lunes, 28 de septiembre de 2015

escucha las palabras de romeo (y las del otro) (i)

Ya iba siendo hora de que la música popular, y su inmenso y a la vez muy específico poder ideológico, ocupara su espacio en este blog. A través de la música popular el enaltecimiento del amor y el patriarcado martillea ininterrumpidamente nuestra conciencia y nuestras emociones a través de artefactos cuyo desmantelamiento no siempre es fácil. Estos artefactos, a su vez, nos ofrecen claves privilegiadas para la comprensión de ese mismo amor y ese mismo patriarcado que ayudan a conservar y remozar.

Para inaugurar la presencia de la música popular en “contra el amor” he elegido un fenómeno, o un ejemplo de un fenómeno, que me resulta tan espectacular como siniestro. Intentaré plasmar ambas propiedades con la intensidad con la que me impactan a mí.

Habrá oportunidad de hablar sobre las razones por las que la música popular recibe una crítica tan desproporcionadamente tibia por parte del feminismo y, más aún, por parte de la sociedad. Que la selección al azar de un disco, pertenezca al género al que pertenezca, conlleve una alta probabilidad de ser incompatible con las gafas violetas, es cosa sabida. Pero que se establezca una referencia de exigencias mínimas, como hace el test de Bechdel con la narración audiovisual, o que se divulgue el análisis de obras concretas a partir de una referencia común del estilo del mencionado test, ése ya es otro cantar.

A través de la música popular tragamos espuertas de machismo con una docilidad ejemplar.

La música latina de baile social es, sin embargo, de las pocas (¿junto con El Fary?) que han recibido algún toque de advertencia. Es muy probable que no lo merezcan más de lo que lo hace el rock más machirulo que forma parte de nuestra sagrada tradición occidental anglosajona (desde los Stones a AC/DC, temas de los que en muchas ocasiones sólo se salvan los acordes), pero a cualquiera que haya dedicado un rato a sus letras o a sus vídeos no se le escapará que se lo han ganado a pulso, casi hasta el nivel de la provocación.
No voy a abundar aquí en la crítica al reguetón, género que hasta ahora ha sido el centro de la conflictividad, despectivo y cosificador hasta el hastío. Me desplazaré al que cabría esperar que fuera su opuesto, romántico, caballeroso y seductor por excelencia. Hablo de la inefable bachata.

Por razón de espacio dejaré a un lado mayores consideraciones sobre quién es Romeo Santos y la significación de su figura para la música latina y su expansión por el mundo entero, así como su influencia en la música considerada (im)propiamente occidental. Sólo diré que quien subestime esa significación comete un miserable error que le impedirá valorar su importancia ideológica real.
Aunque el eje indiscutible de la carrera de The King (que así se hace llamar, en eso no se diferencia de sus colegas, la mayoría con sobrenombres no muy sobrados de modestia) ha sido la bachata, sus estratégicas incursiones en géneros colindantes le han permitido ampliar su ámbito de repercusión.

Así, ante la emergencia de la kizomba, nuevo género romántico en el mundo del baile latino (la kizomba, paradójicamente, es de origen angoleño, y su novedad es sólo en cuanto a su difusión a través del canal de la música latina, pues sus inicios se remontan a los años 70), Santos ofreció a sus admiradorxs la posibilidad de adscribirse a la nueva tendencia sin tener que abandonar a su admirado bachatero.

Aquí dejo cuatro minutos para uso y disfrute, tanto de la canción como del vídeo, ambos sin gota de desperdicio. Eso sí, hacedle caso a él, y atended a la letra.

Ale. Hasta dentro de un momento.

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