Supongo, porque no lo sé, que cuando has llevado a cabo un
cambio, de cualquier magnitud, en tu identidad de género, y un tiempo después
descubres que tu nueva identidad tampoco te hace sentir exactamente cómodx, se
abre para ti la puerta (aunque hay, obviamente, otros accesos a ella) de la
bigeneridad, postgeneridad, el queer y el género fluido.
No lo sé, digo, porque tampoco sé si hay estadísticas sobre
“retornos de identidad”. Pero de lo que no me cabe duda es de que una identidad
elegida se experimenta, a algún nivel de conciencia, como un estado más
coyuntural que una identidad impuesta por una cultura al completo que se
acompaña, además, de un discurso biologicista. Quien cambió de identidad una vez
es, entiendo, más proclive a cambiar una segunda que el que no lo hizo jamás.
O esto es así, y entonces se puede abiertamente hablar de
“elección” (que no sería, por supuesto, elección como manifestación de una
libertad absoluta, sino condicionada, pero es que ésa es la única libertad, y
la que da sentido al término frente a la falta de libertad del condicionamiento
completo o de la coacción ineludible), o estamos entonces ante una identidad de
género impuesta por la naturaleza.
Me llama siempre la atención la paradoja de afirmar una
identidad de género “natural” que se sobrepondría a una identidad sexual, que
en ese discurso tendría que llamarse también “natural”, pero que sería una
forma errada de lo natural. La identidad de género sería, sin embargo, natural
y verdadera; en ella la naturaleza no erraría. El género sería, por lo tanto,
una realidad esencial subyacente a un sexo marcado “sólo” por las
características fisiológicas. Esta genealogía abriría una pregunta: ¿Existiría
una realidad más esencial y más subyacente aún? ¿Y hasta cuándo podríamos
seguir desenterrando realidades ontológicamente anteriores? ¿Y cuándo podríamos
decir que por fin hemos descubierto quién somos? ¿Y cuántos de estos estratos
de realidad, con sus correspondientes nombres y tecnicismos, seríamos capaces
de memorizar y gestionar intelectualmente?
Ockham se pondría las botas.
No es frecuente que se hable explícitamente de una
esencialización de la identidad, ni siquiera de la de género. Sin embargo, la
retórica esencialista que se usa para empoderar a las diversas identidades
transmite ese mensaje de forma mucho más poderosa que el relativismo de género.
Así, la homosexualidad, la bisexualidad, la asexualidad (orientaciones sexuales
que funcionan, opino, como núcleo de la construcción identitaria), dejan de ser
opciones para convertirse en “descubrimientos”. “Un día comprendí que no me
pasaba nada. Simplemente había nacido asexual”.
La transexualidad sería la inscripción irrevocable en los
cuerpos de esta esencia oculta y felizmente descubierta. En realidad, claro
está, es su materialización. La cirugía, el tratamiento bioquímico, son la
ceremonia iniciática con la que la persona manifiesta su compromiso firme con
su nuevo grupo de pertenencia y adquiere la pertenencia al grupo de pleno
derecho. La unificación y ofrenda de la horda multiforme que habita nuestra
psique, para evitar ya cualquier paso atrás.
Y del lado de la experiencia, de la demostración mediante
algo tangible y señalable, siempre sólo esta “conciencia” identitaria; esta
afirmación individual de que se “es”, sin más prueba que aquello que la persona
sea capaz de escenificar como imitación del grupo al que aspira a pertenecer,
ya se trate de la designación del objeto de deseo, ya del uniforme de género,
ya del trabajosamente aprendido rol social.
En esa persecución, y en esa necesidad de encontrar para el
individuo una identidad colectiva, éstas se multiplican, se homogeneízan y se
exponen en mostradores cada vez más amplios y luminosos, cada vez más
diversificadas, cada vez más próximas a simples mercancías industrialmente
producidas que persiguen al individuo ofreciéndole realizar el sueño de la identificación
mediante un formato express. “Necesitas una identidad”. “Del Real Madrid se
nace”. Y mujer. Y palestinx. Pregúntate “qué has nacido”. Busca tus
condicionamientos y refuérzalos hasta que no puedas escapar de ellos.
En algún momento de toda esta vorágine nos olvidamos de que
“la mujer no nace, se hace”, hasta el punto de que vemos hacer identidades cada
día y creemos descubrir incuestionables realidades neuropsíquicas, que brotan
milagrosamente de la húmeda, fresca y verdadera madre tierra, como si fueran
ababoles.
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