Sería mejor que existiera tanto cine interesante y de
calidad, y que fuera tan accesible, que nos perdiéramos en él y pudiéramos
despreciar el resto.
También sería bueno que los medios no estuvieran tan
vendidos a cualquier producción pesetera, y que no acaben llevándonos de los
pelos a tragarnos memeces incluso cuando hacemos lo posible por resistirnos a
ellas.
Lo que no sería nada bueno es que nos pusiéramos dignxs y
despreciáramos la experiencia (anti)cultural de nuestro entorno como si no
fuera nuestro entorno y como si ésa fuera una manera razonable de relacionarse
con él.
A veces hay que mirar algo. Casi siempre hay que mirar mucho.
Y en ocasiones llega el momento de buscarle salida a tanta mierda machista y
mononormativa como nos tenemos que comer. Así que de eso irá esta sección.
Como no tiene sentido que sea un desahogo personal, y como
no soy un crítico cinematográfico que pueda ofrecer amplios, precisos y
definitivos análisis sobre cada obra, procuraré atenerme a dos reglas. La
primera, brevedad. La segunda, extraer de cada abominación comentada alguna
reflexión que nos pueda servir de algo, especialmente para entender cómo funcionan
estas abominaciones al tratar los temas amorosos, y cómo evolucionan unas sobre
otras con el fin de seducirnos camino del infierno.
Ah! Con respecto a los espoilers la regla es que, si puedo, os
ahorro la peli.
Voy con la primera.
SEXO FÁCIL, PELÍCULAS TRISTES.
-¿Qué te ha parecido el guión? Aún estoy buscando un título.
-Me parece una película fácil de sexo triste.
-Pero así no puedo llamarla.
-Pues no sé… ¡dale la vuelta!
Las comedias románticas suelen reunir dos características que
adoro (amén de la recientemente señalada por Vigalondo: “Son una apología del
acoso”. Viene él con una. Veremos).
La primera es que no te ríes ni aunque te paguen. En ésta
sale Areces, que no necesita texto para satirizar situaciones. Menos mal…
La segunda es que todas empiezan con un ganchito que te está
diciendo “las comedias románticas son una mierda, pero ésta es distinta. Ésta
es de verdad, es actual, y es sobre ti”. Todas. Y luego, por supuesto, son cine
de mierda.
Ese gancho lo utilizan, lógicamente, para sobreponerse a la
sensación que dejó en la/el espectador/a el último bodrio graciosoamoroso que
le tocó tragarse. Pero cumple, de paso, la encomiable función sistémica de
resignificar la mononorma y la amatonorma. Vamos, que el cuestionamiento
amoroso y monógamo que hayas hecho o tenido la suerte de encontrar desde el último
soponcio, viene la peli y te lo cuestiona a ti. ¿Qué te has creído?
La película que nos ocupa es cinematográficamente mala; sólo
mala. Su mensaje, sin embargo, sí merece un lugar de honor en el panteón de los
horrores. La ingeniosa estrategia que lo vehicula es la de meter una historia
dentro de otra historia. ¿De qué modo? ¡Gran idea! Un guionista
sentimentalmente jodido y especializado en comedias románticas ultraconvencionales
escribe a lo largo de la película el guión de una comedia romántica ultraconvencional.
¿Qué mayor cuestionamiento que ése? ¿Y qué mejor planteamiento para escribir
desde la autoridad que concede la experiencia? Hay bombillas que se encienden
para dentro.
Lo malo de la historia no son los mil tópicos machistas y
mononormativos en los que era de prever que cayera y cae (por ejemplo, eso de
que nos presenten a las dos novias como dos mujeres con su correspondiente
habilidad artística, correspondientemente despreciada por los correspondientes
novios, y correspondientemente despreciada por los creadores de esta obra
maestra, que deciden mostrar planos reales de esa habilidad que las
correspondientes actrices sólo poseen a un nivel como mucho amateur, pero que,
claro, será correspondientemente valorado por unos espectadores que entenderán
que, para ser mujeres, ya les va bien con bailar un poquito y con tocar un
poquito el piano).
Lo malo no son las patéticas tentativas de darle profundidad
al recurso de la historia dentro de la historia (¡Uau! ¡Tanto el escritor como
su creación engañan –perdón, son seducidos, pero es que el párrafo sobre los
tópicos machistas era el anterior- a sus novias con ¡el mismo personaje! –del
que, por cierto, no volvemos a saber nada, el artificio por el artificio-. Me
pierdo en tan rico arabesco diegético…).
Lo malo ni siquiera es que la comedia romántica
estrictamente convencional (hasta el sonrojo) ocupe inútilmente la mitad del
metraje, lo que nos aboca a escuchar a Quim Gutiérrez su enésimo monólogo final
abriendo el corazón de un personaje mediocre y mezquino para explicar que va a
seguir siendo mediocre y mezquino, pero mediocre y mezquino enamorado, con un
encanto tan idéntico al de todos sus monólogos anteriores que resulta, no ya
previsible, sino absolutamente estomagante.
os dejo el monólogo de Quim, que me gusta regalaros cosas.
Lo verdaderamente malo de morir es la moraleja. Porque, ojo
aquí, este escritor, que previamente nos había explicado que no quiere escribir
historias reales porque la realidad es una mierda (¡como la peli! Casualidad…),
descubre que, si quiere ser feliz en el amor, atención, ¡debe seguir los pasos
de sus propios personajes! Vamos (perdón por la aclaración) que esto es
metacomediromanticismo: el fallo de la comedia romántica es que nos la tomamos
demasiado a la ligera cuando ¡Es la Biblia!
Si no fuera todo tan tonto diríamos que es retorcidamente
manipulador. Pero es que los sistemas se defienden así a veces: generando mil
respuestas estúpidas y desesperadas y confiando en que alguna posea una cierta
eficacia.
Mierda pura.
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