Una de los principales reproches que se le hacen a las no monogamias, y que incluso las no monogamias se hacen entre sí, es que tanto la proliferación como la disolución de los vínculos de la pareja monógama contribuyen a la desvinculación afectiva.
Pero la monogamia misma no se encuentra en las mejores
relaciones con el afecto. En su imaginario, el afecto aparece confundido con el
cariño, con los cuidados, e incluso con el concepto más amplio de “vida
emocional”. Sólo esta confusión ya nos puede dar una idea del extravío al que
nos enfrentamos, sin ir más lejos, cuando ponemos sobre la mesa el fundamental
debate del sexo con afecto: sexo sí, vale, nos entendemos. Pero, ¿afecto…?
La cuestión del afecto es un desastroso galimatías en el que
nunca sabemos exactamente de qué estamos hablando ni en qué debe traducirse lo
que proponemos. Prisionero del pacto sexual de la pareja, el afecto aparece
mezclado no sólo con el sexo, sino con toda la dominación simbólica que el sexo
conlleva. Las consecuencias son graves porque, a diferencia del sexo, el afecto
(concepto que mantengo intencionadamente indefinido) es una necesidad de primer
orden, y su ausencia o ineficacia crónicas conducen invariablemente a la
patología.
Habrá quien diga: “entonces todxs locxs”. Pues por ahí vamos
bien.
Lo que urge no es una efusión voluntarista que aumente la
disponibilidad afectiva para que todxs podamos saciarnos. El discurso que
invita a solucionar nuestras carencias afectivas a base de darnos mutuamente
más amor (entendido aquí como la parte afectiva del amor) no sólo es ineficaz,
sino absolutamente contraproducente en tanto que nos habla de un amor
indeterminado de dudosa eficacia, así como de una más dudosa todavía capacidad
inagotable para dar amor. La filosofía del “all you need is love” equivale a
combatir la sequía descargando toda el agua de la que disponemos desde un avión
contra-incendios.
Lo que necesitamos es saber qué necesitamos.
Necesitamos plantearnos qué es eso del afecto, en qué
consiste el darnos afecto y qué funciones estamos realizando con ello. Sólo de
esa manera podremos cubrir eficazmente nuestras necesidades afectivas. Sólo de
esa manera podremos vivir dos inesperadas experiencias: la de sentir que el
afecto viene a darnos justo aquello que necesitamos, y la de que una vez que
nos lo da dejamos de experimentar una carencia endémica de afecto.
No tengo aquí espacio para ese planteamiento, ni para
aventurar un primer catálogo de necesidades o de funciones afectivas, pero es
imprescindible y me pondré pronto con ello. En este texto sólo voy a hacer una
distinción que creo que arrojará sobre la maraña afectiva una luz necesaria
para empezar a distinguir los hilos de los que tirar.
Llamaré afecto
funcional a aquella conducta, más o menos encuadrada dentro del ámbito de
las manifestaciones de afecto, que realiza directamente una función. Una forma
de afecto funcional es escuchar a quien nos pide un consejo y realizar el
esfuerzo de ofrecerle el consejo adecuado. Una forma de afecto funcional es
proporcionar gratificación física a un cuerpo necesitado de ella (no hablo
específicamente de sexo, y menos en el sentido heteropatriarcal). Una forma de
afecto funcional es la convivencia (sin especificar duración; recuérdese que
hablamos de afecto funcional, es decir, de afecto útil mientras realiza una
función, y que deja de ser útil cuando esa función ya no es necesaria), en la
medida en que ésta comparte un ámbito de la vida que pueda estarse viviendo
desde una conciencia de marginación.
El afecto funcional resulta plenamente satisfactorio, genera
placer y, una vez que la necesidad está cubierta, deja de ser necesitado.
Llamaré afecto sustitutivo
a aquella conducta, más o menos encuadrada dentro del ámbito de las
manifestaciones de afecto, que no realiza directamente una función, sino que
sustituye a dicha función. Es, en sentido extremo, el afecto como consuelo. Una
forma de afecto compensatorio es hacer compañía a quien ha sufrido una pérdida.
Una forma de afecto compensatorio es abrazar a quien ha tenido un problema en
el trabajo. Una forma de afecto compensatorio es hacer un regalo a quien nos
pide que le escuchemos.
El afecto compensatorio no es plenamente satisfactorio, ya que no cubre la necesidad a la que
atiende, genera una combinación de
sentimientos que puede ser mejor pero también peor que la insatisfacción previa,
y necesita ser renovado mientras persiste
la necesidad, cuya duración es independiente del afecto.
El afecto sustitutivo es controvertido y por eso he elegido
tres ejemplos tan diferentes. Cuando hacemos compañía para aliviar el dolor de
una pérdida estamos atendiendo una necesidad que no puede ser satisfecha. Es una
compensación: “has perdido algo y no
lo podrás recuperar, pero recuerda que algo te queda y que ese algo no es
dudoso”. Cuando damos un abrazo a quien ha sufrido un problema laboral estamos
atendiendo una necesidad que nosotrxs no podemos satisfacer (pero que podría
satisfacer una persona con influencia). Estamos ante una postergación: “tienes un problema que resolver, pero yo no puedo
(¿o no me planteo si puedo?) resolverlo. Mientras tanto te ofrezco la satisfacción
de una necesidad menor que puede haber surgido a partir de la principal: la
sensación de indefensión”. Cuando hacemos un regalo a quien nos pide que le
escuchemos estamos obviando su necesidad y ofreciéndole que sea confundida con
otra. Estamos, esta vez de manera literal, ante una sustitución: “tú tienes una necesidad que depende de mí, pero yo ni
quiero satisfacerla ni quiero padecer sus consecuencias, de modo que te ofrezco
algo a cambio de que apartes tu necesidad de mí (de quien, por cierto, no
puedes apartarla, porque soy la persona de quien esa necesidad depende).”
Es evidente que un afecto funcional es siempre superior a un
afecto sustitutivo y que ante la necesidad de afecto (propia o ajena) la
primera tarea es preguntarnos qué función debemos satisfacer y si podemos
hacerlo de modo directo.
Como se puede ver, nos equivocamos al pensar que el afecto
es una conducta única e indiferenciada, y que todo lo afectivo tiene que ver
con la manifestación de cariño o, peor aún, que en la medida en que haya
manifestación de cariño podemos hablar de que hay afecto.
Nos equivocamos también al considerar que el afecto es
siempre útil, que el afecto siempre viene bien, que un poco de afecto nunca
está de más. Ser afectuosx no es una virtud. En todo caso es un rasgo del
carácter y, de aparecer este rasgo, seguramente habrá que hablar también de
necesidad de dar afecto (y la verdadera virtud en este caso estará en saber
recibirlo) si queremos ser capaces de interpretar lo que pasa, de juzgarlo, y
de intervenir del modo más útil.
Por último, vemos también que nos equivocamos si pensamos
que el afecto es siempre bueno, incluso en el caso de que cumpla funciones
eficazmente, porque para que sea justo hace falta que lo sea el cumplimiento de
esas funciones. Dar afecto implica elegir a quién se da afecto, e implica
decidir si esa necesidad debe ser satisfecha. Sólo el afecto ofrecido en estas
condiciones es un afecto bueno, y la capacidad para ofrecerlo constituye una
virtud, mayor cuanto más amplio es el rango de necesidades afectivas capaz de
satisfacer.
Una de las ventajas de esta virtud, por cierto, es que
permite acabar con las necesidades afectivas, liberándonos de la dedicación perpetua,
compulsiva y desesperada a la búsqueda de afecto.
1 comentario:
Este post me hizo recordar un poema de Vinicius de Moraes (Brasil) el Soneto de la fidelidad. Pide que cuando el amor se termine, al menos pueda decir, del amor que tuvo:
"Que no sea inmortal, puesto que es llama, pero que sea infinito mientras dure"
https://www.youtube.com/watch?v=eHgU4ERc7Nc
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