Esta noticia tiene ya meses, pero la polémica que suscita
y el problema al que da actualidad no sólo siguen vigentes, sino que esa
vigencia permanece lamentablemente intacta. No he encontrado información sobre
si la FIFA piensa seguir aplicando el protocolo de verificación del sexo en las
próximas citas internacionales, pero logró aplicarlo en el Mundial de Canadá
celebrado este verano y las deportistas tuvieron que tragárselo.
El problema ha sido acertadamente tratado, no sólo como
una humillación a las deportistas, a las que se exige definirse mediante la
obsoleta categoría de “sexo biológico” cuando su identidad social lo hace desde
la categoría de “género”: El machismo en el deporte, con el fútbol siempre a la
cabeza, reubicaría así a cada deportista en la condición cisgénero, obligando a
aquellxs que no se lo consideran a dar un paso atrás en la definición y
construcción de su identidad.
Pero la humillación se extiende a las mujeres no
federadas, es decir, a todas las restantes, porque la definición de “mujer”
como categoría se realiza mediante un criterio restrictivo: Para
ser mujer hay que mantenerse por debajo de unos máximos. Es decir, que si
superas determinados rendimientos físicos, debes ser investigada porque dichos
rendimientos corresponden a la categoría de “varón”. ¿Os imagináis a Usaín Bolt
expulsado de los JJOO porque su rendimiento supera la categoría de “varón”
(correspondiendo, por ejemplo, a la de “extraterrestre”)? Por supuesto que no.
El varón no sólo es superior; además es ilimitado. La mujer también, por
supuesto, pero en su inferioridad. Nadie denunciará, y menos ante la FIFA, que
un rendimiento por debajo de determinados niveles sea la consecuencia de una
educación en la que ella ha sido discriminada de la formación física. Al
contrario, es el varón el que, de no llegar al mínimo, cae en la categoría
desechable de “afeminado”.
La conclusión de todo esto, para el feminismo, es que
desde el deporte se re-esencializa, con un artificio esta vez indigestamente
grosero, la condición de mujer. Si hubiera algún tipo de lógica de la justicia
política, o al menos una sensibilización social generalizada, la FIFA, y
cualquier otro organismo que forzara la diferenciación sexual, serían
inmediatamente señalados como sexistas, incitadores de violencia contra las
mujeres, y sancionados de modo ejemplarizante.
Pero es que ellos habrán dicho lo siguiente: No se puede
establecer una competición en igualdad de condiciones si no hay una definición
rigurosa de esas condiciones. Dado que no todas las personas tienen las mismas,
éstas deben ser clasificadas. Cualquier otra solución no sería “competición” y
desacreditaría dicha competición frente al espectador. Desde el momento en que
todxs sabemos que un deporte está estructuralmente dopado, por ejemplo, o
cuando se sabe que unxs deportistas parten desde unas condiciones netamente
superiores al resto, ese deporte queda desprestigiado y su seguimiento cae de
forma irremisible. Dennos un modo justo, adecuado, de clasificar las
condiciones de competición, y (si somos capaces de superar nuestros prejuicios
sexistas, así como los de aquellas federaciones más retrógradas cuya
participación se considera imprescindible) lo utilizaremos.
Sería inútil intentar ofrecer esa clasificación
alternativa. Toda clasificación implicaría que, en cada categoría, quienes
estuvieran más cerca de la categoría superior no sólo partirían con la
indeseada ventaja a priori con respecto a sus competidores, sino que además
estarían siempre en el punto de mira de la persecución del fraude, especialmente
si sus resultados eran demasiado buenos.
Así es como funcionan las llamadas “categorías inferiores”, en realidad,
al ser divididas por edad. Quienes están a punto de alcanzar la categoría
siguiente parten de una cierta superioridad a priori que se entiende como cosa
natural y que será compensada al año siguiente por el crecimiento de los
pequeños y el paso de los mayores a otra categoría en la que ahora los pequeños
serán ellxs. Pero se nos dirá que esta jerarquía se vuelve atractiva y capaz de
venderse como espectáculo en la medida en la que hay una categoría reina y
final, y que es en función de las perspectivas de cada deportista con respecto
a esa categoría final como se juzga su rendimiento en todas las anteriores y
subordinadas.
Entonces podríamos ofrecer como solución una sola
categoría, sin más. Todo el mundo compitiendo como si las diferencias físicas no
existieran, y que gane el más capacitado. Que la clasificación se realice de
manera espontánea. Si una o varias mujeres pueden desbancar a uno o varios
futbolistas de élite, que lo hagan. Así habrá sólo “jugadorxs”, y nadie se
preguntará, salvo por curiosidad, si un equipo tiene más o menos mujeres, o
mestizxs, o bajitxs. Se hablará sólo de la calidad de cada futbolista y de si
está a la altura del resto de la plantilla. Se evitarán (o se agravarán) de paso, las idiotas polémicas
sobre la conveniencia de que los vestuarios sean mixtos.
Pero entonces el paso atrás será otro: Cada deporte
filtrará a sus campeonxs en función de las capacidades que se privilegiaron a
la hora de concebir dicho deporte, y éste no servirá para otra cosa que para
reforzar, no ya el sexismo, sino todo tipo de discriminación. Se desharía el
trabajo que se pretende realizar, por ejemplo, con los deportes paralímpicos.
Podríamos, entonces, transformar los deportes y entrar, de
paso, en el terreno de la sociología-ficción, porque aquí sí que hablaríamos de
un movimiento de responsabilidad social para el que la naturaleza ha
imposibilitado a los grandes grupos económicos en cualquiera de los mundos
posibles.
En un deporte así la clasificación sólo serviría para
ayudar a entender qué ha pasado, y muy poco para saber quién fue mejor. Cualquier
buen aficionado al deporte (no a la competición) sabe que tras las monolíticas
tablas clasificatorias quedan ocultas las verdaderamente grandes historias
deportivas. Este enfoque haría que las últimas sustituyeran a las primeras.
Pero, además, y nada menos, haría que el deporte dejara de ser discriminatorio.Parece muy complicado, utópico, inimaginable e inasequible
a nuestra cultura. Pero, en realidad, sólo estamos hablando de que el “deporte”
vuelva a ser “juego”. Todxs hemos jugado mucho más de lo que hemos competido,
porque así empezamos a relacionarnos con las cosas y porque la competición, por
su naturaleza discriminatoria, nos expulsó a casi todxs.
1 comentario:
La verificación de género en el deporte levanta debates sobre equidad. En el fútbol, la inclusión y el reconocimiento de la diversidad desafían las normas y promueven la igualdad de oportunidades.
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