Mejorar el modo en el que se organiza nuestra vida
relacional va más allá de declararnos críticxs con esa organización.
El amor da sus contradictorias respuestas para todo, y
necesitamos sustituir esas respuestas por las nuestras. Allí donde no nos
cuestionemos la norma social, esta norma se impondrá como opción única, e incluso
puede que logre reconstruirse por completo.
El tema que planteo hoy es un buen ejemplo de lo anterior.
Apenas sí cabe que nos preguntemos cuáles son los objetivos en una relación. Sin
embargo, podría argumentarse que no hay otra pregunta más importante. Pero la
respuesta está tan naturalizada que olvidamos que existe la posibilidad de
preguntar.
Más allá de usos instrumentales, de mala fe, de hipocresías
y de abusos, las relaciones, ya sean monógamas o poliamorosas, son entendidas
como fines en sí mismas.
Se nos dice, y nos repetimos, que las relaciones son
beneficiosas y su beneficio se encuentra en la propia relación, en tenerla,
realizarla, vivirla. Este beneficio aumenta con el mejoramiento de la relación,
se reduce con su deterioro, empieza cuando la relación empieza y acaba, si es
que lo hace, con ella. La relación, por lo tanto, es una experiencia
fundamentalmente aislada, y su aislamiento se idealiza mediante el discurso del
desinterés: no quiero nada de la relación. Quiero la relación.
Esta manera aislada de entender las relaciones, herencia de
la monogamia indisoluble donde la pareja era una y para siempre, así como el
fundamento de la posición social, alimenta tanto la falta de perspectiva
relacional como el tratamiento de las relaciones según un esquema de todo o
nada: las relaciones son o no son. Si son, tengo algo; si no son, no tengo
nada. Las relaciones son autónomas y absolutas. Y lo que pasa en ellas ni
interacciona con el entorno relacional ni, por supuesto, es reinterpretado en
función de esa interacción.
Frente a esta perspectiva aislacionista, donde cada relación
es una burbuja en el tiempo y en el espacio, con sentido en sí misma y sin
sentido más allá de sí misma, burbuja en la que entramos y de la que salimos
como si nos moviéramos entre dos mundos incomunicados, necesitamos una
perspectiva integradora.
Nuestra vida relacional es, en sí, en su conjunto,
nuestra Relación. Crece, decrece, mejora, empeora, pero siempre como una unidad
que ni empieza ni termina, en la que todo tiene la capacidad de repercutir en
todo y en la que se produce una evolución general y constante.
Intentaré aclarar este cambio de paradigma mediante algunas
ideas concretas. Son ideas que nos van a resultar familiares y de sentido común,
porque ocupan ya un lugar, aunque marginal, dentro del modelo amoroso. Son
parches con los que el amor sutura sus espacios vacíos. Su interés estriba en
que nuestro modelo relacional actual, al ser disfuncional, carece de la
capacidad para erradicarlas e imponerse de una manera definitiva sin tener que
recurrir periódicamente a ellas. El sentido común vuelve a brotar cada vez que
nuestras relaciones se derrumban, y hasta que vuelve a ser ahogado por la
propaganda amorosa. Necesitamos invertir el esquema, y poner esas ideas en el
centro del modelo.
-más importante que
la relación sexosentimental es la relación misma. Una relación
sexosentimental se inscribe dentro de una relación, que empieza antes de la
sexosentimental y que, estrictamente hablando, no acaba nunca. Creer en esa
relación general (respetar dicha relación más allá de su papel de excusa sobre
el que plantar nuestro amor) no es sólo lo que nos permite construir una buena
relación sexosentimental, sino lo que nos permite construir relaciones con un
mundo relacional sólido (donde todo nuestro entorno social no se estructure en
función de si las personas son o no nuestras parejas o de las relaciones que
tienen ellas).
-la o las relaciones sexosentimentales repercuten
poderosamente en el conjunto de las relaciones. Lo afianzan o lo
desestabilizan, lo enriquecen o lo deterioran. Mucho más importante que la relación sexosentimental es el ecosistema
relacional en su conjunto.
-una relación
sexosentimental es parte de una historia relacional. Nuestras relaciones
deben ser entendidas en función de su lugar en nuestra historia de aprendizaje
relacional, más que como historias aisladas cuya estructura se traslada de unas
a otras. Cada relación ocupa un lugar y nosotrxs ocupamos un lugar en la
historia evolutiva relacional de las personas con las que establecemos
relaciones. Sólo con esta perspectiva pueden las relaciones ser verdaderamente
específicas. Más importante que cada historia es que el conjunto de ellas se
construya armónicamente.
Así, el objetivo de las relaciones varía sustancialmente. Las relaciones sexosentimentales, monógamas
o no, sólo tienen sentido como ampliación de una relación no sexosentimental,
cuya trascendencia es mayor, no sólo por lo que se extiende antes y después
de la relación sexosentiental, sino por la credibilidad que le aporta durante
la misma.
Además, una relación sólo
tiene sentido en la medida en la que mejore mi mundo relacional, no en la que
lo sustituya y, por supuesto, no a pesar de que lo deteriore. Los
perjuicios de la relación a nuestros mundos relacionales (lo cual incluye el
perjuicio a las otras personas con las que nos relacionamos) entran en el debe
de la relación, y lo hacen a un precio muy alto.
Por último, las relaciones
pasan a ser entendidas como parte de un proceso en el que desarrollamos y
maduramos nuestro mundo relacional. Gracias a ellas aprendemos a
relacionarnos y construimos sucesivamente las distintas ramas de nuestro árbol
relacional. Más importante que la historia de nuestra relación es su lugar en
nuestras (las de lxs dos) historias y lo que nos aportamos para seguir
escribiéndolas.
Todo esto ya lo hacemos. Se trata de que pase a ser lo que hacemos.
B R I L L A N T E
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