martes, 13 de octubre de 2015

sobre la tierra prometida de la liberación sexual


Me dice un amigo que está muy interesado en la agamia.

Me dice que le preocupa profundamente el problema político que conlleva la familia monoheteronormativa. Me dice que nos pasamos una importante parte del tiempo correspondiente a nuestra vida pública dedicados a luchar por transformar la sociedad en otra más justa e igualitaria, pero que cuando llegamos a casa cruzamos el umbral del conservadurismo y nos entregamos a una estructura familiar tradicional, heredera y reproductora de esos mismos valores contra los que acabamos de luchar.

Que somos de izquierdas a tiempo parcial, me dice, y que destejemos de noche lo que tejemos de día. O, mejor, que nos destejemos de día de aquello que de noche se nos ha tejido en el alma, de modo que no hacemos, por más que trabajemos por lo que creemos bueno, que evitar, al menos, que nuestra presencia en el mundo sea íntegramente conservadora y mala.

Me dice que somos nuestros propios enemigos; que, dado el estado actual de la relación entre vida pública y vida privada, tenemos bastante con atrevernos a reconocer que el elemento en torno al que se estructura el sistema somos nosotros mismos, cuando casi nadie nos ve.

Le pregunto que, si es así, por qué no lleva su interés por la agamia a la práctica.

-Es posible- me replica, -que hayas perdido la perspectiva sobre la verdadera dificultad de salir del marco tradicional cuando éste está completamente construido y cimentado. Cuando tienes hijxs, cuando tu familia ni conoce ni se plantea algo así, cuando vives en una pequeña ciudad, cuando llevas años y años fuera del mercado sexosentimental… Cuando esto no es un tema ni tan siquiera en tus círculos de izquierdas.
-Creo que es un error pretender una transformación de la propia vida privada.- Le digo.- La perspectiva de un cambio traumático es más un freno que un aliciente. Mi opinión es que cada quién debe analizar su situación, entenderla, y elaborar las estrategias para abrir su jaula por el lugar que resulte más sencillo y seguro.

-Yo ya he establecido esa estrategia. Voy a trabajar en la liberación teórica, intelectual. Quiero entender las raíces y las ramificaciones del problema. Seré como Moisés. – Sonríe irónicamente. – Diré: “Disfrutad vosotrxs de la libertad sexual, yo me conformo con haberos traído hasta ella”.

-Pues les vas a dejar un marrón notable. Siento decirte que la “libertad sexual” que se está construyendo no es precisamente la de una “tierra prometida”. Más bien se diría que ahí, al otro lado del umbral del conservadurismo privado, crece una maraña espesa donde el placer empieza a confundirse con el dolor, la libertad con la dominación y los cuidados con la desigualdad. Tal vez hemos sido ingenuxs al pensar que la familia tradicional estaba en perfecta connivencia con el neoliberalismo. Es perfectamente posible, por qué no, que sólo estemos asistiendo al nacimiento de la verdaderamente optimizada máquina de opresión de la vida privada. Quizás sea ahora, aquí, delante de nuestros ojos alucinados, cuando el patrocapitalismo esté pariendo a su verdadero primogénito.
Nunca he visto a mi amigo perder el tiempo en ofenderse, ni en sentirse dolido, ni siquiera decepcionado. Mira, a algún sitio que no soy yo, con la serenidad de un niño al que le acaban de pedir que pase la página del libro de historia y se dispone a conocer algo completamente nuevo allí donde sabía de antemano que encontraría algo completamente nuevo.

-A lo mejor era eso lo que me impedía arrancar. – Me habla como si me informara de lo que está viviendo, como si recordara de pronto que es descortés dejarme al margen de todo lo que pasa ahora por su cabeza - A lo mejor intuía que, en realidad, tenía que resistirme. Puede que ahora empiece a elaborar un plan.


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