Y es
que el problema teórico es otro cantar. Porque, ¿qué es la prostitución?
El
patriarcado nos dirá que no es otra cosa que el uso del sexo como mercancía. No
el uso de la persona, sino de la actividad sexual. El feminismo nos recuerda
que ese comercio se da en condiciones de opresión, de modo que la realiza y la
incrementa (hemos
visto que las posiciones feministas deben dar un paso atrás y volver a la
reflexión teórica para poner en primera línea práctica el verdadero asunto en
juego: la esclavitud sexual). Pero, mientras que el abolicionismo entiende
que la opresión es consustancial al comercio sexual, el feminismo regulador
parte en general del principio de que sólo hay opresión en las condiciones
concretas que impone el patriarcado.
No deja
de ser curioso que se entienda al patriarcado como eliminable de un ámbito que
hasta tal punto lo representa, y que el hecho mismo de que la prostitución sea
en su inmensa mayoría femenina no implique unas condiciones absolutamente
“despatriarcalizables”. Parece claro que la conjunción de intereses, tanto
profesionales como lúdicos, han reforzado hasta una posición algo conformista y
cegata la defensa de la prostitución. Si hacemos por imaginar el arco de
actividades englobadas bajo el concepto “prostitución”, así como la diversidad
de clases sociales y poderes adquisitivos entre los que tiene lugar, sólo
podemos concluir que su existencia refuerza tanto la opresión capitalista como
la patriarcal, profundizando su poder de sometimiento hasta el territorio del
sexo.
Allí
donde la mujer ejerce el poder inalienable del uso de su cuerpo, el patriarcado
le replica que dispone de otros cuerpos para ese mismo uso. Allí donde las
clases se aproximan entre sí, en torno al acceso a un bien que depende de rasgos
caracterológicos, el capital salvaje contesta que, con dinero, lo puede comprar
todo.
La
tesis abolicionista, que identifica al sexo de pago con la opresión, también
cojea. Desmontar esta identificación es tan sencillo como imaginar una sociedad
no patriarcal en la que se produjera algún tipo de comercio sexual, por
testimonial que fuera. Parece que lo que mueve a transformar una identificación
dentro de un contexto en esta identificación sustancial es una cierta forma de
ver el sexo. Y si el sexo tiene una cierta forma de ser visto, es que estamos
cayendo en el patriarcado de nuevo. Las justificaciones teóricas abolicionistas
son, por decirlo de una vez, puritanas, y conllevan una condena a la libertad
sexual misma.
Pero,
si el sexo no debe llevar esa condena, ¿por qué no regularlo como cualquier
actividad, aunque implique la extensión, como decía, de la opresión patriarcal
y de clase? Si aceptamos la regulación del resto de los intercambios
comerciales, ¿no caemos en el puritanismo al denunciar esta opresión
específica, aunque no la califiquemos de sustancial? El mundo no nos gusta, eso
ya lo sabemos, pero, qué casualidad que, al final, siempre combatamos con
aspiraciones de extinción este lado del mundo.
Esta
postura “del sentido común” realiza dos falsas asunciones: en primer lugar, no
aceptamos las regulaciones: las regulaciones nos las encontramos y las
aceptamos ante la ausencia de alternativas estructuradas, desde la conciencia
de que la falta de esas alternativas estructuradas, esa oferta del caos como
alternativa, es el arma que utiliza el sistema para hacer oídos sordos. Nadie
(de entre las posturas expuestas) quiere regulaciones económicas sobre ámbitos
no regulados (el consumo del aire, por ejemplo), salvo si estos ámbitos son ya
opresivos. Y, allí donde lo son, como en el de las drogas, somos suspicaces
frente a la deriva que puede adoptar la regulación (¿a nadie se le ha ocurrido
que en un sistema de consumo de drogas plena y universalmente regulado éstas se
conviertan rápidamente en un mecanismo de opresión más, con drogas limpias,
fascinantes y carísimas, por un lado, y drogas destructivas, enajenantes y muy accesibles,
por otro? Sólo se trataría, en realidad, de un perfeccionamiento de la actual
división entre consumo popular de marihuana y consumo como potenciador laboral
de cocaína).
La segunda falsa asunción es que el
sexo sea un bien igual a los otros. Recordemos que el puritanismo sustancializa
la especificidad del sexo, es decir, afirma su carácter particular y sagrado en
todo contexto. Pero la desmitificación del sexo no se ha producido aún. Antes
al contrario, vivimos en una cultura donde el sexo es la segunda moneda, sólo
menos universal, en su capacidad de intercambiarse por cualquier otra cosa, que
el dinero mismo, y donde esa capacidad está otorgada por su condición (incontrastable)
de placer supremo y fin en sí mismo. Vivimos en el mundo que el puritanismo
describe, sólo que, según él, no podemos cambiarlo.
Es aquí donde la agamia tiene
algo que decir.
1 comentario:
La conciencia de que un acto sea malo o no, no debería entrar en colectivos sí algo es malo lo es en general no según una condición.
A día de hoy hay muchas legisladoras y mujeres en puesto de poder real, echar la culpa al genero masculino como si todo lo malo de la sociedad fuera culpa de los pitos es un error... a ver que política ha dicho que las compresas son un producto necesario y no un articulo de lujo, por poner un ejemplo... son estas mujeres hombres que nacieron en un cuerpo de mujer? travestidos? mujeres con pito? (esto último no es descabellado, mirar las hienas)
En una actividad mayoritariamente realizada por mujeres, por muy diversas circunstancias. También hay gran numero de hombres, por muy diversas circunstancias. Como encajan en el patriarcado estos "chulos" o "prostitutos" o las mujeres que libremente deciden ganarse la vida a costa de la lujuria de otros?
En mi opinión, en la prostitución hay un gran componente genético que nos impulsa a querer tener sexo, a poder ser con una persona que cumpla unos requisitos, mas o menos variables. Tanto por la parte de los hombres como de las mujeres, dejando a toda la raza humana con el mismo problema... a toda la raza humana y en general a todas las especies con reproducción sexual. Este deseo de sexo es el que crea la prostitución no un genero.
Es solo una opinión y, como todas, es discutible.
Discutamos
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