El sábado pasado nos reunimos la gente del grupo de
Facebook.
El tema que nos habíamos propuesto tratar llevaba como
título “La persistencia del gamos”, es decir, esa sensación de que el gamos es
mala hierba y en todas partes rebrota en cuanto se descuida el jardineo.
La tarde-noche fue tan agradable y tan fértil que me parece
interesante hacer acopio de ideas y arrojarlas al espacio digital como si fuera
un discóbolo loco.
-Con respecto a la
complejidad del gamos el consenso era completo. El gamos es un enjambre, un
poco asqueroso, por cierto, y está tan por todas partes que parece que no
tuviera ni principio ni final, y que cualquier cosa que se haga contra él va a
ser golpear el aire.
Pero nosotrxs decidimos tratarlo como a una hidra y, como
Hércules, probar a ir buscándole las cabecitas para cortárselas y, eso sí,
cauterizarle meticulosamente los muñones, que ya se sabe que, si no, de donde
había una salen dos.
-Lo primero que descubrimos es que los gamos que nos
problematizan las relaciones se pueden dividir en dos familias: los gamos propios y los ajenos.
Con respecto a estos últimos, nuestra cuita más dolorosa era
la muerte del/a ex o, dicho con más
precisión, la muerte que nos da la/el ex.
Vamos, que nos mataran.
Como los gamos son incompatibles, estamos sometidos al
parejicidio en el momento en el que la persona que tiene una relación con
nosotrxs y le ha dado (supongamos que por su cuenta) un cierto carácter gámico,
decide construir otro gamos con una persona nueva. Nos encontramos
sistemáticamente con un inesperado vacío que huele a sacrificio de nuestra
persona en el altar del amor.
Que les alimente el polvo que echarán en nombre de nuestra
anulación, pero lo que está claro es que ha llegado la hora de dejar de
lamentarnos. Primero: en la medida en que la otra persona sea gámica, mejor
tener vigilada esa bomba a la hora de hacernos planes e ilusiones de
vinculación. Segundo: en la medida en que el gamos agreda mi vinculación
previa, tendremos que hacer recuento de qué hostilidades nos son legitimadas
frente a dicho gamos. Eso de dejar a la gente vivir su amor tendrá que tener
alguna proporción con que la gente nos deje vivir nuestro no amor. Una cosa es
que ellxs divinicen al amor, a nuestra costa. Otra que nosotrxs tengamos
reparos con los sacrilegios.
-La segunda clasificación útil, no sé si dentro de los gamos
propios, o tal vez aplicable a todos ellos, es la que hicimos entre aspectos del gamos que se nos habían
formado (a nuestro pesar) y aspectos
del gamos que queríamos evitar que llegaran a formarse. Está claro, o por
lo menos lo tenemos claro ahora, que no es lo mismo abrir una pareja que evitar
que se cierre. Quien dice “abrir” y “cerrar” dice sexualmente, claro, pero en
realidad el gamos es todo cierre, de modo que lo mismo da si hablamos de
cantidad de tiempo compartido, de planes asumidos como comunes, de derechos
sobre otras relaciones, etc…
-Entre estas cosas que pueden cerrarse o permanecer abiertas
dedicamos un rato al vacío gámico,
que ya explicaré despacio en algún texto, pero que resumo definiendo como el
espacio que el gamos crea entre sí mismo y el resto de las relaciones. Vamos,
que el gamos no es la relación más importante con diferencia tanto por lo importante que se hace, como
por lo que se carga de la importancia de las otras (el amor es, sobre todo,
odio. Lo digo mucho).
Se nos cierra el gamos en forma de vacío gámico cuando
descubrimos que no es que estemos evitando a otras personas, sino que de pronto
no existen esas personas o que su presencia no es comparable a la presencia de
la persona con la cual estamos gamificándonos. O que si nuestra comunicación
ayer era buena con nuestra persona gamificable, y también con otras, hoy me
encuentro con que me entiendo infinitamente mejor con la primera que con
cualquier otra.
-En esto del vacío gámico surgió un cabo suelto, que fue,
qué iba a ser, el del deseo. Algunas participantes consideraron que la concentración del deseo sobre la persona
gamificable no era un síntoma preocupante, y que difícilmente tenía sentido
la idea de disfrutar del encuentro con una persona nueva si no se producía una
cierta focalización sexual sobre ella. Otras considerábamos que lo era tanto como cualquier otro, si no
más que muchos otros, dado que tendía a pasar desapercibido como control al
manifestarse como deseo.
Y ésas son las cabezas que de momento le tenemos localizada
a la hidra, así que que se vaya despidiendo de ellas, porque de la localización
del problema surge la herramienta, y de su uso surge su perfeccionamiento. Para
lo que harán falta, eso sí, más reuniones.
Y todo esto sin una palabra sobre Amarna. En toda la noche.
Lo juro.
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