lunes, 21 de septiembre de 2015

asexualidad: la diversidad diferente

El mundo de la diversidad sexual está de enhorabuena. Al prolijo abanico de orientaciones, filias y parafilias que vamos añadiendo al catálogo de lo visibilizado se ha sumado recientemente la asexualidad. Las autoridades en tolerancia se han apresurado ya a darle la bienvenida, ofreciéndole, incluso, un lugar en la cada vez más extensa sigla, LGTBetc… , donde todas ellas ocupan un mismo e igualitario lugar.

Lxs asexuales han dado, por lo tanto, el primer paso para su correcta y completa integración sociosexual, y su trabajo consiste ahora en seguir organizándose, dándose a conocer, y en contribuir, con ello, a su absoluta normalización. El ideal es que la asexualidad acabe siendo vista y entendida como una forma de sexualidad más. Este proceso y esta aspiración son expresadas con frecuencia mediante la siguiente y ya clásica fórmula: “Antes pensaba que tenía un problema. Ahora he comprendido que no me pasa nada; simplemente soy x (asexual, en este caso).”

Lo único en común que tiene cada instancia de “lo diverso” es su equivalencia moral. Este principio, que parece fácilmente rebatible, es sin embargo el rector contemporáneo en el reconocimiento a las alternativas sexuales. El pantano de la legitimación moral de la diversidad, que se convierte por extensión en el de la igualación de los significados de cada manifestación de esa diversidad (todo el sexo es idéntico en el fondo y tiene las mismas causas y finalidades) daría para muchos textos propios. Si queremos centrarnos en la asexualidad habrá que alejarse de él o, al menos, vadearlo. El mejor camino que se me ocurre para pasarlo sin perderlo de vista es una particularidad con la que esta nueva tendencia nos sorprende: La cuantitativa.

Las cifras de asexuales detectadxs o presuntxs por quienes las han estudiado oscilan entre un 1 y un 3% de la población, de donde quiera que ésta sea. Se trata de una proporción singularmente alta para constituir un descubrimiento tan reciente. ¿Dónde habían estado lxs asexuales hasta ahora? Y, más importante: ¿En qué medida se les había confinado allí? Se diría, por pura deducción, que estamos ante otro caso de represión de una orientación sexual. Pero no ante un caso cualquiera, sino ante uno que afectaría, sólo en España, a medio millón de personas. Y nosotrxs sin enterarnos.

Pero la biología acude, como casi siempre, en el auxilio de nuestra mala conciencia: La asexualidad está también presente en el comportamiento animal, en el que se ha observado un porcentaje coincidente con el de la especie humana. La asexualidad animal se define como la ausencia de manifestaciones de deseo sexual y, hechas las oportunas matizaciones que nuestra especie, por dignidad, exige (hay quienes tienen algo de deseo, aunque muy poco; hay quienes sólo desean a un determinado número reducidísimo de personas; hay quienes experimentan deseo, pero sólo hacia sí mismos; y un infinito etc…), se podría decir que la asexualidad humana no es más que una continuidad en el proceso evolutivo.

Como vemos, la asexualidad no sólo es otra alternativa sexual más (biológicamente acreditada), sino que además presenta la ventaja de ser fácilmente gestionable porque, estrictamente hablando, nada necesita para ser satisfecha, ya que nada desea. Lxs asexuales “humanxs”, como lxs otrxs, no eran conocidxs, entre otras cosas, porque su orientación no pide pan. Desde la perspectiva de la integración social estamos ante ese caso: El chollo. Como cuando nos enseñaban la tabla de multiplicar y nos decían “si se multiplica por 0, da igual el número, el resultado siempre es 0”. Entrañable, el 0: el único que nunca da problemas. Recuerda a esa inmensa parte de la población que nunca se plantearía siquiera comprarse un yate, así que no hay que plantearse tampoco el repartir con ellxs los que ya existen.

Pero otro hecho viene a despertarnos de este sueño de paz social con lxs simpáticxs asexuales.  Citaba aquí Alba Rico un documental que yo no he visto, pero que no necesito ver para creer en la magnitud de lo que expone. Se decía en él, por lo visto, que en el Japón actual un 70% de la población no mantiene ningún tipo de relación sexual con otras personas.

El 70%.

Creo sinceramente que habría que hacer el ejercicio de probar a llamar “asexuales” a este 70%, sólo por ver a qué conclusiones nos lleva. Sólo por ver si nos estalla la cabeza.

Si el 70% de la población de algún sitio, no importa cuál, se mantiene al margen de ese superproducto del merchandising contemporáneo, de ese alfa y omega del consumismo, que es el sexo; si un porcentaje tan inmenso deja fuera una mercancía que no sólo se presenta como todo bondad hasta en los intersticios más replegados de la comunicación social, sino que dispone de una infraestructura que la naturaleza ha universalizado más de lo que cualquier sociedad de consumo puede llegar a hacer jamás (siempre ha habido más gente sin pan que sin genitales), entonces es que ese producto, digámoslo claramente, y que me desmienta cualquier publicista, es una auténtica mierda.
Y que nadie me diga que el sexo mueve montañas. El deseo lo hace, sin duda. Pero no hablamos del sexo con el que la gente fantasea y por el que se deja la piel con la que pretendía disfrutar de él. Hablamos del que obtiene. De ese que aborrece hasta tal punto que abandona definitivamente por él, no sólo a él, sino a las fantasías mismas.

Si dejamos la biología donde le corresponde, tendremos que establecer un vínculo entre el 1% de asexuales y el 70% de personas que no practican sexo (en Japón. Cuidado con hacer el estudio aquí, no nos llevemos un susto) que vaya más allá de la adjudicación de una nueva etiqueta o franja en la colorida bandera de la diversidad.

Si no queremos apelar, al estilo de Rajoy, al civismo de “la mayoría silenciosa” asexual, que demostraría con su asexualidad no activista que ésta les resulta satisfactoria, tendremos que reconocer lo que desde el primer momento parece una evidencia ensordecerdora: La asexualidad visibilizada es sólo una representación, aún insignificante, de la asexualidad verdadera en nuestra sociedad; del rechazo mayoritario de nuestra sociedad a tener relaciones sexuales tal y como nuestra sociedad las ofrece.

Como esto ya me va quedando largo dejaré sólo apuntadas dos razones a cual más golosa para que este rechazo general al sexo esté, hoy y aquí, teniendo lugar.

-La primera la mencionaba Amelia Valcárcel en una de sus imprescindibles intervenciones en la XII Escuela Feminista Rosario Acuña a finales del pasado Junio. Venía a decir, reforzando el testimonio de otra ponente, que cada vez se encontraba más casos de chicas que necesitaban plantearse el lesbianismo como modo de mantener alguna forma de sexualidad que no las sometiera a las humillantes y traumáticas experiencias a las que los hombres estábamos cada vez más educados a someterlas. Estas mujeres, normalmente con formación feminista, habían descubierto que las relaciones con los hombres, tal y como nosotros las llevamos a cabo, son sistemáticamente degradantes, y se vuelven intolerables para quien se ha puesto las tan necesarias gafas violetas. No puedo estar más de acuerdo. ¿Cuánta resistencia a ser degradadas se oculta tras lo que los hombres solemos llamar “puritanismo”? Pues habría que decir que, en teoría, y si el feminismo consigue seguir progresando en su expansión como sería deseable, cada vez más.

-De la segunda he hablado aquí mil veces. El sistema amor-sexo se ofrece como parte indispensable del entramado capitalista y arrastra su jerarquización competitiva, produciendo, bajo una inmensa masa de desfavorecidos en condiciones límite de superviviencia, otra aún mayor de marginados sexuales que, como no necesitan el sexo para mantenerse con vida, aceptan de buena gana dejar de luchar en una liga en la que cada enfrentamiento es una derrota por goleada.


Por eso, entre otras cosas, la asexualidad no es la más amable de las orientaciones sexuales, sino uno de los más sangrante síntomas de la injusticia de nuestra cultura sexual. Nuestra tarea es no permitir que, ahora que empieza a visibilizarse, sea confinada a la ruin, aséptica e insonorizada jaula zoológica que le ofrece la cultura de la diversidad (“pasado el recinto de los espectaculares trans, la jaula de las feroces lesbianas, y el espacio en el que los amigables gays pueden correr en semilibertad, allí, en su ciénaga natural, amontonadxs e inactivxs, una manada de grises asexuales. No se molesten en darles de comer, porque su reacción es inapreciable y decepcionante”).

La emergencia de la asexualidad es un puñetazo en la cara de la monogamia heteronormativa, pero no sólo de ella. La asexualidad tampoco encuentra su sitio en el tedioso catálogo de alternativas que a aquélla se ofrecen desde los supuestos márgenes del sistema. Esta “abstención”, como la otra, presenta al sistema la paradoja indigerible de su rechazo pasivo y masivo. Y, como la otra, sólo en una pequeña proporción adquiere conciencia y se reivindica como opción significante. Pero su significado no es, y no puede ser, la libre no participación. Canalizar la asexualidad hacia la libre elección de la insignificancia es usurpar su voz para decir, en su nombre, que quien no tiene lo que yo tengo y quiero es porque no lo quiere como yo. Es, por antonomasia, la negación de la desigualdad mediante el encierro de los desiguales en una jaula insonorizada.
Así que, bienvenida la asexualidad. Pero una asexualidad valiente, reivindicativa, descarada, peleona y, por qué no, revolucionaria.

Lxs asexuales parten de una ventaja moral e intelectual, y es que contemplan la posibilidad de renunciar a follar. Frente a la gran mayoría de lxs activistas de las sexualidades alternativas y diversas, para quienes, en demasiadas ocasiones, primero es follar y después vienen los principios, un auténtico superpoder.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Por qué no quiero tener relaciones sexuales?:
http://elpais.com/elpais/2015/10/12/ciencia/1444662630_695793.html

“Ni siquiera me acuerdo de que el sexo existe”:
http://elpais.com/elpais/2015/02/17/buenavida/1424186745_415697.html