A raíz del post 5 claves para llevar la agamia a la práctica surgió en el grupo de facebook un jugoso debate sobre las diversas formas en que la agamia se iba entendiendo y construyendo en la vida de cada unx.
Nos ha parecido interesante traer al blog la voz de cinxo de lxs compañerxs del grupo, que dialogan tanto con aquel texto como con su propia experiencia como agamxs.
Mi texto va a estar dispersito y desorganizado. Como yo.
Pero espero que aporte algo.
Al margen de superhéroes con poderes, unicornios que saben
lo que quieren y lo que no en todo momento y además saben pedirlo o rechazarlo
con asertividad y seguridad y en un tono agradable para oídos ajenos, a pesar
de un posible encabronamiento eventual, que poseen una red afectiva sólida y
circundante, probablemente son bellos y sin ninguna tara física o mental...
Existimos seres humanos vulnerables y/o de gamas más bajas, bueno, en fin,
seres humanos en general, y creo que si los modelos relacionales alternativos a la
trampa gámica no son capaces de ofrecer un marco teórico en el que desarrollar
cuidados para todos, se convierten en otra mierdecilla al servicio de una élite
inalcanzable. Al final, otro producto capitalista al que pocos pueden
acceder sin hipotecarse emocionalmente.
Hablo entonces de lo que me aporta el pensamiento ágamo
desde mi vulnerabilidad de ser humano, y cada una de estas aportaciones las
convertiría en "puntos", si bien ya entran en cierto modo en los cinco
de Israel, o son de por sí bastante obvias.
1. Valorar mi red afectiva como individuos totalmente
insustituibles a los que cuido y para quien busco espaciotiempos.
2. Cuidarme a mi primero. Comer bien, aceptar ese trabajo,
leer, pasar tiempo conmigo... Sin culpa ninguna y con un disfrute absoluto.
3. Liberarme de la promiscuidad en sí misma. Para mí
personalmente es el gozo del "no" (y seguir leyendo en pijama o
diciendo chorradas con una primah) lo más importante del-no gamos. Creo que el
sexo, como evento que se celebra con tantísimo más jolgorio que cualquier otro,
es otra trampa.
4. La consciencia de
que los momentos compartidos son auténticos y no persiguen un fin último de
posesión.
5. Aceptación de mis deseos como válidos, sean cuales
sean...
Me dejo seguro cosas, pero, al final, creo que todo esto contribuye a construir una existencia más feminista, más igualitaria y más libre y plena.
GUILLERMO, turolense de 27 años, estudiante de filosofía, nos habla de la relación entre agamia y
amistad:
Haciendo mía la expresión de
Protágoras, diré que para mí la amistad es “la medida de todas las relaciones”.
Al principio creí que la agamia se trataba de una especie de
excusa formal para la promiscuidad -suponiendo que se necesite una excusa-,
pero, pasado ese primer bache, entendí que la promiscuidad (sola) no va a
ninguna parte, y quien dice a ninguna parte, dice a los mismos senderos
monógamos y desiguales de siempre para cubrir necesidades afectivas no
vinculadas con el sexo.
Mi experiencia es corta y está sembrada de dudas a cada paso
que doy, pero de lo que me he dado cuenta
“practicando” la agamia es de que quiero mantener relaciones al nivel al que se
dan dentro de mis círculos de amistades, es decir: cuidándolas, dándoles tiempo
para madurar -o incluso para que se pudran-, sin esperar que me exijan
imposibles -y sin exigirlos yo-, con una relación entre personas
iguales y libres de hacer lo que les venga en gana sin pedir permiso o,
necesariamente, dar/exigir explicaciones. Ya es hora de que primen nuestros
valores sobre los de la cultura normativa del amor.
En definitiva, creo que independientemente de las relaciones
sexuales, y sorteando las dificultades que nuestra mente -domesticada a fuerza
de latigazos amorosos y al ritmo marcado por los esclavistas de la monogamia,
con la canción del momento retumbando en nuestra psique- yo me planteo qué es
lo que quiero de un/a amigx y cómo trato a mis amigxs, y con estas premisas
construimos, o destruimos, la relación sin caer en la falsa necesidad de una
pareja, y de la forma más horizontal posible.
Nombre de guerra: ALTAVISTA BASURTO
Modelo relacional: peripatético resistente al gamos
Se trata de buscar la vida buena. Es un afán que de una u
otra manera nos empuja a todxs desde siempre.
Si nos retrotraemos a la cuna en plan freudiano, todo
quisqui ha necesitado abrazos y protección para desarrollarse. Unxs más y otros
menos lo tuvimos, y unxs más y otrxs menos venían con la ontogénesis colocadita
para recibir el empujón necesario a la supervivencia y de ahí a seguir con la
evolución propia y de la especie.
Cojamos la pértiga del tiempo, plantémonos en el momento
actual y miremos cuántas veces y por qué nos hemos enredado en la madeja del
amor, en la creación de una pareja, en la tendencia a formar un hogar, en
repetir patrones de idealidad que en la imaginación eran putos anuncios de
Coca-cola y en la realidad una película de neorrealismo italiano emocional.
Creo que es evidente la búsqueda de la seguridad perdida o,
en su defecto, la sustitución melancólica de un hogar originario que nunca fue
como lo pintaba la propaganda de la tribu.
Y como hijxs de nuestro tiempo que somos, cargados en
nuestra memoria colectiva con los recuerdos de una vida fabulosa del New-Deal
americano, del hippismo de la anterior generación, de razones ya masticadas en
contra del modelo tradicional de la familia, de drogas que se cargaron a la
generación de nuestrxs primxs mayores, de sexo libre pero no tanto, de libertad
para sentir, nos aferramos al viaje que nos daba el enamoramiento y quisimos
construir desde ahí, en nuestra burbuja individual y narcisísticamente única,
nuestra arcadia del amor entre dos, del amor original que no era como el de
nuestros padres.
Pero entonces vino Ikea y nos empezó a bombardear con la
construcción de una república independiente entre cuatro paredes, y nos daban
imágenes de mamás despeinadas, papás buenorros con jerseys de punto grueso y
niños monísimos en calcetines entretenidos con juguetes de madera. Además nos
tragamos cientos de comedias románticas las sobremesas de los fines de semana y
seguimos obviando una y otra vez las cabezas de hidra del aburrimiento, del
sinsentido, de la manipulación, de los celos y la dominación que se estaban
instalando en nuestras parejas.
Fue a base de acostumbrar al cerebro una y otra vez a la
disociación de cómo funcionaba el imaginario y chocaba con la realidad, como
acabamos por negar la realidad. Pero la insatisfacción permanente, como
una cuerda de un bajo en un concierto para chelo, resonaba como una irritación
cada vez más extendida.
Y no entendíamos las broncas. Y no entendíamos los dramas.
Y nos desgarrábamos en la incomunicación. Y no había forma de poner nada en
común. PERO SI YA ÍBAMOS A IKEA LOS SABADOS, JO-DER.
Y en la resolución entraban los demonios de las malas artes.
Y el poder, el puto poder y el patriarcado que ya sabemos a quién se lo da. Y
salíamos malparadas, despechadas, con sensación de estafa y recurríamos a la
justicia y unas veces nos daban la razón y otras nos hundían aún más.
Así que… por qué no parar el juego y plantearse seriamente
qué es lo que merece ser vivido y cómo hacer(nos) justicia.
Yo, desde luego, empiezo por el respeto y por la realidad
tal cual es huyendo de narraciones y ficciones que me lleven de nuevo a la
ciénaga. La Ciénaga, por cierto, que buena peli. No dejéis de verla.
MARIA, sin acento ya que tengo la suerte o desgracia, según la
época que se mire, de ser valenciana y vivir en Valencia. Soltera y sin hijos
por vocación, sin embargo, volcada profesional, corporal y anímicamente en la
infancia. Esquivadora de obstáculos y ataques desde que defiendo otra forma de
relacionarnos que no esté necesariamente vinculada al enamoramiento.
Definitivamente en estado de constante construcción:
El tema del afecto me ha estado rondando desde que leí el post
en "Contra el amor".
El afecto es problemático, tan intangible como necesario, se
puede analizar, ahora bien, no creo que se pueda diseccionar o clasificar.
Todos de acuerdo aquí en la necesidad de separar radicalmente
el afecto del amor romántico. Es, de hecho, cuando ambos aparecen relacionados
cuando todo se pervierte.
Me parece fundamental, para funcionar medianamente bien en
nuestras relaciones, que entendamos qué es un buen afecto, cómo y cuándo darlo
y cómo recibirlo, que tampoco es siempre fácil.
¿Implica el afecto atención y cuidados? Considero que éstos
son una manifestación básica del mismo, resulta que la palabra
"manifestación" es clave. ¿Debe ser el afecto manifestado o de lo
contrario se convierte en algo bastante estéril? Personalmente creo en la
necesidad de la manifestación. Pero, ¿cómo? Bueno, aquí, irremediablemente, voy
a ser simplista. Esto es muy complejo, claro.
Pienso que una buena manifestación afectiva debe ser
considerada, siempre, a través de unos filtros. ¿Es este sentimiento compatible
con mi bienestar? ¿Quiero dar afecto? ¿Puedo dar afecto? ¿La persona receptora
quiere y acepta mi manifestación afectuosa?
Otra idea interesante es la relación entre sexo y afecto,
siempre y cuando el afecto no sea entendido, tampoco en este caso, como un
sinónimo de amor romántico.
Me quedo cortísima. Es un tema complejo.
CLARA ha gastado 33
años y vive en Madrid. Ha pasado por distintas visiones sobre las relaciones:
monogamia, anarquía relacional...Hace menos de un año que encontró en la agamia
qué nombre poner a su visión. Desde entonces se considera ágama y eso le hace
reflexionar sobre la educación:
A los cinco puntos aportaría alguno sobre cómo nos
planteamos la educación, porque gran parte de los problemas que tenemos para la
práctica son debidos a la educación que hemos recibido, y si seguimos
reproduciendo eso no conseguiremos crear la sociedad que buscamos.
Educación en dos aspectos: como asimetría, porque si
defendemos la no jerarquía de las relaciones tendríamos que ser coherentes con
ello en cada tipo de relación, incluidas las relaciones con los hijos o los
menores en general. Un modelo jerárquico no se mueve, un modelo asimétrico está
en constante movimiento.
Sobre los tres clásicos modelos educacionales definidos
desde los años 70: autoritario, permisivo, democrático; considero que no nos
serviría ninguno dentro de la agamia. Creo que se conocen los peligros de los
dos primeros y el democrático, vendido como dialogante, con lo gastada y
falsamente usada que está tanto la palabra como el concepto de democracia,
tampoco me parece que sirva. Es un engaño pretender colocar en la posición de
diálogo cosas que a veces no pretendemos dialogar o incluso que no son
dialogables.
El modelo de la terraza que se expone aquí para las relaciones me
parece fabuloso y creo que es aplicable, bajo esta asimetría, a la educación.
En este modelo, que es asimétrico porque no se parte de la misma situación
entre cada una de las dos personas, dado que sus circunstancias son
inconmensurables, no se niega la igualdad de ellas, es decir, la igualdad de
los elementos que forman las relaciones. Habrá fricciones, movimientos, pero
los acuerdos, que equivalen a las terrazas, se cumplen. No pueden no cumplirse
porque nacen de las dos partes. Podrán cambiar o caducar, pero no generan
principios ni finales, sino una continuidad. Siguiendo el modelo de la terraza,
hay una naturaleza que es la tierra y sus propiedades, pero ésta se modifica
según las necesidades tanto de ambiente como de consumo. Con consumo me refiero
a necesidad de que esa relación asimétrica aporte algo y no la producción,
porque la relación no tiene nada que producir en sí, es válida por sí sola,
pero sí defiendo que tiene que enriquecer. Si no, no merecería la pena vivir en
comunidad.
El otro aspecto en el que quiero hablar de educación es el
de la educación emocional. Creo que los avances que se han hecho desde la
psicología y otras materias en terreno de educar emociones son aprovechables
para nuestra práctica.
Uno de los puntos del texto al que nos referimos trata
expresamente de las montañas emocionales, que se disiparán con la práctica de
la agamia. Esto no es no dejarse sentir ni experimentar, sino todo lo
contrario. Cuando comencé a ver textos sobre la agamia le achaqué la falta de
explicación sobre esto y en un principio interpreté que se pretendía tapar esas
emociones. Ahora que lo practico y que he leído, hablado y reflexionado un poco
más sobre el tema, lo conjugo con otras prácticas de mi día a día, como son la
atención plena y el ejercicio de manejar las emociones.
Como todo lo que estamos hablando, a más práctica, mejor. La
práctica hace al maestro. Desde este punto de vista, considero que el
entrenarnos en reconocer emociones y poderlas manejar, que no controlar ni
ocultar, es útil para una vida sana e íntegra. Las emociones nos sobrevienen como
nos sobreviene el tiempo meteorológico, pero nosotros no somos la emoción.
Somos la conciencia que observa la emoción, somos los observadores de nuestras
propias emociones.
Lo mismo ocurre con los pensamientos en bucle. Si podemos
observar las estructuras creadas en torno al género y reestructurarlo, observar
lo que rodea e implica al sexo o a las relaciones sexuales y resignificarlo,
podemos observar también que estos procesos no van a ser gratuitos, pensaremos
muchas cosas y sentiremos muchas cosas. Ahora bien, de la misma manera que nos
colocamos en posición de observadores, de testigos, para estar pendientes sobre
el sexo y el género, podemos hacerlo con las emociones. Clasificar los
registros emocionales que podemos tener y poderlos seleccionar en su expresión
o momentos oportunos, creo que nos será útil en la práctica de la agamia.
Estas dos vías a mí me sirven para ejercitarme en vivir
plenamente, cada instante con cada persona, ya sean mis hijos o mis vecinos o
quien sea. Todos los días me equivoco. Cómo, si no, podría aprender.
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