Hablaba aquí sobre cómo gestionar el morbo de las nuevas relaciones, y utilicé para ello una perspectiva utilitarista que ofrecía un
ejemplo más de que hacer explícito el verdadero contenido de nuestros deseos
suele desenmarañar sus contradicciones éticas.
Decía entonces que es bueno relativizar el efecto emocional
de esas nuevas relaciones (con su correlato de limerencia o NRE), primero
porque un exceso emocional nos expulsa del anhelado estado de felicidad o, si
se prefiere, de la eficacia óptima. Segundo, porque esa motivación extra hacia
la persona nueva implica una falsa idea sobre lo terminada que está la
formación de las relaciones previas.
Me gustaría completar la crítica a la mitificación de las
nuevas relaciones, y de su poder perturbador, con un par de reflexiones más.
Novedad, ¿hasta qué
punto?
La hipótesis del valor sociosexual (vss) utilizada en las
reflexiones de este blog nos dice que, décima arriba, décima abajo, las
nuevas relaciones van a tener el mismo vss que las antiguas. Eso implica que,
aunque hablemos de alegría, de ilusión, de lo que queramos, el rapto emocional que
nos trastorna no tiene como fuente las virtudes de la nueva persona, y sólo
excepcionalmente podremos hablar de auténtica novedad.
Si el crecimiento de la vida relacional es equilibrado,
serán las primeras relaciones, construidas casi sobre el vacío, las que
impliquen grandes cambios capaces de poner la vida patas arriba. Estos grandes
cambios tendrán lugar, además, en personas jóvenes e inmaduras, más
susceptibles de verse afectadas por ellos. Pero pronto la diferencia que puede
llegar a aportar una nueva persona deja de ser sustancial. La diferencia puede,
sí, ser a mejor, pero siempre será una pequeña diferencia a sumarse sobre una
masa relacional muy superior. El entusiasmo extremo no tiene sentido.
Para que el rapto se produzca hace falta complicidad con él.
Hace falta, como suele ocurrir en la adolescencia cuando el alcohol resulta
demasiado caro o da demasiado miedo, hacerse la/el borrachx.
Eso no quiere decir que la representación no reporte placer
(de hecho, si se realiza el esfuerzo de representar es, en este caso, porque
existe algún tipo de motivación hedónica). Quiere decir que no está legitimada
para producir dolor en otrxs y, por lo tanto, y si aceptamos reflexionar con
honestidad sobre el significado de las conquistas amorosas y su relación con la
formación de gamos, debemos llegar hasta el corazón de la impostura: la NRE
necesita voluntad de NRE. Necesita, por decirlo de una manera coloquial, hacer
por creérselo.
Y en eso consiste el frívolo discurso de que no hay nada más
hermoso en esta vida, y de que debe ser respetada.
Hedonismo… y algo
más.
La búsqueda de placer puede ser suficiente para impostar
NRE. Pero lo normal es que, tras la mentira que funciona, haya algún tipo de
verdad. Una verdad diferente, de la que la mentira sirve para desplazarnos:
creemos que nos gusta algo por una razón que sentimos como falsa, pero que nos
sirve para no reconocer la verdadera. Y gracias a ese cacao acabamos aceptando
el desempoderamiento final en el que somos funcionales al sistema: no se puede
hacer nada, porque nada entendemos bien. Sólo sabemos una cosa porque acabamos
constatándola, y es que el amor arrasa con todo.
El origen de la fascinación amorosa es la expectativa de
realización de nuestro destino merecido (no sólo amoroso, sino total porque el amor es
un destino completo en sí mismo): el paso de una vida en potencia a una vida en
acto. Como Cenicienta, siempre hemos tenido una princesa dentro, pero debe
llegar el momento en el que el príncipe nos devuelva (importante la devolución,
que implica restitución de lo que era ya propio) el zapato como acto de
reconocimiento.
La NRE es el nuevo nombre (no será el último) que adopta esa
esperanza cuando siente cercano su cumplimiento. Y el mensaje que transmite a
nuestras otras relaciones es “como hermanas feas y malas del cuento estáis
bien, pero yo no soy de este mundo”.
La NRE es, por lo tanto, un compromiso explícito con la
traición. Es la admisión de que se está dispuestx a abandonar al grupo ahora
que una oportunidad mejor se vislumbra. Y el final de la NRE es el reconocimiento de que todo fue un espejismo amoroso y el grupo sigue siendo la opción mejor.
El beneficio obtenido en forma de placer, o de sufrimiento
libremente elegido, necesita de algún tipo de justificación para que el grupo
otorgue su indulgencia al/la traidor/a. Y ésta viene en forma atribución a la
NRE de una fuerza incontrolable.
El grupo (sea de una o de varias personas) tiene la
responsabilidad, eso sí, de saber, o al menos aprender, con quién se
compromete, y si se trata de alguien propensx a los desmanes de la NRE. Ese aprendizaje
implica, obviamente, empoderarse con respecto al perdón impuesto por la teoría
de la NRE y determinar, en cada caso, si dicho perdón debe concederse.
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