas cuentas, era
que el atractivo percibido por lxs
adultxs correlacionaba con la atribución de conductas positivas por parte de
sus pares, especialmente si éstas coincidían con el correspondiente estereotipo
de género. Es decir que las niñas más guapas eran consideradas por sus
compañerxs como más afectuosas, responsables y ordenadas, y los niños más
guapos eran valorados como mejores y más equitativos líderes.
Yo generalizaría, yo, y diría que la belleza (el atractivo) es leída como una marca de corrección, y que
se extiende a todos los ámbitos, incluidos tanto el ético (ser buenx) como
el dianoético (ser inteligente). El hecho mismo de identificar belleza y
atractivo (error en el que cae el estudio) implica ya esta atribución, pues
refleja que la cualidad de la belleza tiene un correlato automático en la
voluntad (atrae), es decir, que el resto de los factores, dado que no pueden
ser considerados triviales (bondad, inteligencia) han de ser considerados
incluidos.
En el estudio no aparecía valorada explícitamente la
inteligencia. No conozco, además, ningún estudio sobre adultos en el que se
correlacione atribución de inteligencia y atractivo, aunque Berscheid y Dion
realizaron otros en los que se correlacionaban con el atractivo diversas
conductas, como la elección de pareja para una cita.
Mi hipótesis es que pensar que esta conducta es propia de
niñxs es muy optimista (de hecho diría que lxs propixs investigadorxs no
quisieron comprobar si algo así ocurría ente niñxs, sino si ocurría también
entre niñxs, dando por hecho que ocurría entre adultxs).
Pero, como decía, no dispongo de datos. Aunque, si no recuerdo mal, teníamos un experimento a
medias.
¿Volvemos a tu conversación?
Contéstate a una sencilla pregunta: ¿ha sido una
conversación inteligente?
Estoy seguro de que sí. Estoy seguro de que no sólo has
tendido a idealizar el encuentro, sino que has tenido la sensación de que
necesitabas emplearte a fondo para estar a la altura.
Parece, se diría, que no
es este prejuicio de atribuir estupidez a la gente guapa el que nos atenaza,
sino, muy posiblemente, justo el inverso. No sólo la inteligencia, sino el
resto de virtudes éticas y dianoéticas correlacionan con el atractivo. La
persona atractiva no es sólo inteligente, también es equilibrada, justa,
limpia… sí, sí. Limpia. ¿Verdad que la persona del experimento olía bien? ¿Y su
voz? Templada. Perfecta.
Una persona inatractiva, al contrario, conlleva todas las
atribuciones opuestas. Para qué regodearnos describiéndolas. Para qué.
Lo que me interesa señalar aquí es algo sencillísimo, pero
que se nos suele pasar por alto. Estas
atribuciones son atribuciones. Efectivamente. Son falsas. Con ellas le hacemos
el juego a la lógica del valor sociosexual: Quien dispone de mayor valor
sociosexual lo acumula continua y automáticamente. Quien no dispone de él lo
pierde a chorros haga lo que haga. Y la culpa es nuestra, porque atribuimos
mentiras. Porque juzgamos falsos olores. Falsas bondades. Falsas inteligencias.
Y, por supuesto, por trivial que sea esto (para quien haya logrado que lo sea),
falsas habilidades sexuales.
Pero entonces, ¿es que no existen los estereotipos de la
rubia (guapa) tonta y del cachas cavernícola? Por supuesto que existen. Dos
palabras sobre prejuicios:
Los prejuicios no son
juicios equivocados, sino generalizaciones excesivas. Sí, a veces tan excesivas
que su porcentaje de verdad se reduce dramáticamente. Pero eso no los invalida
como recurso general. Ni siquiera a ésos tan supuestamente terribles en los que
estáis pensando ahora.
Los prejuicios no se combaten con información, como se dice
habitualmente (ni viajando, menuda chorrada), porque más información genera más
espacios de conocimiento y más cuestiones nuevas sobre las que formamos
prejuicios. Los prejuicios se combaten
sabiendo que lo son, es decir, valorando equilibradamente su peso en la
formación de nuestra opinión.
Deshagámonos de los prejuicios hacia los prejuicios.
Hay, ahora lo vemos, buenas razones para que se hayan
formado prejuicios contra lxs guapxs normativxs.
La primera es que
se trata de un prejuicio correctivo que
sirve para compensar el otro que, como hemos visto, es mucho más universal.
La segunda es que
un cuerpo normativo, bien leído, nos
habla de obediencia y embrutecimiento. Claro que es una generalización
grosera. Pero más grosero, o más estúpido, es obviar la evidencia de que quien
se pasa el 50% de su ocio en un gimnasio pierde el 50% de oportunidades de
estimular su psique con algo de más interés que su rutina laboral. Que quien
realizar esa elección, y las infinitas elecciones restantes que le permiten
coincidir con el aspecto normativo, es muy probable que venga ya perjudicadx de
serie. Y que por muy inteligente y adaptativa que, concedamos la excepción,
haya sido su elección, el tipo de entorno social al que lo entrega implica un
exterminio neuronal.
Lxs guapxs no son imbéciles, porque están vinculadxs a la
clase alta y, por ello, a la formación y la información. Y, ¿sabéis? De ahí
parte la tercera razón por la que
existe el prejuicio que ha suscitado esta reflexión. La atribución de estupidez al atractivo es, también, un prejuicio de
clase. De entre las mujeres guapas, la tonta es la rubia tonta, porque es
la guapa pobre. De entre los hombres guapos, el cachas cavernícola es el tonto,
porque es el pobre machacado en el gimnasio municipal. Al cachas no cavernícola
y a la guapa no tonta lxs tenemos tan naturalizadxs como atractivxs que ni
vemos que están también forrados de ese aspecto forzosamente estúpido. Nuestro tan odioso prejuicio contra lxs
pobres guapxs ni siquiera tiene poder suficiente como para alcanzar a quien
debería ir dirigido e incorporarse a los mecanismos defensivos de clase. Es
otra de las máximas que nos envían desde allí arriba para que nos despreciemos:
vuestrxs guapxs son falsxs guapxs, porque
aunque lleguen a ser guapxs, siempre serán tan tontxs como todxs vosotrxs.
Nuestra belleza, al contrario, es verdadera, y como tal, síntoma del resto de
las virtudes que nos adornan. Nuestra belleza es inteligencia. Repetidlo con
nosotrxs: los ricxs nacen bellxs y fuertes. No necesitan pasar por el gimnasio.
El 99% de quienes hayáis llegado hasta aquí lo habréis hecho
de corrido, sin realizar el experimento. O al menos es lo que habría hecho yo.
Ahora tendréis vuestra opinión sobre lo que cuento, pero tal vez algunx de
vosotrxs penséis “vaya, me gustaría tener la prueba empírica”.
No os preocupéis. No os preocupéis lo más mínimo.
La vais a tener.
En cuanto os olvidéis del texto y vuestro pensamiento vuelva
a sus atribuciones automáticas sobre inteligencia os la vais a encontrar a
raudales.
En unos minutos.
Tenemos el hábito arraigadísimo de esa lectura equivocada. Y
la necesidad de cambiarlo; ésa también la tenemos.
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