miércoles, 12 de marzo de 2014

¿Violencia de género?: Los medios te protegen (elige el tuyo)


Aparece en los medios de comunicación la encuesta sobre violencia de género en la Unión Europea. Un tercio de las mujeres de la unión han sido víctimas, en al menos una ocasión, de este tipo de violencia. Más, seguramente, porque el desglose por países da como sospechoso resultado que son las sociedades supuestamente más concienciadas aquellas donde la violencia es más frecuente. Es decir que, seguramente, la falta de concienciación de los restantes está ocultando gran parte de los casos. Más aún, sin duda, porque siempre hay que contar con un porcentaje de mujeres que prefiere ocultar estas experiencias a los encuestadores.

 
Los medios de comunicación manifiestan su indignación. ¿Cómo es posible que perviva esta lacra? ¿Cómo puede mantenerse, pese a las innumerables campañas que ellos albergan, a los programas donde se trata el problema, a las opiniones reprobatorias que emiten, al desprecio que proyectan sobre la figura del maltratador? Hay que seguir, afirman unánimemente. El trabajo no está terminado. Las mujeres lo merecen. No se las puede abandonar. Aunque sean necesarios mil años de lucha.

Pero los índices no sólo no descienden, sino que incluso repuntan. Hay más violencia que hace un año. ¿Qué se está haciendo mal? Los medios manifiestan su disposición positiva hacia cualquier mejora. Que no sea por ellos. Que no se diga que pudieron hacer algo y no lo hicieron. Que no haya una sola víctima cuya responsabilidad caiga sobre sus espaldas.

En el programa La Ventana (podcast del 5 de marzo, franja de 16:00 a 17:00), de la Cadena Ser, todos los participantes habituales de la tertulia están consternados. Insisten en que no se puede tolerar, en que es una vergüenza para nuestra sociedad, en que es comparable a la mayor de nuestras lacras, cualquiera que ésta sea. Como las cifras son tozudas, la frustración de los contertulios, que se ven obligados a abordar el problema día tras día, muerte tras muerte, va en aumento. Algunos utilizan palabras gruesas, cuya función es no dejar sombra de duda sobre el contenido de su mensaje. Mejor arriesgarse a saltarse la etiqueta que a transmitir la más mínima condescendencia hacia los maltratadores. Llega el oyente a temer ser uno de los violentos y encontrarse por accidente en el estudio, con ese Iturriaga de 1,96, cada vez más amenazador, manifestando con gallardía su oposición a la revisión de los teléfonos de las parejas, o el más pequeño pero robusto Francino, quien compensa los menores tamaño y preparación del tema con una actitud más desafiante.

El oyente participa de la frustración de los profesionales de los medios, y empieza a mirar a su alrededor preguntándose qué debe cambiar. Mira su mundo, mira las instituciones, mira la radio, se mira a sí mismo. Entonces entra en antena la representante de una asociación que organiza talleres contra la violencia de género. Una profesora: la autoridad última. El periodismo de investigación pone ante el auditorio información de primera mano. La invitada confirma los datos, la preocupación, la indignación, y refuerza el ánimo necesario para seguir en la lucha. Su tono es compungido pero amigable. No podemos dejar de experimentar la seguridad que nos transmite estar por fin en las manos que disponen de la solución.

Los tertulianos se sienten presos del ardor de la conversación y quieren saber qué está fallando y, sobre todo, qué más pueden hacer ellos. La profesora los tranquiliza. Lo que ellos hacen está bien. Es fundamental dar difusión al problema, y es fundamental apoyar a asociaciones como la suya, que debe vivir de la caridad y las subvenciones oficiales. Y estas fuentes sólo manan cuando la asociación tiene repercusión mediática. “Normalmente tenemos que inventarnos la financiación. Que me invitéis hoy aquí”, viene a decir, “es casi garantía de que recibiremos más dinero. Los organismos oficiales se mueven así; es triste, pero es verdad. Hacéis una gran labor. Seguid así”.

Lo tertulianos, algo sorprendidos por la revelación, no tardan un momento en solidarizarse con la invitada, y con el deshonroso papel comercial que el estado de las cosas le obliga a desempeñar en bien de la defensa de las mujeres. La agresividad que palpitaba en la transmisión se apaga ante la satisfacción de saber que, en la medida de sus posibilidades, todos los presentes han cumplido con su deber. Se ha creado una atmósfera mágica, como si, por un momento, se hubiera lanzado un conjuro sobre el estudio que garantizara la expulsión de todo resquicio de violencia de género.

El círculo, por lo tanto, ha sido completado.

Ahora ya sabemos que la Cadena Ser es un espacio de seguridad frente a la violencia de género, pues la absoluta predisposición de los participantes  ha sido sancionada por una autoridad de primer nivel. Y esta sanción se contagia por toda la cadena, ya que la profesora no ha elogiado la actitud de unos tertulianos expresamente invitados para hablar del tema, sino de los tertulianos de plantilla, los que mañana opinarán sobre Sanidad y pasado presentarán la gala de los Óscar. Es decir, que la política de selección de personal de la Cadena Ser parece garantista con la lucha que nos ocupa, lo cual no viene sino a ratificar nuestra previa confianza en esta cadena que es, como todos sabemos, la nuestra, la que responde a nuestros ideales, que son los correctos y que se equivocan, sí, como la propia cadena se equivocará en mil cosas, pero que no por ello dejan de ser, con diferencia, el referente más adecuado.


 
El círculo se ha cerrado, y es firme como un eslabón de acero.

Recordemos que estos tertulianos han hablado de absoluta intolerancia frente al maltrato. A juzgar por la cordialidad con la que se relacionan con otros tertulianos de otros programas de la misma cadena, y de cadenas de televisión afines, y de periódicos, e incluso de medios no tan afines, sólo podemos entender que la programación de la Cadena Ser al completo está limpia de cualquier cosa que un profesional de la lucha contra la violencia de género considere contraproducente.

Podemos, por lo tanto, bajar nuestras defensas. Ahora sabemos que no habrá nada malo cuando intercalen publicidad de productos que fomenten la dominación patriarcal, o cuando nos bombardeen con comentarios que refuercen los roles de género, o cuando se alimente el culto al cuerpo como objeto sexual, o cuando se propongan el amor y la pareja como solución universal a los problemas personales y sociales. Ahora sabemos que sus sentimientos son sanos, que podemos empatizar con ellos, que vamos bien encaminados si compartimos sus motivaciones y si deseamos lo que a ellos les parece deseable. Ahora sabemos que el valor de las opiniones y los actos no depende de la formación, ya que ninguno de ellos ha leído a Simone de Beauvoir, sino de una sensatez especial, automática para quien sabe dar en el clavo e imposible para quien porfía por encontrar la verdad. Ahora sabemos que la razón por la que cobran mucho más que nosotros, aunque se refieran a sí mismos como a uno más de nosotros, es porque ellos son capaces de proponer una socialización igualitaria, y nosotros necesitamos que ellos nos den su ejemplo. Ahora sabemos quiénes son ese tercio que no sufre violencia de género, y quiénes somos los dos tercios que la producimos. Ahora sabemos que el aumento de la violencia de género es un problema controlado, porque a ellos, al final de cada programa, cuando están a punto de retomar su vida personal, se los ve tranquilos.

Se ha cerrado el círculo, y nos ha atrapado en un lugar aún más humillante que su opresivo interior: en su contorno, cíclico e infinito.

No hay comentarios: