lunes, 10 de marzo de 2014

BIBLIOGRAFÍA. El ser y la nada - Jean-Paul Sartre (1943)


                Siguiendo el buen consejo de una lectora, comienzo una sección bibliográfica. La única posibilidad de que sirva de algo el constatar títulos que, muy probablemente, en su inmensa mayoría, serán predecibles y aparecen ya en cualquier bibliografía sobre amor, género, o sexo, es especificar lo que yo considero su aportación para comprender y abordar la agamia.

                Así, éste será el sesgado contenido de su comentario.
 


                En realidad, sólo haré mención a las sesenta páginas que componen el tercer capítulo de la tercera parte del libro. En dicho capítulo, titulado “Las relaciones concretas con el prójimo” se encuentra la descripción más valiente y descarnada que conozco del amor como experiencia personal.


                De estas tres perspectivas, Sartre sólo aporta la primera. Pero esto la hace aún más clave y reveladora, porque es ésta precisamente de la que siempre carecemos, ya que su descubrimiento acabaría con el oxígeno del amor. El amor vive, en sus crisis de prestigio más profundas, de refugiarse en sí mismo como realización de una felicidad que, si bien puede llegar a quedar tachada de egoísta o irresponsable, nunca lo será de indigna. No es del todo imposible encontrar análisis sociológicos del amor que, si bien no lo acusen como implicado en la opresión sistémica, sí acaben citándolo a declarar. No lo es tampoco escuchar su propia autodefinición, si estamos dispuestos a aceptar un escaso vuelo intelectual. Pero jamás, fuera de las páginas de este texto, y hasta donde yo conozco, encontraremos descrita la experiencia del amor como sustancialmente viciosa y ansiógena, y esto con la meticulosidad que corresponde a la obra maestra de un filósofo dotado y ambicioso. A diferencia de toda otra interpretación de lo que es el amor, ya sea en general o tras su rescate de un supuesto amor tóxico romántico, en El Ser y la Nada el amor es el problema y, cada éxito, un fallo del amor.

                Los tres apartados que componen el capítulo son un recorrido circular por el trayecto que la angustia existencial genera en su compulsión de ser liberada mediante el encuentro con los otros. Así, cada una de las actitudes, cada uno de los roles del amor, no es sino uno de sus momentos, anticipo del siguiente y del retorno de sí mismo. Del fracaso del masoquismo se llega al sadismo, y de éste a un altruismo cuya insatisfacción abocará a un nuevo masoquismo.

                La mirada del otro es el infierno inevitable, porque en él tomamos conciencia tanto de nuestro ser como de nuestra incapacidad para dominarlo. Precisamente porque se encuentra allí, fuera de nosotros, se desata una lucha irracional que nos convierte en inseparables e irreconciliables con la mirada que nos constituye. El amor no es otra cosa que el intento extremo y desesperado de controlar esa mirada.

 
                Donde Sartre pone la esencia del para-sí, es decir, del hombre, cabría poner el contexto sociocultural que se materializa en una forma universal de estar con los otros. De ahí que su ontología pesimista pueda ser interpretada no como una necesidad, sino como el espíritu de un tiempo; no como el laberinto necesario que nos da forma, sino como la forma circunstancial de nuestro mundo entero.

                He recomendado estas páginas mil veces, porque creo que cualquiera que las lea con la valentía que merecen, inaugurará con ellas, y para su bien, la liberadora experiencia del amor como vergüenza.

1 comentario:

V dijo...

Gracias por añadir una sección tan interesante y compartir tu bibliografía no sólo apuntando títulos sino también razones: habrá que releer esas 60 páginas.

Leyendo tu comentario no he podido evitar recordar esta reseña de hace pocos días a propósito de "La agonía de Eros" de Byung-Chul Han:

http://cultura.elpais.com/cultura/2014/03/18/actualidad/1395166957_655811.html

Como se trata de un filósofo y un libro que aún no he leído, no sé hasta qué punto la aparente debilidad de la tesis es simplemente fruto del tipo de discurso que la resume (una reseña breve de periódico), pero apuntada queda por si sirve para comparar o añadir redes.

Sin duda los tiempos han cambiado mucho y Sartre se ahorró pensar extrañamientos añadidos al infierno: en la era de internet, por ejemplo, es interesante comprobar cómo todos presuponemos el sexo o las características de interlocutores de los que no sabemos nada ni conoceremos nunca; el otro es más que nunca pura idea encerrada en nuestro círculo vicioso.