Nuestra relación se
inició con mucha naturalidad. Apenas conocernos empezamos a sentirnos a gusto lxs dos y el tiempo que
compartíamos se fue ampliando, hasta que acabamos en la cama. Lo que nos había
parecido una estupenda compatibilidad de carácter se reveló como una enorme
complicidad sexual. Nos llevábamos muy bien y follábamos aún mejor.
Pero sé que ha habido
un cambio. Sé que las últimas veces me ha gustado, pero no me ha encantado. He
sentido placer, pero no lo he esperado como se espera una fiesta. Placer
olvidable durante el cual son otras cosas las que recuerdas. Ha empezado a
pasar. Y sé lo que pasará después. Y sé cómo acaba esto. Otra vez. Oh… ¿¡qué
puedo hacer!?
Ya no hay deseo, ergo
ya no es amor. Y si no es amor, entonces aún pronto habrá aún menos deseo. Mi
pareja lo percibirá, tal vez lo ha percibido ya, antes que yo... Mi pareja ya
se ha preparado. Ya sabe que voy a abandonarla. Ya ha empezado a hacer los
primeros esfuerzos desesperados por prolongar lo improlongable. Me da pena,
pero… por primera vez comprendo que su carácter es un poco patético.
Es horrible. ¿Cómo
podemos acabar así personas que nos hemos sentido tan bien, que nos entendemos
aún tan bien, y que tenemos tanto en común? ¿Qué sentido tiene reducir esto a
la nada, o a la casi nada?
Pero la pasión se
acaba. Dura un tiempo. A veces más, a veces menos. Y después, se terminó. Es la
triste ley del amor. Pero también es su espléndida ley, porque nos permite
volver a abrir la puerta. Volver a enamorarnos. El amor es la vida, y nadie nos
puede quitar ese derecho. Quiero volver a sentirlo. Quiero que regresen las
mariposas a mi estómago. Quiero un cuerpo que me haga temblar.
¿Qué debo hacer? Esta
pregunta está de más. La verdadera pregunta es “¿cómo voy a hacerlo?” ¿Esperar
a que se dé cuenta y se vaya? ¿Acabar ahora, y evitar que nadie pierda el
tiempo? ¿Qué es menos cruel? ¿Puede algo no ser horriblemente cruel?
¡Eureka! ¡Aleluyah!
¡Viva! Me han dicho que hay un nuevo modo de separarse. Que se puede trabajar
el hacerlo de una forma civilizada y casi indolora, como si te cortaran una
rama seca. Me dicen que es muy limpio. Me dicen que para lograrlo hay que
aceptar que las relaciones duran un tiempo limitado, que hay que habituarse al
duelo corto, que hay que tener un buen grupo de amigxs en el que apoyarse y,
sobre todo, esto es lo que más me interesa, que hay que trabajar el futuro de
la relación extinta; que la relación ha cambiado, y hay que saber reciclarla de
amor en amistad. Ahora empieza nuestra amistad, y puede ser que dentro de un
tiempo volvamos a ser muy importantes unx para la/el otrx, incluso a apoyarnos
en nuestras futuras relaciones, siendo ya amigxs, grandes amigxs.
Porque así es el amor.
Y así es la vida…
…un erial.
Hemos aceptado sumisamente la idea de que el deseo sexual es
el indicador definitivo de si debemos o no debemos tener una relación. Si hay
deseo, y el resto no es un desastre, hay relación. Si todo va bien, pero no hay
deseo, no. Nos da igual ser deseantes o deseadxs. Falla unx: falla todo.
Así, el momento en el que descubrimos la primera flaqueza en
nuestra relación sexual es el punto de inflexión desde el que arranca el
declive de la relación, y a partir del cual, para quienes no son monógamxs
indisolubles, los días están contados.
Y hemos aceptado esta premisa a pesar de lo que hace con
nuestras relaciones. En vez de plantearnos que a lo mejor estamos dándole al
deseo un papel equivocado, o al sexo mismo, o que no lo estamos entendiendo,
aceptamos que arrase con nuestra vida relacional y convierta a las personas en
objetos consumibles que deben, si son madurxs, aceptar esa condición con una
sonrisa. Más ahora que hemos desarrollado técnicas asertivas de ruptura. Ahora
ya ni siquiera nos podemos quejar, porque cumplimos obedientemente con el
protocolo de reciclaje: nos están enseñando a tirar el envase al contenedor
correcto.
Se está acabando el texto, esta vez casi antes de empezar,
así que ya nos veremos más despacio, como siempre. Pero hasta entonces quede
aquí la soflama, muy muy muy indignada, de que, si aceptamos esto, seguimos tan monógamxs como siempre. El enamoramiento,
o la limerancia, o la NRE, o sea cual sea el próximo conejo que salga de la
chistera, no es otra cosa que la enajenación
entusiasta cuyo fin es la formación del gamos. Nada que ver con la
construcción de buenas relaciones. Lo mismo da que obedezcamos al mandato de
esa formación, que que nos engolosemos con el caramelo que la ceba y, dándola
por terminada cada vez que la enajenación acaba, actuemos como limeroadictxs,
erodependientes o sexoyonquis.
Porque la razón no es otra. La razón es que la cultura del
deseo y de la realización del deseo está tan naturalizada que de verdad, con
toda la fe, pensamos que es de sentido común, legítimo, humano, e ineludible,
romper cualquier cosa con tal de alcanzar la siguiente onza de chocolate.
Pensamos de verdad, como auténticxs imbéciles, que entre
sufrir la ley del mercado y aprovecharnos de la ley del mercado hay alguna
diferencia, algún cuestionamiento de ese mercado.
Y volvemos a sentir mucha pena por la persona a la que
dejamos. Y volvemos a sentirnos rotxs cuando nos dejan y pensábamos que
teníamos algo. Y volvemos a follar con la melancolía anticipada, con la
angustia perpetua, con un ojo puesto en el contador de polvos, no vaya a ser
que se esté acabando nuevamente y haya que ir pensando en salir volando a por
más. Y volvemos a pensar en encontrar una nueva satisfacción, en vez de pensar
en que algo estamos haciendo muy mal, aunque sabemos con perfecta evidencia que
esa nueva satisfacción no va a cambiar nada. Y volvemos a estar solxs. Como lo
hemos estado siempre.
Pues vale. Venga, que verás cómo, con el tiempo, vamos a ser
buenxs amigxs. De momento, pírate. Que ya no me pones. Que ya no te pongo.
1 comentario:
lúcido y demoledor
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