FOUR
LOVERS
Como si se tratara de una partida de ajedrez, las primeras
jugadas de la historia no nos descubren nada nuevo. Dos parejas y el pequeño
lío que brota de un deseo sexual demasiado a flor de piel como para no
interpretar que tras el funcionamiento satisfactorio de la convivencia se había
acumulado cierto hastío sexual.
Nos
encontramos, así, ante una de esas historias que nos van a contar que sí, que
el hastío existe, que la vida conyugal no es tan plena como se nos había
prometido (o como nosotros, porque se nos acusará, demasiado inmaduros, la
fantaseábamos gratuitamente). Pero que corregir un modelo ancestral por
satisfacer pequeñas curiosidades sensuales es pecar de soberbia, y las furias
lo hacen pagar caro.
Y vamos
viendo las siguientes jugadas, que nos recuerdan esa misma partida,
desarrollada con buen gusto audiovisual, pero que nos conduce a un lugar que
anticipamos. Al principio todo funciona tan bien que nos imaginamos ya muy
cerca de que los personajes queden estigmatizados y tengan que empezar a luchar
por recuperar su perdido paraíso de fidelidad.
Esperamos,
además, que el mal de las relaciones contranatura se personifique en alguno de
los contendientes. Conocemos el mal y necesitamos al villano.
El
metraje avanza, y observamos con terror que la implicación entre los cuatro
crece y crece hasta un punto que hace la vuelta atrás cada vez más inverosímil.
¿Por qué se siguen comprometiendo afectivamente? ¿Por qué siguen felices e
inconscientes en esta situación insostenible, cuando ya deberían estar luchando
por recuperar una felicidad tradicional mucho más estable? ¿Será posible que nos
estén preparando un final infeliz?
Por fin,
los problemas cogen cuerpo. Por fin, alguien cae en el inevitable error de
comparar; por fin alguien siembra inseguridad y permite que prendan los celos.
Las tensiones se hacen explícitas, las viejas reglas de la infidelidad
controlada se sustituyen y las nuevas, precipitadas, no muestran eficacia
suficiente. Llega la hora de la separación. Y entonces aparece la variable
desconocida; la novedad que justifica la historia; la jugada que gana, al amor,
esta partida: el aprecio por el afecto construido.
La
comedia romántica contemporánea responde a la crisis del amor mediante la
mostración de las veleidades alternativas como traumáticas y
desestabilizadoras. El contacto sexosentimental fuera de la pareja es un falso
amor que contamina al verdadero amor. Se desea, de acuerdo, pero no merece la
pena. Es necesario volver a la virtud de nuestros padres: el sabio
conservadurismo; la moderación endulzada con una gota de sorna; la contención
paciente como camino hacia una vejez estructurada; la amabilidad entumecida; la
inconsciencia.
Para
ello recurre sistemáticamente a la trampa del villano, que Four Lovers
(arriesgada adaptación, de mensaje más explícito y más adecuado para la
taquilla, del título original “Happy Few”, conservando el idioma inglés), en
una jugada maestra y evidente de realismo, evita. Las consecuencias de este
pundonor realista disuelven la nube de la fantasía amorosa retrotrayendo el
relato hasta nuestra mismísima cotidianeidad. Milagros del arte cuando elige
bien su fin, de pronto nos encontramos ante nuestro propio mundo. Y, en él, las
relaciones generan vínculos cuyo desprecio implicaría psicopatía. Tenemos
relaciones sexosentimentales con personas cuya proximidad construye nuestra
relación con el mundo. El mito del “amante equivocado” (no confundir con el del
“amante cazador”) que polariza la calificación moral de las parejas potenciales
para ayudar a la determinación de cuál es la adecuada, es un mito psicopático
que actúa mediante la eliminación de afectos fundamentados en la realidad.
Ése es
el terrible peligro, la mortal contaminación, con la que el amor nos amenaza si
nos dejamos llevar por nuestra frustración de emparejados, por nuestro deseo de
entablar otras relaciones: los afectos son reales, y sólo un psicópata puede
ignorarlos. No hay vuelta atrás, porque todos los movimientos de elección son
una herida. Dejemos a quien dejemos, siempre estaremos manchando nuestra relación
con la destrucción de otra, que quedará, no sólo como falta contra ella, sino,
por supuesto, como melancolía contra nuestra propia felicidad.
Four
Lovers es ajustada, profunda en el retrato de los problemas a los que nuestra
cultura amorosa de la incompatibilidad conduce a quienes deciden tirarse a la
piscina. Los problemas que vemos son los problemas que nos encontraríamos
nosotros. Pero su genialidad es, precisamente, no exagerarlos: Mostrar sin
remordimiento las luces que, de tal modo perseveran entre las sombras que, por
un momento, nos da la sensación de que, ellos no, pero nosotros, espectadores,
empezamos a ver el camino.
Ellos
han descubierto que, por mucho que se alejen, ya no se pueden separar. Para
nosotros queda descubrir que ni siquiera es necesario hacerlo.
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