“…el surgimiento de sujetos individuales exige destruir primero las categorías de sexo.”
“…el Otro está
condenado a permanecer en el lugar en el que se encontraba desde el inicio de
la relación.”
“las mujeres no
deberían nunca actuar desde el privilegio de ser diferentes (…) nunca caer en
el “orgullo de ser diferentes”.”
“para mí la palabra “women”
(mujeres) es el equivalente de “esclavo”.”
Monique Wittig.
Uno de los pilares sobre los que se construye la agamia es el rechazo radical al
binarismo de fundamento reproductivo, ya sea en su aspecto biológico o
cultural, ya se le llame “sexo” o “género”.
Podríamos decir que ser agamx implica autodesignarse como
ajenx, no sólo a cualquiera de los dos polos dialécticos mujer-varón, sino a
cualquiera de sus grados intermedios o de los productos de su próspera ingeniería
combinatoria. La postgeneridad ágama establece también un binarismo que se
enfrenta al anterior (¿triángulo? ¿Síntesis hegeliana? ¿Binarismo 3D?). En un
polo lo femenino-masculino, en el de enfrente lo extraño y otro de esa
calificación. Ni de Marte ni de Venus, ni de ningún satélite intermedio, ni de
lugar alguno del espacio exterior. Terrestres, de aquí, de un presente que no
ridiculiza lo humano al proyectar sobre el espacio sideral estereotipos
infrahumanos.
Y para evitar caer en el error de la otra respuesta al binarismo
de género, éste, ágamo, tampoco reconoce el espacio intermedio. No existe la
identidad de medio género, medio género medio no género. Medio mujer medio
nada. Se puede ser más o menos racista, pero poco importa. Lo que importa es
que, si se es en alguna medida no racista, esa medida está ya en combate a
muerte con la otra, la que lo es, aunque ésta diga eso de “todavía lo es”, o de
“sólo lo es en esto”. No hay espacio intermedio armónico entre el género y el
no género. El rechazo al género es un rechazo radical. Si se rechaza al género
se rechaza también la parte de la conciencia que acepta al género. Esa parte de
la conciencia es, a su vez, traidora al rechazo.
Nada que ver, eso sí, con una vida torturada por la
autovigilancia, por supuesto. Es el rechazo lo que es radical. Nuestras
prácticas son situadas y dependen de lo que podemos o conseguimos poder hacer.
Del poder logrado. El rechazo, la autodesignación, ésa es libre. Y ningún
comienzo puede ser mejor ni más empoderante. Ninguno ofrece mejores condiciones
como base de operaciones para la implementación de la ausencia de género.
Y de ella quiero hablar brevemente, y de cómo repercute en la sexualidad, que siempre es tan divertido y tan espectacular.
Será un pequeño ejercicio de imaginación en tres pasos de
exigencia creciente, como la canción de Lennon.
-la postgeneridad borra de una sola vez, como una única
cosa, la identidad de género y la orientación sexual.
Acostumbrémonos a vaginas y a penes (una cosa es
acostumbrarnos a los cuerpos de los demás y otra a lo que esos cuerpos hagan
con nosotrxs. Acostumbrarnos a los penes no implica acostumbrarnos a ser
penetradxs, tampoco si se proviene de la condición de mujer heterosexual), a
pectorales con senos y sin ellos, a tamaños y complexiones. Y acostumbrémonos a
tener un cuerpo en particular con características particulares no hegemónicas
ni normales, porque nuestro cuerpo va a fluir de lo normal a lo anormal con
total normalidad.
Acostumbrémonos. ¿Cuándo?
Ése es otro ejercicio. No hablemos del cuándo. Hablemos del plan.
Apuntemos el plan para pronunciaros por él, y luego ya veremos.
-la postgeneridad deja sin sentido a la pareja como número
de referencia.
Dos géneros: dos personas como unión perfecta. Eso se acabó.
Dos es sólo unx menos que tres y unx más que yo. Dos es lo que ha pasado hoy
que no vino A, o que apareció B. Dos es lo que habría si yo estuviera
plenamente presente con B, mientras que B sólo está con medio yo y son unx y
medix, si es que B está plenamente presente, que vete a saber. Dos es a lo que
se acostumbraron mis progenitores, que se educaron en el sexo oculto y
prohibido en el que alguien cazaba y alguien era cazadx, y no se parece a aquello
a lo que me acostumbro yo, que me reeduco en un sexo no clandestino y social; en
una intimidad colectiva que incluye la configuración más pequeña posible para
una relación sexual: yo solx.
Y con el dos acaba la ficticia simetría amorosa llamada a
veces “complementariedad”, falsa garantía de igualdad de poder y timo
patriarcal por antonomasia.
Acaba la/el otrx como reflejo y como encaje en lo que
necesito. Acaba la proyección en la/el otrx, la fusión binaria de las almas y
su simbología gestual de miradas y abrazos pareados. Y comienza la/el otro como
mundo; como humanidad diversa en la que vivo y con la que me encuentro, a la
que contribuyo y que me alimenta. Y vuelve la complementariedad no especular,
la buena, la plena, la que da lo que necesita a quien lo necesita, y no lo que
es a quien ya lo es y lo reafirma en lo mismo y en sus mismas carencias.
Acostumbrémonos, por lo tanto, a las personas a las que no
estamos acostumbrtadxs. A esas personas que no son nuestro simétrico y que,
lejos de ser un ejercicio de narcisismo, son un vínculo con el mundo. O
apuntemos que estamos decididxs a hacerlo, y que lo tenemos pendiente.
-pero… ay! La postgeneridad acaba con lo Otro.
La postgeneridad dice que ya no hay un aquí dentro y un allí
fuera, y que ya no somos nosotrxs en partida de caza hacia lxs otrxs, sino que
todxs somos nosotrxs, y estamos ya aquí, y no hay fuera en el que cazar, y no
hay caza que realizar, porque no hay ningún sujeto que pueda devenir objeto
mediante una caza.
La postgeneridad dice que no hay objeto, y eso nos va a
costar admitirlo. Porque no haber objeto es no haber lugar donde depositar
nuestra libido, que debe retraerse de nuevo a convertirse en una capacidad sin
medio normativo que la vehicule. No haber objeto significa acabar con la
ficción sexual de que un sujeto es un objeto, y significa que la libido no pasa
por poseer, sino por aparecer en su estimulación. Significa acabar con la
estrecha fantasía de que la excitación se realiza a través de un/a otrx que se
objetualiza para masturbarnos, y significa que la masturbación no es masturbatoria,
sino que ella es el sexo, al que podemos llamar, por ejemplo, “erotismo”. Y
significa que lxs otrxs no son otrxs, sino iguales, sujetos con capacidad
cooperativa en nuestra relación con nuestra libido, y que nosotrxs tenemos
capacidad para cooperar con la libido de esos sujetxs que no nos desean, sino
que solicitan nuestra cooperación para experimentar una libido libremente
asociada y libremente asociable.
Esto nos puede resultar un poco más difícil. Pero parece
cierto, así que será bueno. Apuntémoslo nada más, ya lo firmaremos cuando
terminemos de tenerlo claro.
1 comentario:
Primera ley de la dialéctica. Unidad y lucha de contrarios. Se ven como contrarios, viven como contrarios, luchan (a muerte) como contrarios pero son solo dos aspectoas diferentes de una misma y única realidad. Solo en esa lucha, que los destruye como contrarios, surge la síntesis. Pero esa ya es otra ley. Negación de la Negación, creo.
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