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esa inquietante necesidad de amor que nos atormenta en los primeros años de
juventud llevándonos de una mujer a otra, hasta que, al fin, tropezamos con una
que nos detesta. Entonces comenzamos a ser constantes, nace la genuina, la
infinita pasión, que podríamos expresar matemáticamente con una línea
proyectada desde un punto al espacio; el secreto de ese infinito radica tan
sólo en la imposibilidad de alcanzar el objetivo, es decir, el fin”.
(página
118)
Con
esta sencilla definición, casi una fórmula matemática, describe Pechorin,
protagonista de Un héroe de nuestro tiempo, la esencia del amor y los nunca
bien ponderados misterios opuestos de la fidelidad y la inconstancia. El
mostrar la puesta en práctica de esta mecánica simple a lo largo de apenas dos
centenares de páginas es la causa de que añada esta novela a la bibliografía
antiamorosa.
Lejos
de cualquier especulación biodeterminista, de cualquier nueva receta con la que
obtener el coctel de hormonas definitivo, Lermontov nos explica de modo
sencillo y verosímil por qué nos enamoramos y por qué dejamos de hacerlo. Para
socavar el misterio ante el que todxs fracasamos necesita, eso sí, de un punto
de vista privilegiado. Éste se lo ofrecerá el propio Pechorin, hombre de vigor
y talento al que no se le resiste empresa convencional alguna. Entre estas
empresas, la conquista de toda mujer que pueda constituir un triunfo social y
una satisfacción para su autoestima figura como una de sus principales
aficiones.
Mijaíl Lérmontov desafiándote a un duelo.
¿Qué
sucede cuando se llega al límite del éxito? ¿Qué ocurre cuando todas las
mujeres se han mostrado conquistables y ninguna da al hombre la medida de su
valor mediante una resistencia invencible? Entonces aparece el “hombre
superfluo”; ese arquetipo de la literatura rusa, padre del nihilismo y de la
puesta en entredicho de todos los valores, para quien la estructura social es
una pantomima de mezquindades entrecruzadas e ignorantes.
Pero
el hombre superfluo es algo más. Su vista de águila sobre el mundo del amor, al
que desprecia como tierra arrasada, le permite desentrañar su sentido último
como lucha por el poder. Él, que a todxs ha vencido, descubre que aquello por
lo que todxs luchaban es el vacío de la devastación. Y él, que nada tiene ya
por lo que luchar, prefigura al héroe sádico que, carente de más mujeres a las
que conquistar, buscará recuperar el sentido de su existencia volviendo sobre
las ya conquistadas para profundizar en su destrucción.
si buscáis en google imágenes de "un héroe de nuestro tiempo" os aparecerá esta estampa de Javier Maroto.
es decir, que estamos aún peor que en tiempos de Lérmontov.
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