MOON
Veo películas a docenas. Muchísimas. En serio.
A pesar de eso, me resulta imposible encontrar cosas que
tengan interés para esta sección. En el cine, con respecto a la no monogamia,
se cumple la decepcionante regla de que la sociedad va por delante de la
cultura. O de que la represión cultural se utiliza como freno de la
contestación social.
No voy a generar falsas expectativas. Moon no es un
cuestionamiento ni consciente ni explícito, un gran discurso contra el sistema
relacional, como lo es Eyes Wide Shut, por ejemplo. En absoluto.
Moon es una película respetable, de uno de cuyos elementos
argumentales podemos aprovecharnos para horadar un poco más en los maltrechos
pilares de la monogamia.
Sam lleva tres años trabajando solo en una base lunar. Su
contrato está a punto de expirar, y se dispone a volver a casa, en La Tierra,
con su mujer y con su hija, nacida después de su partida. Toda su vida
relacional se ha reducido, durante estos tres años, a algunas comunicaciones en
diferido con su familia, y al diálogo cotidiano con Gertie, el ordenador de a bordo.
Y hasta aquí llega el post para quien aún no haya visto la
película, y quiera hacerlo sin sabérsela. Voy a desvelar el pastel en el
siguiente párrafo, de modo que no miréis para abajo.
Sam es un clon, nacido en la misma base, uno más, en
realidad, de una larga serie que le ha antecedido y de una aún más larga que
seguramente vaya a sucederle. Todos sus recuerdos de La Tierra están
implantados a partir de un Sam original cuyo paradero y situación actuales
desconocemos. Y hay algo más, que elegantemente no llega a explicitarse, pero
de lo que nos vamos dando cuenta poco a poco. Parece que Sam está concebido
para vivir la duración de su contrato. O, mejor aún, su contrato de tres años
está concebido para justificar que trabaje toda la vida, justo hasta pocos días
antes de que su salud se deteriore aceleradamente y muera.
Estamos, por lo tanto, ante una civilización que parece
haber creado un pequeño Matrix cutre para, al menos, algunxs de sus trabajadorxs.
Seres que han sido creados como mano de obra esclava y desechable pero que,
debido a su “naturaleza” humana, no funcionarán si no disponen de un sentido
para su existencia.
Y es este sentido el que me parece interesante traer aquí.
Porque en la medida
en que Sam trabaja ilusionado para recuperar su vida familiar real en La
Tierra, estamos ante un discurso
monógamo. Pero a partir del momento traumático (se marea, vomita, como Neo)
en el que descubre que carece de esa vida, que esa vida sólo es una aspiración, pero jamás ha sido una realidad,
que es virgen con respecto a la realización de su sueño, nos encontramos con un
discurso ágamo.
Lo considero ágamo precisamente porque es la propia
monogamia feliz lo que aparece como fantasía. Lo que Sam descubre es, en el fondo,
su condición de víctima de la ideología amorosa: el amor le es presentado como
un paraíso real, al que espera volver y al que, como persona absolutamente
normal, tiene derecho a aspirar si cumple con su trabajo. Pero la realidad es
que el amor sólo ha sido un relato. No hay nada a lo que volver. Nunca hubo
amor más que en la construcción de su conciencia a base de retazos de realidad
(cuando logra contactar directamente con la casa a la que habría regresado si
su programación hubiera sido una verdadera memoria, descubre que su supuesta
hija tiene quince años, y que su supuesta mujer lleva mucho tiempo muerta, es
decir, que no es que él no haya sido elegido para ese paraíso, sino que el
paraíso nunca ha existido como tal).
Y es a partir de ese momento cuando las piezas empíricas
empiezan a encajar sin el tejido conjuntivo de la fantasía amorosa. Y lo que
configuran, como no podía ser de otro modo, es el desierto de la realidad: lo
que veo, aquí y ahora, es lo único que hay. Es el sentido de mi existencia. Y
mi único compañero, la única persona con la que voy a tener verdadero contacto
a lo largo de mi vida, es otro clon, una especie de yo moral activo, frente a
mí mismo, sensible, divergente y contemplativo, yo mismo repetido, desdoblado,
con quien un fallo del sistema me ha hecho coincidir, y en cuya compañía, y
gracias a ella, lograré recomponer algunas piezas del puzzle (y destruir
definitivamente la maqueta mediante la que juego a las casitas).
Él, otras decenas de clones dormidos e inútiles y, por
supuesto, mis verdugos, esos que me llaman “colega” y “amigo”, y que me dicen
que los espere tranquilamente, sin hacer nada, mientras llegan para salvarme; tal
vez clones, también, o tal vez perfectamente humanos, clase media de una
sociedad en la que ellos son el equipo de limpieza. Mi despertar los despierta.
La vida, ahora que es verdadera, los incluye. Sólo viviré de verdad el tiempo
que tarden en eliminarme, como les sucedía a los replicantes de Blade Runner.
El amor en Moon es, por lo tanto, sólo una fantasía
motivacional, cuya capacidad para generar trabajo tiene una duración limitada.
Cuando el clon lo comprende, cuando su conciencia ha recabado suficiente
información como para cuestionar el mundo que le es presentado, cuando descubre
que nunca alcanzará aquello a lo que siempre ha aspirado, y que nunca hubo la
menor oportunidad de alcanzarlo, entonces es que su tiempo ha concluido.
La única verdadera oportunidad de no pasar la vida entera en
La Luna es comprender antes; desde el principio. Comprender hoy. Ahora.
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