Las perspectivas del aprendizaje sobre una actividad que se caracteriza sustancialmente por la generación de placer son notablemente halagüeñas. Ese carácter tan prometedor nos pone sobre aviso contra su propensión a establecer condicionamientos, rutinas y adicciones. La ocultación de estas malformaciones será en la mayoría de los casos el objetivo de la trascendencia. En nuestro trato con el erotismo debemos apegarnos a él humildemente, “intrascendentemente”, de modo que nada nos distraiga gravemente de su comprensión. El placer se autotrasciende en aquello a lo que se asocia, pero nosotros pretendemos, precisamente, elegir libremente a qué lo asociamos. Necesitamos aprender a diferenciar el placer directo de placer asociado o trascendido. Necesitamos eliminar de nuestro catálogo de placeres todos aquellos que lo son hoy sólo porque un día se asociaron a otra cosa que en sí ya era un placer. Necesitamos, a su vez, incorporar a nuestro catálogo de placeres a todos aquellos que, similares a los que ya lo son, fueron reprimidos o ignorados al carecer de la trascendencia que los asociaba a la columna vertebral del placer sexual. Necesitamos, en resumen, aprender el vocabulario del placer erótico.
Para recorrer el camino de ese descubrimiento, propongo algunas pautas:
1-El placer erótico es directamente táctil e indirectamente visual.
Como he expresado más arriba, parto del supuesto de que existe un placer sensitivo último asociado a experiencias inmediatas carentes de interpretación. En otras palabras, algunas experiencias generan de por sí un placer sensitivo, del mismo modo que otras generan displacer. El contacto con algo fresco en un ambiente caluroso produce placer, salvo que interpretemos que esa frescura está acompañada de algún tipo de amenaza, del mismo modo que un golpe es doloroso siempre y cuando no vaya acompañado de una interpretación masoquista que lo haga aparecer como algo mediatamente atrayente.
La designificación habría servido para eliminar las intermediaciones entre experiencia y placer, de modo que encontráramos para nuestra experiencia erótica los placeres originales y pudiéramos manejarlos de nuevo como creadores conscientes de placer y, en última instancia, incluso de nuevos mensajes.
Se trata de una interpretación simplificada de la relación entre la experiencia y el placer sensorial. Es posible que la designificación, la eliminación de macrosignificados socioestructurales del sexo, conduzca al descubrimiento de significados sencillos también intermediarios entre la experiencia y el placer, incluso hasta llegar al nivel de microsignificados muy elementales o extremadamente primitivos. Pudiera ser que no cupiera alcanzar una pureza ni tan siquiera razonable en esta higiene semántica de lo sensual, o que dicha pureza nos dejara ante experiencias de placer tan exclusivamente fisiológicas que, al aislarse, se redujeran a la trivialidad.
Pero la posibilidad de que un modelo explicativo más completo y más filtrado por la práctica nos pusiera ante alguna de estas tesituras no es un contratiempo; nos obligará sólo a modificar la relevancia de la resignificación, o la del erotismo mismo en nuestras vidas que, como se ha dicho ya, arranca en entredicho. Si no existen placeres elementales, o si todos los placeres que encontremos en una experiencia erótica perfectamente designficada no son elementales, tendremos que incluir significados en la experiencia erótica básica. Será nuestro cometido tener la precaución de seleccionar dichos significados de modo que no volvamos a construir el erotismo sobre motivaciones tan degradantes como aquéllas sobre las que hemos construido la sexualidad.
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