Proliferan las pautas y recomendaciones sobre la
forma de gestionar los cuidados y el afecto en las relaciones. Sin embargo no logramos
desprendernos de una fuerte suspicacia.
Varias preguntas comprometidas quedan siempre sin respuesta,
constituyendo una base inestable sobre la que los discursos construidos nos
resultan algo arbitrarios.
¿En qué se funda el supuesto carácter altruista del afecto? ¿Por
qué carecemos de un término que designe su componente narcisista? ¿Qué se
esconde tras la persistente reclamación de cuidados que observamos en los
relatos sobre relaciones? ¿Qué necesidad específica satisface el afecto? Y,
sobre todo, ¿cuánto podemos fiarnos de él?
En anteriores textos se apuntaba la dirección en la que
parece más interesante buscar la respuesta a algunas de estas preguntas. En
éste propongo dos conceptos que tal vez nos permitan dar ya una importante
solidez tanto a la reflexión como a la práctica.
Diré antes de definirlos que un vínculo emocional sería el
establecimiento consistente de consecuencias emocionales asociadas a otra
persona. Es decir, no sería una emoción específica, sino la posibilidad de
sentir una u otra emoción (fundamentalmente placer y dolor) en función de la
conducta de otrx, especialmente hacia nosotrxs.
APEGO: vinculo emocional con quienes se juzga más adecuadxs
para satisfacer nuestras necesidades.
Mientras que la ciencia se ve impelida a explicar la
conducta mediante principios funcionales (adaptación, subsistencia,
equilibrio…) los discursos relacionales son alérgicos a la idea de que el
individuo busque vínculos afectivos para beneficiarse de ellos.
Por una vez, partamos de la idea de que al afecto, al cariño,
al amor, subyace un fin, y que ese fin tiene mucho que ver con la conciencia de
individualidad y con el interés propio.
AFECTO (no como sinónimo de “emoción”, sino de vínculo
emocional concreto al que a veces llamamos “cariño”): vínculo
emocional/expresivo hacia quienes se está en disposición de satisfacer
necesidades, es decir, de recibir apego.
El simple apego es ineficaz a la hora de lograr satisfacer
las necesidades que lo mueven, salvo en situaciones de indefensión extrema
(infancia, urgencia…). Para sociabilizarse eficazmente debe ofrecer algo a
cambio y debe ofrecerlo al costo emocional más reducido posible. El afecto, la
disposición a hacer cosas por lxs demás, me permite realizarlas sin
experimentar frustración o agotamiento demasiado pronto, e incluso recibiendo
satisfacción. Gracias a esas necesidades satisfechas a otrxs, yo construyo la
garantía de que otrxs, normalmente esxs mismxs, satisfarán las mías. Puedo, de
este modo, asegurar mi apego.
Veamos ahora varias consecuencias que se extraen de estas
dos definiciones y que resultan útiles a la hora de reflexionar sobre la
gestión del afecto y los cuidados.
1 En primer lugar, tenemos que recordar que el carácter
emocional de estos vínculos implica que van acompañados de experiencias
psicofísicas de placer y sufrimiento, y que su existencia no queda demostrada
sólo por su expresión. Un abrazo afectuoso sería, por lo tanto, una expresión
de afecto, pero difícilmente una prueba.
2 Debido a este carácter emocional, el afecto y el apego
tienen la posibilidad de ser satisfechos en sí mismos, pues son fuente de
placer y dolor, sin que vaya acompañada su satisfacción de la de ninguna otra
necesidad. Ese placer se satisface especialmente en la medida en que se produce
mediante el encuentro de ambos, es decir, del apego de un lado con el afecto
del otro, o mediante un encuentro cruzado de apego y afecto con apego y afecto.
Si el apego sólo encuentra apego se convierte en una mutua solicitud de
cuidados que aumenta la sensación de indefensión. Si el afecto sólo encuentra
afecto se convierte en el intercambio de una disponibilidad estéril, como el
característico abrazo masculino que transmite, entre otras cosas, completa
autonomía y, por lo tanto, resistencia al cuidado que se ofrece.
3 Vemos también que el afecto es un vínculo fundamentalmente
dependiente del apego para su aparición, es decir, que tendemos a sentir afecto
por aquellas personas por quienes sentimos apego. En otros términos: nos
ofrecemos dispuestxs a satisfacer sus necesidades a aquellas personas que
consideramos necesarias para satisfacer las nuestras.
4 La dependencia que el apego tiene del afecto es, sin embargo,
puramente práctica: difícilmente puede el apego sociabilizarse con éxito si no
va acompañado de afecto. Por eso, el apego no suele hacer su aparición
socialmente. Para ello debe revestirse, real o artificiosamente, de afecto.
5 Así, apego y afecto serían vínculos diferentes pero
complementarios. El primero produciría placer al interpretar que hay
disposición por parte de otrxs a satisfacer las necesidades propias (que hay
afecto). El segundo recibiría placer al interpretar que hay disposición por parte
de otrxs a dejar que sus necesidades sean satisfechas por nosotrxs (que hay
apego).
6 Entendemos que no hay razón para manifestar más apego del
que realmente se tiene (incluso puede ser conveniente manifestar menos). Hay,
sin embargo, fuertes razones para manifestar más afecto del que se tiene, ya
que el afecto funciona como una garantía de cuidados futuros a cambio de la
cual se pueden a su vez solicitar otros cuidados en el presente.
El afecto debe, por lo tanto, ser objeto de suspicacia. La
expresión de afecto puede indicarnos que alguien está dispuestx a cuidarnos,
pero puede también funcionar como exigencia de que le cuidemos, amparada en
que, dado que tiene con nosotrxs un vínculo afectivo, no podrá evitar cuidarnos
cuando lo necesitemos, pues de lo contrario su vínculo afectivo le producirá
dolor.
7 Estamos viendo que ni el apego ni el afecto son
necesidades originarias. Si tuviéramos plena garantía de que nuestras
necesidades fueran siempre a estar satisfechas es altamente probable que no desarrollaríamos
apegos (es una hipótesis extrema, porque en última instancia necesitamos
interactuar libremente con otras personas para desarrollar nuestras capacidades
más complejas), del mismo modo que si no percibiéramos la existencia de
necesidades en lxs otrxs no desarrollaríamos afectos (y nos veríamos obligadxs
a mostrarnos como personas simplemente dependientes).
Por lo tanto el afecto (y el apego que le subyace) se
convierte en necesidad por sí misma una vez que se ha construido sobre la base
de las otras que busca originalmente satisfacer. El afecto se convierte en el
símbolo de la satisfacción de necesidades. Cuando pedimos expresiones de afecto
estaríamos pidiendo un cuidado específico que actuaría como moneda inespecífica
de cuidados. Estaríamos pidiendo garantías de que nos van a cuidar, no ya con
más afecto, sino con cuidados adaptados a otras necesidades.
8 Pero estaríamos, también, alimentando la inflación del
valor del afecto. Estaríamos invitando a crear afecto sin fondos, que no se va
a traducir en cuidados, que no satisface, por tanto, y que nos llevará a pedir
más afecto, a recibir aún más afecto sin fondos, y a generar una adicción
afectiva por desplazamiento de nuestras verdaderas necesidades a la necesidad
de afecto.
9 Esta adicción afectiva producirá también su
correspondiente reflejo sobre el apego, creando una adicción al apego que
necesite de personas a las que dar afecto, a las que pedir que se dejen dar
afecto, y que no constituirá ya afecto sino, de nuevo, otra forma de apego.
10 Ni que decir tiene que este modelo explicativo establece
su virtud en el equilibrio (no en la igualdad) entre apego y afecto, en el
equilibrio entre estos vínculos y los cuidados generales que expresan y
gestionan, y que desestima absurdas propuestas de vida relacional sin apego o
de construcción de afecto “sano” puramente desinteresado.
1 comentario:
parece que en las primeras etapas de la vida el apego es imprescindible para el desarollo y se establece por aprendizaje inmediato e incluso por identificación bioquímica.
pero esas fuerzas motivacionales primarias van pasando a segundo plano a medida que la conciencia va creciendo y ocupando su lugar en la supervisión de la conducta.
no sé si he contestado a tu pregunta.
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