Son dos las razones que normalmente esgrimo para explicar la necesidad de la agamia
La primera es que las relaciones, tal y como
las conocemos, no funcionan.
Es, sin duda, el argumento estrella, y a él se apuntan todas las propuestas no monógamas. Un importante sector de nuestra sociedad sigue creyendo en la necesidad de las relaciones monógamas heteropatriarcales, pero gran parte de esxs defensorxs reconocerán, por experiencia, que el modelo conduce a la infelicidad. La idea de la pareja como tormento necesario reduce el número de sus verdaderos fans a un porcentaje escaso de conservadores estrictos cuya presencia es prácticamente nula en cualquier ámbito de discurso serio.
Es, sin duda, el argumento estrella, y a él se apuntan todas las propuestas no monógamas. Un importante sector de nuestra sociedad sigue creyendo en la necesidad de las relaciones monógamas heteropatriarcales, pero gran parte de esxs defensorxs reconocerán, por experiencia, que el modelo conduce a la infelicidad. La idea de la pareja como tormento necesario reduce el número de sus verdaderos fans a un porcentaje escaso de conservadores estrictos cuya presencia es prácticamente nula en cualquier ámbito de discurso serio.
El otro argumento es mucho más importante, pero su éxito, tengo que reconocerlo, no se
puede comparar. Es, por supuesto, anatemático para quien ya encontraba inaceptable
la primera crítica. Pero quienes la compartían no acostumbran a ser mucho más
receptivxs.
Eso que sólo ven unxs cuantxs o que no parece preocupar demasiado es que las relaciones son injustas en su distribución.
Las relaciones, del mismo modo que cualquier otro bien en un sistema neoliberal, se distribuyen según criterios salvajemente desiguales. Tres son las gravísimas consecuencias: a) La desigualdad genera, de por sí, un estado perpetuo de escasez social. b) La desigualdad genera, así mismo, una extraordinaria competitividad por las relaciones, que es el origen principal de su deterioro. c) Por último, la desigualdad crea una ingente masa de marginadxs y desposeídxs que son visibilizadxs sólo como casos aislados, excepcionales, pero que conforman la verdadera alma y fundamento del sistema: El infierno con el que éste aterroriza al resto para que luchen de modo fraticida por su éxito individual.
Eso que sólo ven unxs cuantxs o que no parece preocupar demasiado es que las relaciones son injustas en su distribución.
Las relaciones, del mismo modo que cualquier otro bien en un sistema neoliberal, se distribuyen según criterios salvajemente desiguales. Tres son las gravísimas consecuencias: a) La desigualdad genera, de por sí, un estado perpetuo de escasez social. b) La desigualdad genera, así mismo, una extraordinaria competitividad por las relaciones, que es el origen principal de su deterioro. c) Por último, la desigualdad crea una ingente masa de marginadxs y desposeídxs que son visibilizadxs sólo como casos aislados, excepcionales, pero que conforman la verdadera alma y fundamento del sistema: El infierno con el que éste aterroriza al resto para que luchen de modo fraticida por su éxito individual.
Como se ve, la primera crítica se puede englobar en la segunda, y no es, en realidad,
más que su perspectiva individual. Esta relación puede explicar la falta de eficacia de la primera y la falta de popularidad de la segunda.
El amor es una ideología estrictamente individualista. Quien tenga la valentía de ser críticx con su experiencia, pero a la vez se mantenga fiel a los dictados del amor, se resistirá a trasladar esa crítica a una escala social. Para el amor, la perspectiva social implica varios pecados mortales, es decir, varias incompatibilidades con su realización exitosa. Y quien sólo deja o critica a la pareja heteronormativa (no al amor mismo) porque no le es satisfactoria evita el supuesto suicidio de seguir insatisfecho contraviniendo los preceptos amorosos.
El amor es una ideología estrictamente individualista. Quien tenga la valentía de ser críticx con su experiencia, pero a la vez se mantenga fiel a los dictados del amor, se resistirá a trasladar esa crítica a una escala social. Para el amor, la perspectiva social implica varios pecados mortales, es decir, varias incompatibilidades con su realización exitosa. Y quien sólo deja o critica a la pareja heteronormativa (no al amor mismo) porque no le es satisfactoria evita el supuesto suicidio de seguir insatisfecho contraviniendo los preceptos amorosos.
Este negacionismo tiene varias formulaciones, cuya refutación es casi inmediata
desde este marco explicativo, y que se derivan directamente de los
condicionantes generados por la heteronormatividad misma a través de la
ideología amorosa.
En primer lugar, se nos dirá que las relaciones no son competitivas. Esta falta de competitividad
interior a las relaciones se plantea como una falsa causalidad: Para estar en
una relación es necesario no competir. Competir sexosentimentalmente con la
pareja parece la definición misma de la estupidez, y la razón perfecta para
optar por la separación. Pero recordemos que nosotrxs hablamos desde una perspectiva que
ya es crítica con la pareja, es decir, que ya reconoce que la pareja es
estructuralmente disfuncional. La
distancia que se establece entre el reconocimiento de que la pareja es disfuncional
y el reconocimiento de la causa de esa disfunción es, precisamente, la
resistencia que permite conservar la pareja en su estado disfuncional.
Entre la contradicción de tener pareja y ser crítico con la pareja, y la
contradicción de reconocer la disfuncionalidad de la pareja pero no el origen
de la disfuncionalidad en el marco de competitividad social en el que se
establece y que la inunda, existe un paralelismo que hace que las
contradicciones se anulen. Mi contradicción vital tiene que ser sustentada por
una contradicción en el discurso, y hela aquí.
El negacionismo se formula también contra la escasez sexosentimental. Es
característico del discurso gámico no monógamo (poliamoroso, swinger…) decir
que al escaso sexo heteropatriarcal formal, subyace un piélago de sexo
clandestino y escondido que inunda el heteropatriarcado. El mundo de la pareja
tradicional sería, una vez incluido su submundo sexual, una orgía universal y
oculta. Este es un argumento clave a la hora de sustentar el discurso poliamoroso:
Dado que en realidad vivimos una doble moral sexosentimental, que se traduce en
una doble vida, sincerémonos a través de un modelo que acepte e incluya
cordialmente esa doble vida inevitable.
Pero no es muy sincero. Que el patriarcado ha establecido siempre un doble rasero
sexual para el hombre y para la mujer es un hecho. También lo es que ese doble
rasero se convirtió en doble o falsa moral con el advenimiento de la burguesía
y un cierto nivel de igualdad dentro de la pareja que exigía del hombre, al
menos, discreción. Pero que el acceso a este sexo clandestino tenía un
componente desigualitario, no sólo de género, sino también de clase, parece
igual de claro. La doble moral del varón burgués no se podía comparar a la del
obrero. Nosotrxs (todos los géneros) heredamos esa desigualdad y la vivimos en forma de escasez
sexosentimental social, con las excepciones que la propia desigualdad implica:
Clases dominantes, guetos y grupos autogestionados.
Cuando escucho decir que quien realmente quiere sexo lo encuentra creo estar oyendo al
empresario explotador o, peor aún, a alguno de sus estómagos agradecidos,
diciendo que el que quiere trabajo lo encuentra. ¿Las condiciones? Eso ya es
pedir mucho: Las personas no tienen sexo porque no lo quieren lo bastante ni
están dispuestas a sacrificarse lo bastante para conseguirlo, del mismo modo
que las sociedades pobres tienen el germen de su pobreza en su propia molicie.
Si este discurso tuviera la valentía de volver la mirada sobre su propia vida
sexual descubriría la misma miseria que atormenta al resto, pero con el matiz
de diferencia que distingue el capital de un pobre avaro del de un pobre
promedio.
La última gran negación, y por supuesto la más grave, es la que rechaza la
existencia de una base social de excluidxs sexosentimentales. Tenemos la falsa
meritocracia tan asumida dentro de la filosofía del amor, hasta tal punto
aceptada la idea de que a cada quién le corresponde, por su lugar en la
sociedad, una determinada calidad de vida sexosentimental, que el ejército de
desposeídos nos resulta no sólo invisible, sino casi inconcebible. Si corremos
el velo de nuestra ceguera enseguida descubrimos, sin embargo, que estamos
rodeadxs, y en íntimo contacto con ellxs. Si es que no somos nosotrxs mismxs.
Pero nos pasa con la gran masa desposeída exactamente lo mismo que con lxs desposeidxs de patrimonio. Su situación es tan grave, tan lejana de lo que nosotrxs estaríamos dispuestxs a aceptar (o a soportar reconocer ante nosotrxs mismxs en nuestra propia experiencia), que su reconocimiento es el reconocimiento de una culpa inasumible. Preferimos refugiarnos en el más despreciable de los respetos, y decir que hay sexualides diversas, y que cada unx elige la suya, y que no somxs quien para juzgar lo que hacen lxs demás (siempre que tengan la decencia de hacerlo entre ellxs, sin aspirar a incluirnos a nosotrxs).
Pero nos pasa con la gran masa desposeída exactamente lo mismo que con lxs desposeidxs de patrimonio. Su situación es tan grave, tan lejana de lo que nosotrxs estaríamos dispuestxs a aceptar (o a soportar reconocer ante nosotrxs mismxs en nuestra propia experiencia), que su reconocimiento es el reconocimiento de una culpa inasumible. Preferimos refugiarnos en el más despreciable de los respetos, y decir que hay sexualides diversas, y que cada unx elige la suya, y que no somxs quien para juzgar lo que hacen lxs demás (siempre que tengan la decencia de hacerlo entre ellxs, sin aspirar a incluirnos a nosotrxs).
Salta a la vista que las dos razones expuestas son de la máxima importancia. Pero
empiezo a pensar que hay otra que debería preocuparnos aún más y que expondré
en la segunda parte de este texto.
ir a ¿POR QUÉ LA AGAMIA? (ii)
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