Me he portado muy bien y me he tragado esta película de
principio a fin, sólo para contárosla. Se llama No es mi tipo. No la veáis.
Tomé la decisión cuando llegué al minuto 40, más o menos. Me
lo propuse porque empezaban a pasar cosas raras, de ésas que considero propias
de esta sección. Los sentimientos amorosos y monógamos empezaban a buscar
asociaciones nuevas. Se sentía la fuerza de la mutación evolutiva. El
patriarcado amoroso transformándose para introducirse en nuestra conciencia por
la última grieta descubierta.
Pero a partir de ese momento me quedé pegado a la pantalla.
Así que no tiene ningún mérito. Nunca lo habría tenido, pero así menos… Ya veis
que ni yendo sobre aviso se está protegidx frente a estas películas.
Os invito a que perdáis el tiempo leyendo la crítica de
Javier Ocaña en El País, sólo para comprobar el éxito del artefacto a la hora
de disimular sus seguramente inconscientes propósitos. “La película no juzga y
deja preguntas abiertas”, dice. Javier, si no tienes respuestas para las
preguntas que “abre” esta película, míratelo con lupa.
En esta sección no caben, literalmente, espoliers, porque me
impongo brevedad. Pero me da igual destriparla, así que alguna víscera veremos
relucir.
El punto de partida es una pareja con evidente desequilibrio
en su valor sociosexual: él, profe de filosofía guapo y metropolitano; ella,
peluquera guapa y de provincias (podría decirse que la diferencia, en realidad,
está en el capital cultural, pero analizar la relación entre los dos conceptos
aquí es imposible. Digamos, simplemente, que se aprecia desde el primer momento
la superioridad de él).
Una pareja al estilo convencional (monógama y amorosa) con
diferente vss constituye un conflicto latente que debe estallar por algún
sitio. Así que te quedas ahí, esperando a que estalle, porque entiendes que lo
que el director (es un hombre, aunque no hacía falta ni decirlo) pretende
contarte es cómo estalla, cómo se gestiona, qué implica, etc, etc… Y piensas
“seguro que aparece en el minuto 30, como punto de giro de la presentación al
desarrollo”. Entonces miras la barra de tiempo y descubres que estás ya en el
40, y que lxs tortolitxs siguen arrullándose, y que ella le corta el pelo y lo
lleva al karaoke, y que él le lee poesía y le regala libros de Dostoievski. Y
es entonces cuando te preguntas qué demonios es lo que quiere contar este tío,
por qué no salta ya la liebre, de qué cabeza retorcida habrá salido esto, y,
por supuesto, qué es exactamente lo que vas a contar tú en el post que ya no te
queda más remedio que escribir sobre la peli.
Pues lo que la peli nos cuenta es la vieja historia del
hombre culto y arrogante, incapaz de experimentar amor real, frente a la
“muchacha” sencilla y transparente, llena de vitalidad, verdadero sentido de la
vida, a quien el hombre demasiado complejo ha perdido la capacidad de amar.
Es de nuevo el mito del corazoncito bueno y sintiente,
maltratado por el cerebro pensante y malo. Pero en este caso el cerebro es un
auténtico encanto. Amable, respetuoso, tranquilo, sonriente, detallista,
sereno… ¡y sincero! Un cielo de chico. ¿Por qué no es esto suficiente para que
la relación sea presentada como exitosa? Pues porque el pensamiento no está
tratado en la película como una obsesión, sino como un virus. El problema de él
no es que sea un obseso del autocontrol y el discurso racionalizador. El
problema es que está contagiado por la enfermedad del pensar, y a lo primero
que eso afecta es a la facultad de amar.
Así que, como no podía ser menos, ella (recuérdese que es un
“ella” construido por un hombre, cuyo parecido físico con el protagonista es,
además, sonrojante) como buena experta en amor por obra de la ciencia infusa de
lo femenino, descubrirá un par de síntomas de tibieza invisibles a personajes
menos maravillosos. De estos síntomas se seguirán los correspondientes pollos, en
los que reforzará sus conclusiones con otras pruebas incontrovertibles, como no
sentir celos (“todas mis parejas han sido celosas. Antes me parecían pesados,
pero ahora lo echo de menos”) y, por último, comprobaremos que su vida queda
devastada con toda naturalidad.
En definitiva, que un señor intelectual nos cuenta la
historia de un señor intelectual que se enrolla con una chica “sencilla”, a la
que no deja de elogiar en ningún minuto del metraje, y a la que, debido a una
patología incurable (llamada “consciencia”) no puede seguir en su
justificadísimo desbarro amoroso, porque ya sabemos que una mujer sana y
telúrica como dios manda se va de la pinza con el amor que es una gloria.
Y luego llega otro señor intelectual y nos dice que la peli
“deja preguntas abiertas”.
¿Sabéis cuáles son las preguntas verdaderamente abiertas? El
nombre de las verdaderas peluqueras, y qué es lo que piensan realmente de esta
peli de mierda con la que se ha hipertrofiado el discurso autoexculpatorio
masculino para la seducción y la invitación al amor abusivo como tecnología de
extracción de vss. El “no eres tú, soy yo”. La verdadera peluquera del
director, pero también la del crítico. Las damnificadas, en definitiva, y cómo
contarían ellas esto mismo.
Otra vez me he alargado…
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