La construcción de nuestra vida
social requiere de la conformación de vínculos estables. Este anatema, que más
parece un precepto heteronormativo que una ley universal de la socialización,
es, en realidad, una obviedad. Dejemos para otro momento las disquisiciones
sobre el concepto de libertad
positiva y negativa. Recordemos aquí, simplemente, que para la realización de cualquier acción compartida necesito saber que
la/el otrx va a realizarla conmigo. Si voy a cenar con alguien, necesito
saber que esa persona acudirá a la cita, y que no la interrumpirá, e incluso
que ofrecerá cierta disposición de ánimo adecuada a un encuentro. Hay cosas que
requerirán de una estabilidad muy segura (conducir con cuidado), y otras de una
muy prolongada (escribir un libro), y las hay que, como el ejemplo de la cena,
serán menos exigentes.
Mis posibilidades en sociedad, y
las posibilidades de la sociedad misma, crecen en la medida en que establezco
vínculos adecuados, que aumentan mi libertad, y decrecen en la medida en que
esos vínculos son inadecuados o, simplemente, no existen. Dicho de otro modo: mi libertad aumenta en la medida en que
puedo contar con lxs otrxs.
Existe una corriente poliamorosa
y anarcorrelacional que considera la absoluta no generación de expectativas
como la forma adecuada de acabar con los celos: la/el otrx hace y hará siempre
lo que desee, y nuestra responsabilidad es no esperar nada en concreto, de modo
que evitemos después la frustración y el sentimiento de injusticia que produce
la decepción de una ilusión relevante. Se llega a hablar de compromisos
elementales, de sentido común, de civismo (fregar los cacharros, no robar…),
pero nada más, sobre todo en lo que se refiere a la vida íntima.
La intuición que conduce a esa
reflexión es que cualquier compromiso es una amenaza para la libertad; y es
correcta. Pero vemos ya que la norma en la que toma cuerpo es contradictoria.
Este poliamor hablaría de una completa falta de libertad íntima (una absoluta
incapacidad para hacer nada con nadie, salvo por pura coincidencia), por
ejemplo, dado que, en ese ámbito, nunca podríamos contar con lxs otrxs para
nada. Volvería al temido punto de partida de la monogamia heteronormativa: la
jaula sexosentimental.
Mi libertad aumenta, decía, en la
medida en que puedo contar con lxs otrxs. Pero, ¿en qué puedo contar con lxs
otrxs?
Una expectativa legítima es la que se forma en base a lo que
razonablemente podemos esperar del/a otrx, ya sea porque nos lo determina
así nuestro sentido de la justicia o porque la relación entre ambxs produce un
acuerdo implícito.
No necesito un acuerdo implícito
ni explícito para esperar del/a otrx que no me agreda. Mi sentido de la
justicia me dice que no puede hacerlo. Si lo hace protestaré pidiendo,
precisamente, justicia, y si mi protesta es inútil, si se repite la agresión, o
ésta era originalmente abusiva, mi protesta se transformará en indignación y
necesitaré tomar medidas que desempoderen a la/el otrx. Mal que bien, la ley
suele recoger estas medidas. O al menos así debería hacerlo.
Para que se produzca un acuerdo
implícito necesito, sin embargo, remitirme a la relación. Habrá acuerdos implícitos allí donde se entienda así a partir de una
observación realista que juzgue también de manera realista. Lo que la
relación, en su práctica, no me dice, no puedo sobrentenderlo. Si valoré la
existencia de un acuerdo sin que pueda deducirse de la relación, si generé una
expectativa a partir de ese acuerdo, si este acuerdo no se cumplió y yo me
indigno, entonces mi indignación es ilegítima, porque la expectativa también lo
era, ya que no era razonable.
Veámoslo volviendo al ejemplo de
la cena.
Las personas 1 y 2 han quedado
para cenar juntas, y una persona 3 lo hace en otra mesa. Ésta última tiene una
relación mínima con ellas, que puede remitirse a una idea general de respeto
social. Ya se sabe: No montarla, no eructar, pagar su propia cuenta… Aunque
cabe que la escasísima relación propiciada por la cena produzca pactos implícitos (si 3
deja libre su lado del perchero, 1 y 2 podrán ocuparlo sin esperar que, de
pronto, 3 decida usarlo para colgar, por ejemplo, la camisa, a pesar de que, en
justicia, ese lado del perchero le corresponde a 3).
Entre 1 y 2 el pacto es más
amplio, pero no por ello complejo o difícil de manejar. Ambxs dan por hecho que
la cena se desarrollará hasta su final, y que se le concederán las diversas
atenciones que correspondan al motivo de la cena, ya se trate de una
celebración, de una muestra de agradecimiento, o de una cita para que 1 se
desahogue con 2 contándole un problema. Si ambxs han dado pie a generar una
expectativa razonable sobre el buen discurrir de la cena (es decir, si ambos
saben que la/el otrx no es un/a aguafiestas en quien no se puede confiar el
éxito de una noche), el incumplimiento del pacto implícito por parte de
cualquiera de lxs dos generará, en la/el otrx, protesta o, incluso,
indignación. Si dicha protesta no es atendida y satisfecha, será
responsabilidad de/la indignadx modificar las expectativas de la relación y,
con ello, la relación misma (en algo afectará, seguramente, a sus siguientes cenas, si es que éstas tienen lugar).
Para que este mecanismo tan
sencillo pueda actuar con la fluidez que sería deseable, debe presentar una
diferencia radical con respecto a la relación gámica: lo llamaré “desinterés”,
como en los juicios kantianos, a riesgo de que se confunda con algo así como
“despreocupación”. A diferencia de las relaciones gámicas, contaminadas del
deseo perturbador de conservarlas y hacerlas crecer a cualquier precio, las relaciones ágamas deben ser libres para
evolucionar según las expectativas razonables que en ellas se vayan
estableciendo. Tanto su crecimiento como su retracción deben ser
consecuencia, no del deseo, sino de lo más oportuno en cada caso. Ésa será la
manera de optimizarlas.
1 comentario:
La reciprocidad, en la medida de las posible, es lo que considero justo y un acuerdo implícito mínimo en cualquier relación, contando con la diversidad de necesidades de cada uno, a veces, incluso, divergentes.
Tal vez las relaciones libres sin compromiso tengan màs que ver con el egoísmo que con la libertad en un contexto de interdependencia como es la comunidad humana. Eso se confunde a menudo, y alimenta los valores neoliberales màs que otra cosa, el individualismo y el egocentrismo básicamente.
En la teoría yo rechazaba el establecimiento de expectativas y de etiquetas en las relaciones afectivas no de parentesco, pero en la pràctica esto genera mucha inseguridad y desorientación, y lo primero (expectativas razonables no cubiertas) no creo que se solucione con otras relaciones porque aunque la gente no sea imprescindible tampoco es sustituible y en lo segundo (etiquetas) creo que podemos prescindir de la simplificación, pero no de ellas completamente, en el fondo, aunque no las hagamos explícitas.
Lo que creo es que el secreto està en el equilibrio y la flexibilidad.
Es decir, que hay que tratar de no dar por supuesto casi nada de una forma absoluta y permanente, pero en parte sí. Y tener una actitud muy abierta ante el tipo de relacción que tengo o puedo tener con alguien.
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