En esta obcecada carrera amorosa, la persona enamorada
construye los cimientos definitivos de lo que, tentativamente, culminará con el
sacramento gámico último del matrimonio. Los vaivenes emocionales que ocasiona
esta carrera, emanan precisamente de la ansiedad que produce a la persona
enamorada la posibilidad de no ver realizada la empresa gámica. Las
circunstancias adversas obligan a lxs enamoradxs a tomar decisiones radicales,
con tal de garantizar la culminación de sus anhelos gámicos; y ciertamente, ese
estado de enamoramiento, esa especie de borrachera afectiva les faculta en gran
medida para tal fin. Los tamiles del sur de la India tienen una palabra para
definir ese estado de sufrimiento romántico: mayakkam, que significa
embriaguez, mareo, delirio.
Ahora que sabemos que la naturaleza neurobioquímica de este
estado está íntimamente ligada a los mecanismos con que accionan ciertos
compuestos farmacológicos, podemos sugerir que si el sexo es el sacramento del
gamos, el enamoramiento puede ser entendido como el vehículo eucarístico gámico
por antonomasia. Bajo esta lente, el enamoramiento es una herramienta de
comunión extática, una especie de soma endógeno que anuncia la voluntad para la
consumación del gamos, en tanto que la persona enamorada “no tiene ojos para
nadie más” y está dispuesta a todo por su ser amadx. Bajo los efectos de esta
ebriedad gámica, se moldean los destinos de lxs enamoradxs, al amparo de un
modelo que alienta la radicalidad de este pacto que termina por moldear también
los destinos del grupo.
La experiencia de estar enamoradx no es más que una especie de
embriaguez endógena, alimentada por la filosofía del amor y asumida como rito
de comunión gámico. En la consumación de este rito eucarístico se encuentran
las raíces de la categorización gámica; ya que, por una parte, solemos
enamorarnos de lo que la agamia llama el/la “guapx”; y por otra, sellamos sin
muchos reparos ese pacto de exclusividad gámica que tanto se dificulta cumplir
cuando los efectos de la droga han cedido. El modelo gámico nos empuja a asumir
compromisos definitivos, a través de un mecanismo que es, por naturaleza,
pasajero, momentáneo. Ciertamente, “sigue a tu corazón”, no es la respuesta que
solemos dar a una persona borracha. Sin embargo, es ese el axioma que dicta el
devenir afectivo del individuo tanto como del colectivo.
De modo que, para desmantelar la sobredosificación afectiva
impuesta por el modelo gámico, es necesario asumir al enamoramiento como una
experiencia que, si bien llega a ser catártica, no deja de ser pasajera. Si las
personas enamoradas pueden ser más creativas, sensibles, empáticas, amables,
felices, la agamia debe plantearse como una alternativa que considere el
potencial que tienen este tipo de experiencias como herramientas de cohesión
social; bajo el principio de la “ebriedad sobria”, aquella que faculta para el
goce, mientras minimiza el sufrimiento. La construcción de una noción de
“ebriedades afectivas”, se hace imperante si se pretende desmontar el entramado
gámico, fuertemente sostenido en el ritual eucarístico endógeno mencionado.
Claro que, para estar en condiciones de construir cualquier
noción asertiva de ebriedad afectiva, es necesario desmantelar de forma
conjunta la noción prohibicionista que asegura que la ebriedad es un artificio
potencialmente devastador para el ser humano. Sin la reintroducción cultural de
los “vehículos embriagantes”, será imposible construir una noción efectiva en torno
a la ebriedad que supone el estado de enamoramiento. Hace falta reconocer en la
intoxicación una herramienta culturalmente válida, antes de estar en
condiciones de demoler el rascacielos de la ebriedad gámica.
1 comentario:
Efectivamente, el enamoramiento tiene como función ser el "vehículo eucarístico", el vino embriagador que permite la toma de decisiones insensatas.
Hoy se habla de la New Relationship Energy para hacer referencia a ese estado desde una perspectiva edificante, no monógama, exclusivamente hedonista.
Sin embargo, la forma misma de la embriaguez no puede conservarse sin generar consecuencias que apenas varíen salvo en lo cuantitativo.
En el fondo, la NRE no es más que un "enamoramiento pequeño", manejable, no devastador, cuya contrapartida es también un entusiasmo de proporciones moderadas, propio de la monogamia secuencial o del gamos poliamoroso.
Nuestra embriaguez, por lo tanto, no sólo debe manejar las expectativas que desarrolle desde la conciencia del estado de embriaguez, sino que, además, debe ser otra, generada por otra conciencia que establece otras expectativas, que actúen como sustancias diferentemente embriagadoras.
Nuestra cultura amorosa canaliza toda embriaguez afectiva hacia el enamoramiento gámico. Nosotrxs debemos generar una cultura instrumental de la embriaguez afectiva que se diversifique según fines libremente elegidos.
Es, como bien dices, la embriaguez el concepto que debe ser rescatado, y no el enamoramiento, porque éste dispone de un guión cerrado con respecto al cual, una vez dentro, sólo podemos distanciarnos mediante formidables esfuerzos contracorriente.
Ni el gamos, ni su complejo conceptual, deben ser objeto de melancolía alguna.
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