La pregunta del título es el mejor argumento contra la agamia y, a la vez, el
mejor argumento en su favor.
De todo aquello que el rechazo al “gamos” deja en
suspenso, sin seguridad de realización inmediata, es una crianza solvente de
lxs hijxs lo único que no puede permitirse una pausa reflexiva. La agamia es
imposible sin un rudimento de solución alternativa, para la cual necesita
también un vía alternativa infraestructural de la que ahora se carece.
Pero, al mismo tiempo, este obstáculo,
que se encuentra una vez alcanzado el núcleo de lo irrenunciable, pone de
manifiesto la verdadera naturaleza de la pareja. Se desvela así, o se recupera,
la conciencia pre-amorosa que hace entender al gamos como la herramienta para
la producción de descendencia. Este vínculo es éticamente intolerable. Una vez
reconocido el carácter de medio de la pareja, una vez desmitificada como fin
que proporciona la felicidad, se derrumba toda su capacidad de captación.
En la agamia no serán las figuras
pretendidamente naturales del padre y la madre, ni modelo alguno inspirado en
las anteriores, quienes realicen el trabajo reproductivo enajenado por el amor.
Se hace necesario un análisis sin prejuicios naturalistas sobre las necesidades
afectivas y tutoriales mínimas del/la hijx. Dichas necesidades mínimas serán
consideradas sus derechos, y el nacimiento de un/a niñx deberá sólo producirse
bajo el cumplimiento de estos derechos.
El factor humano de estos
derechos, es decir, la figura o figuras que deben encargarse de su crianza,
serán individuos que hayan asumido esta responsabilidad con todas sus
consecuencias. Para que dicha asunción resulte más atractiva y menos
susceptible de condicionar excesivamente una o varias vidas, se investigarán
las posibilidades que, sin perjuicio para la/el niñx, ofrece la crianza de ser
flexible en cuanto a la identidad de sus responsables. Así, la tarea de la
crianza, que sólo puede ser asumida como un compromiso a largo plazo con una
enorme implicación, constituirá un plazo mucho menor y requerirá de una
implicación mucho menor que la maternidad tradicional. Sin embargo, lxs hijxs
recibirán una atención igual o incluso más ajustada a sus necesidades que en
ésta.
La agamia, por lo tanto, no sólo
desanuda lo sexual de lo sentimental de las relaciones sexosentimentales,
convirtiendo al sexo en erotismo y al complejo “sentimental” en el desarrollo
de todos los aspectos de las relaciones, sino que, además, desvincula dichas relaciones
de la crianza, emancipando ambas y permitiendo con ello que ambas se realicen
en las mejores condiciones de vocación, responsabilidad y libertad. Las
relaciones de crianza son, prioritariamente, relaciones entre adultxs y niñxs,
y sólo secundariamente, y por esta causa, relaciones entre adultxs, sin
detrimento de las relaciones que dichxs adultxs puedan realizar.
Queda así obsoleta la consanguinidad
como lazo afectivo natural que conduce espontáneamente al cuidado mutuo, y que
constituye, en realidad, una norma de responsabilidad. La familia, si es que se
puede seguir utilizando este término, será contractual allí donde dicho
carácter contractual sea requerido por el carácter del lazo de responsabilidad
que une a los individuos, y de generación espontánea allí donde la
responsabilidad que implica la relación puede dejarse en manos de la disposición
de individuos libres.
La renuncia al amor, por lo
demás, tiene como consecuencia, en la relación con lxs hijxs o personas
criadas, la sustitución del amor parental por una afectividad consciente y
responsablemente adaptada a las necesidades de lxs hijxs.
Salta a la vista que el problema
inverso de los cuidados de adultxs dependientes, ancianxs o enfermxs, debe
resolverse según esta misma lógica, en perfecta sintonía con el pensamiento
económico feminista que incorpora el trabajo de los cuidados a la economía
computable, junto con el horizonte de un trabajo que se descomputa en su
conjunto y que se incorpora a la vida feliz mediante su desenajenación, es
decir, mediante su evolución en actividad con fin en sí misma y no en ser
intercambiada por un salario.
Pero se debe añadir que es la
mitificación de la reproducción como actividad que confiere sentido a la vida
lo que prestigia la crianza de niñxs por sobre los cuidados a adultxs,
convirtiendo lo primero en un privilegio y lo segundo en una carga. La agamia
equipara el valor de ambas cosas, pues las dos son actos de socialización. Serán
las características específicas de las personas intervinientes las que dotarán
a uno u otro de mayor o menor eficacia.
A pesar de que se ofrece este
esquema alternativo, la agamia queda, estrictamente hablando, fuera del
problema de la reproducción salvo, lógicamente, en lo que la reproducción tiene
de “relación”, ya que la agamia es el reconocimiento de la “relación” por
eliminación del tipo particular de relación llamada pareja y basada en el amor.
La reproducción no es, por lo tanto, un problema que la agamia deba resolver
para legitimarse, sino más bien un problema al que se debe dar respuesta “desde
la agamia”, si se pretende presentarla como un modelo posible.
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