A veces parece que la condena radical al gamos implica un
exceso de acritud. ¿No existe la pareja libre e igualitaria?
Este texto es el mejor que conozco para entender cuál es la
verdadera naturaleza de la libertad contractual, y cómo el gamos no es sólo imprescindible
para conservar la ficción de esa libertad, sino que es la herencia misma, la
forma misma, de la esclavitud alienada.
Tanto el contrato social como el contrato laboral son
fraudes políticos para legitimar el sometimiento individual a un poder mayor.
Gran parte de su éxito se ha debido a que a ambos subyacía
un tercer contrato, el contrato sexual, firmado entre los hombres, que otorgaba a cada firmante el derecho
a la esclavización de una mujer.
La esclavitud es el modelo original de contrato: cuando un
grupo somete a otro por el poder de las armas, le ofrece la esclavitud a cambio
de la vida. Así, decimos que el esclavo es esclavo libremente, porque tenía la
opción de haberse opuesto a su esclavitud y, con toda probabilidad, haber
muerto.
Podemos decir, por tanto, que ni hay ni ha habido libertad
entre los pactantes. Lo que ha existido siempre ha sido un chantaje. El
contrato es la aceptación explícita de unas condiciones de explotación que son
más ventajosas para ambas partes de lo que sería mantener el conflicto. Pero la
desigualdad se conserva.
Esta idea de llamar libertad contractual a la elección de la
mejor opción, aunque ésta sea la esclavitud, es refutada por J S Mill: “no es
libertad permitir a alguien enajenar la libertad”.
¿Cómo es posible que el contrato laboral haya conservado
esta herencia directa del pacto de esclavitud sin que la clase obrera
desempoderara definitivamente a su opresor?
Entre otras cosas, porque éste le ofreció como mejor opción
que la lucha el convertirse, a su vez, en un pequeño opresor: cada obrero
esclavizado por el patrón sería a su vez el esclavista de una mujer.
De cada una de ellas se diría también, por supuesto, que
aceptaba su esclavitud libremente.
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