¿Qué se puede aportar a una cuestión tan manida y resobada, tanto por los medios de comunicación como por la cotidiana puesta en común de nuestras vicisitudes amorosas? Gracias a todo ello sabemos de sobra que la pregunta tiene dos respuestas.
La primera la recoge ya el mito de la inasequibilidad delamor a la razón: imposible saber de quién nos vamos a enamorar o explicar por
qué nos hemos enamorado de alguien. El amor es una química astrológica, una
confluencia de energías más grandes que la vida, y nuestra pequeña conciencia
humana sólo puede aceptarlo tal y como llega.
La segunda se aferra a este vocabulario paracientífico y le
añade un carácter demostrativo y predictivo. El reduccionismo biologicista y su
interdisciplinaria sopa de conceptos, nos cuenta la historia de la hormona azul
que se dispara ante la aparición de una pareja apta para la procreación y cuyo
acoplamiento neuroquímico es más reforzado por las condiciones del ecosistema
cuanto más se renaturaliza éste. Y para demostrarlo hay estudios. En
definitiva: que sigue sin depender de nosotrxs.
Sabemos, en realidad, algo más: que ambas respuestas son
mentira, y que sentimos en lo más íntimo que esto del enamoramiento tiene, como
los sueños, algún tipo de lógica relacionada con nosotrxs como personas (no con
los astros ni con nuestra composición química), aunque la densa bruma
determinista nos impida pillar el esquema.
La razón de que esa bruma exista, y de que se embuchen sin
medida a las calderas que la expelen, es que es peligroso que el enamoramiento
pierda su magia. Si el enamoramiento se “entendiera” es muy probable que
dejáramos de hacer la mayor parte de las tonterías que hacemos por amor, y es
muy probable que dejáramos de formar aquellas parejas (alto y amenazador
porcentaje) cuya formación es también una tontería. Si pudiéramos “manejar”
nuestro amor las cosas cambiarían mucho, y las calderas de la bruma
determinista están en manos, sobre todo, de personas que se llaman
“conservadoras” no porque trabajen el sector de la sardina en aceite, sino
porque se benefician de que todo siga exactamente tal y como está.
Por si acaso, se procura que seamos brumafriendly, y se nos advierte para ello de que si se disipara la
bruma se disiparía con ella de las relaciones la famosa e imprescindible
“magia”. Quien dice “magia” dice “ilusión por vivir”. Las relaciones de pareja
tal y como nos vienen, en su paquete comercial, tienen la exclusiva del sentido
de la vida. Nada puede sustituirlas. Una vida donde la felicidad no la
proporcione, sobre todo, el enamoramiento, es una auténtica mierda. Y en las
instrucciones del enamoramiento nos aparece clara la advertencia: “la empresa
no se responsabiliza de cualquier avería provocada por la apertura del
mecanismo”.
En el próximo artículo, y contra toda cautela, vamos a
exponer en líneas generales cómo determinamos el objeto de nuestro amor desde
una perspectiva psicosocial. No cómo elegimos pareja sino, directamente, de
quién nos enamoramos. Nuestra impertinencia no tiene límites. Veremos que se
trata de mecanismos que nos resultarán no sólo comprensibles y de sentido
común, sino perfectamente familiares.
Y, siendo todo tan evidente, ¿cómo es que no nos habíamos
dado cuenta antes? Pues por la bruma, que tiene padrinos. No sólo el sistema
pone a nuestra disposición un arsenal de cuerdas para que elijamos libremente
cómo atarnos.
Cada vez que alguien esgrima la idea de que sobre los sentimientos no se puede mandar, preguntaos en qué le beneficia su supuesta impotencia.
ir a la segunda parte.
Cada vez que alguien esgrima la idea de que sobre los sentimientos no se puede mandar, preguntaos en qué le beneficia su supuesta impotencia.
ir a la segunda parte.
1 comentario:
Creo que en cierto punto, a la gente le gusta sentir que no depende de ellos. Desligarse de esa responsabilidad y culpar al destino. Ser victimas, digamos. Y cuando tenés un poco auto critica, reflexión sobre el tema, podés vislumbrar que siempre decidís, inclusive o sobre todo, en el amor. A ver esa segunda parte, me interesa mucho :)
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