lunes, 26 de octubre de 2015

consentid, consentid, malditxs!!!


Observo con algo más que preocupación cómo la liberación sexoafectiva buscada con los nuevos modelos de relaciones adquiere una deriva neoliberal. Podría parecer que no hay nada de lo que sorprenderse, y podría pensarse, incluso, y con buenas razones, que ese giro no es tal, sino el espíritu mismo que habitaba en el origen de estos modelos.

Me abstendré de hacer una valoración en firme sobre la existencia o no de ese origen neoliberal. Sólo recordaré, porque se olvida, que en 1969 Shulamith Firestone nos advertía contra la trama de la liberación sexual, cuya verdadero objetivo era poner el cuerpo de las mujeres a libre disposición de la hermandad masculina.
La importancia cobrada por el tema del libre consentimiento en estos nuevos modelos es uno de los síntomas donde esta deriva se aprecia en estado más puro. Desde el feminismo, el problema del libre consentimiento gira en torno a la discriminación entre sexo voluntario y agresión sexual. En ese ámbito, la pregunta es: ¿Qué condiciones son necesarias para que una relación sexual se considere libremente consentida? Todo el peso recae, lógicamente, en el análisis de estas condiciones, y en descubrir cuáles de ellas han sido históricamente consideradas suficientes cuando, en realidad, no lo eran. Se trata de un uso restrictivo del concepto de “consentimiento” que se centra sobre la persona que consiente, y su corolario es: “No todas las relaciones sexuales que hasta ahora se han considerado legítimas lo son en realidad, incluso cuando aparentemente existe libre consentimiento”.

Pero en su modalidad neorromántica el peso del debate se ha desplazado hacia otra perspectiva radicalmente distinta. La pregunta se enfoca ahora sobre las nuevas sexualidades, y busca el modo de que éstas se lleven a término, para lo cual necesitan, lógicamente, del consentimiento. La pregunta pasa a ser: “¿Cómo debo plantear un deseo sexual para que éste logre el consentimiento?”. No se trata ya, como se ve, de una pregunta restrictiva, sino expansiva, cuyo fin deja de ser reducir el espacio de consentimiento al consentimiento verdadero, y pasa a ser aumentarlo.
Esto encaja bien con la advertencia de Firestone. El libre consentimiento del feminismo se trataba desde la persona que debe darlo (las mujeres), y profundizaba en el análisis de sus derechos. El consentimiento desde la sexopositividad (a la que me he referido antes, con toda intención, como “neorromanticismo”) es el de quien debe obtenerlo. Por el camino se ha perdido el adjetivo “libre”, porque una vez puesto fuera de la persona que lo da, el consentimiento se convierte en un contrato vinculante, cuya virtud para el contratista es que la libertad se dé por hecha. Poco importa que yo intuya que esa libertad no existe, o que ha dejado de existir, o que en el futuro será entendida como inexistente. Yo dispongo de la firma llamada “consentimiento”, y esa firma me permite tratar al contrato con la categoría de ley.

Esta distinción nos permite entender el problema ético con el que nos está enfrentando el tema del consentimiento, y sobre todo el problema con el que se enfrentan lxs “contratadxs” (especialmente las mujeres) en los entornos de las nuevos modelos de relación sexosentimental. Lejos de restringirse la degradación entre personas que se lleva a cabo a través del sexo, las fantasías han adquirido una herramienta de legitimación universal. Todo es legítimo si va acompañado del consentimiento (lo cual deja fuera a niñxs, discapacitadxs psíquicos y animales). El sexo se convierte, por lo tanto, en un espacio amoral, donde nada es moralmente juzgable porque todos los significados son reinventados en él desde la libertad y madurez de lxs participantes.
O eso, que podría ser, u otra cosa, a las claras mucho más verosímil, que es que la liberación sexual llevaba, en su seno, el espíritu del neoliberalismo, y ha conseguido dar un paso más hacia la creación de desigualdad, encontrando el medio de crear esclavxs sexuales y venderlos como si fuera desarrollo.
“Decir que una persona que da su consentimiento no lo hace libremente es machismo”, nos dirán, “paternalismo, e implica que las mujeres no pueden decidir por sí mismas”. Por supuesto que no pueden, cabe contestar. Ni nosotros tampoco. La prueba son las barbaridades a las que queremos someterlas y con las que estamos construyendo una cultura aberrante de la sexualidad alternativa.

También podemos remitirlos, por ejemplo, a la XII Escuela de Feminismo Rosario Acuña, donde algunas de las principales autoridades intelectuales del feminismo en castellano hablan sobre el tema. Ésas que, como los buenos economistas cuando se habla de “economía real”, brillan por su ausencia en los argumentarios  de lxs apologetas del consentimiento.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

En primer lugar, enhorabuena por el blog.

Este artículo me suscita algunas preguntas, y debo aclarar que no soy ninguna experta en estos temas, así que no sé cuán banales o no pueden ser mis dudas.

Cuando dices "No se trata ya, como se ve, de una pregunta restrictiva, sino expansiva, cuyo fin deja de ser reducir el espacio de consentimiento al consentimiento verdadero, y pasa a ser aumentarlo", ¿qué consideras (o qué se considera) consentimiento verdadero? ¿Qué criterios ha de cumplir para ser tal?

Cuando dices "nos dirán, “paternalismo, e implica que las mujeres no pueden decidir por sí mismas”. Por supuesto que no pueden, cabe contestar. Ni nosotros tampoco. La prueba son las barbaridades a las que queremos someterlas y con las que estamos construyendo una cultura aberrante de la sexualidad alternativa.", entiendo que cuestionas el concepto de libertad. Si no hay libertad no puede haber consentimiento, pero entonces tampoco contrato, pacto, acuerdo o acción conjunta, sino alguna otra cosa que no albisco. ¿Cuál sería entonces la situación en la que se dan determinados encuentros (sexuales o de otro tipo)? ¿Luchas de poder tampoco establecidas por agentes libres? ¿Mecanismos sociales o estructurales que se encarnan en determinados individuos en algún momento y espacio?

En el mismo lugar dices "cultura aberrante de la sexualidad alternativa": ¿a qué tipo de prácticas o culturas califica el adjetivo "aberrante" aquí? ¿desde dónde se califica algo de "aberrante", bajo qué criterios? ¿cómo se puede conjugar el asumir que, probablemente, ninguno de los agentes directamente implicados en esa sexualidad lo hacen desde la libre decisión, pero que su decisión deriva en acciones aberrantes? (esta duda me surge porque, bajo mi punto de vista, no hay posibilidad de calificación moral de un hecho si este no es libre, si en él no hay capacidad de decisión - y equiparo capacidad de decisión a libertad).

Y por último, si asumimos que el consentimiento no debe ser la regla para admitir o no determinados encuentros (sexuales o de otro tipo), ¿cuál podría ser la alternativa?

Situnillas89 dijo...

Me resulta un poco difícil de entender por como está escrito el pots, algo enrevesado, aunque estoy de acuerdo con la idea.
Entiendo que se refiere a la denuncia de pensamientos como:
"Somos libres, pues todo vale; debes aceptar cualquier práctica si eres una mujer libre y feminista. Cualquier práctica sexual, en principio, bajo esos parámetros, has de aceptarla"
Y es cierto: machismo pero del fino. Del que llaman micromachismo, que es más difícil de detectar si no estás alerta.
Un apunte:
Los "liberales", el ambiente swinger: si os fijáis, se puede incluir en esta denuncia al "consiente, porque eres libre"

israel sánchez dijo...

Entiendo aquí por consentimiento verdadero aquél que es tratado por parte de quien lo recibe desde una actitud solidaria con el interés del quien lo da. Si creo que el consentimiento de hoy puede ser arrepentimiento mañana, entonces no es consentimiento verdadero, sino falso consentimiento inducido por las circunstancias de hoy. No importa si yo me equivoco por exceso de cautela y “pierdo la oportunidad”. El consentimiento debe ser restrictivo. Cualquier duda debe invalidarlo. Es justo al contrario de cómo funciona un contrato, en el que las partes buscan el aprovechamiento mutuo y consideran que la firma del adversario contractual es una ventaja para mí, independientemente de si es o no una desventaja para él/ella.
No sé si entiendo bien tu segunda pregunta ni si te va a servir mi respuesta. Para hablar de “libertad” hay que hablar de “construcción de la libertad". Se es libre en tanto que se entiende y domina la acción que se realiza. Si me dejan “libre” en una carpintería, por ejemplo, y yo no conozco en absoluto el oficio, mi libertad es trivial, prácticamente inexistente. Todo lo que haré será estropear herramientas, máquinas y material y, por lo tanto, no podré elegir el efecto de mis acciones, o será siempre una elección llena de azar y tendente al resultados caóticos y estériles equivalentes. Mi libertad crecerá a medida que aprenda el oficio y desarrolle la capacidad de hacer cosas en esa carpintería. Del mismo modo, sólo cuando desarrolle mi comprensión de lo que el sexo es, desde los distintos puntos de vista que implica (moral, sociológico, lingüístico, físiológico, psicológico, político…) podré asumir la responsabilidad de hacer cosas en él, y no sólo de seguir impulsos cuyos resultados son inciertos y peligrosos.
Esto se relaciona con el concepto de “aberración”. El sexo del neoliberalismo es en sí aberrante porque consiste en el uso y consumo furioso del/a otrx con el fin de aumentar mi valor sociosexual. Este sexo consumista está moderado no sólo por la represión irracional del propio sistema, sino también por el sentido común moral del individuo: Sé que deseo algunas cosas que nunca tendría que hacer. Lo que no sé es de dónde vienen esas cosas. Pues bien, esas cosas suelen venir de la lógica misma del sexo consumista neoliberal. Cuando busco en mi conciencia construida en el deseo neoliberal aquello que entiendo como fantasía íntima que me confiere identidad, estoy poniendo mi capacidad de actuar en manos del deseo neoliberal, y suprimiendo las barreras del sentido común moral. Cuando decido que mi deseo de destruir a la pareja sexual no es algo tan sencillo como mi cultural deseo de prevalecer sobre el otro a sangre y fuego, sino algo puro dentro de mí que estoy legitimado para liberar, entonces hago cosas como elaborar una “cultura de la asfixia sexual” (y llamarlo “juegos de respiración”), que es el paradigma de un comportamiento aberrante, porque representa, e incluso realiza, la destrucción de la relación de convivencia igualitaria y empática que debería ser el fin de mi libertad.
El concepto “consentimiento” implica ya un enfrentamiento entre partes. Que una conducta compartida requiera el consentimiento de una de las partes es ya altamente sospechoso. ¿En qué otros contextos supuestamente cordiales nos encontramos en la tesitura de tener que definir el tipo de consentimiento? En mi opinión habría que llevar al sexo a ese nivel de cordialidad en la que el consentimiento es innecesario porque la coincidencia de las voluntades participantes es inequívoca.
Muchas gracias, Addie Caddy, por un comentario tan exigente!

israel sánchez dijo...

Situnillas89, la redacción enrevesada es mi cruz. Llegará un día en que seré capaz de explicarme con frases claras y sencillas… Hasta ese día, mil disculpas y gracias por hacer el trabajo de desenredar lo que tendría que dar desenredado yo.
Efectivamente, las consentidoras por antonomasia son las mujeres. Ellas son las víctimas del consentimiento y a quienes se pretende convencer para que consientan en dejarse hacer aquello que implica una desventaja en el intercambio de poder que subyace a la relación sexual. Las fantasías, que es casi como decir “las fantasías masculinas”, muchas de las cuales hoy se han convertido en prácticas casi habituales, casi exigibles en una relación convencional, son, sobre todo, formas extremas, exhaustivas, de posesión. Ni más ni menos. Te invito a que hagas un repaso a las que conozcas. Mil formas de engañar a las mujeres para que el empoderamiento adquirido al conquistar el derecho sobre sus cuerpos les sea arrebatado de nuevo. Se trata de dejar sobre ellas, una vez más, como siempre ha sido, como siempre fue, la huella indeleble del amo que las hizo suyas a mediante la posesión sexual.
Completamente de acuerdo con tu apreciación sobre el ambiente swinger, que no se entiende si no se interpreta desde una perspectiva feminista.