Escribo este texto para constatar mi desconcierto.
Siempre
resulta chocante encontrar a colectivos conservadores adoptar actitudes
reivindicativas propias de la izquierda. Las manifestaciones contra el aborto,
o las celebraciones de los triunfos electorales del pp son comportamientos
copiados e impostados que despiertan espontáneamente aprensión. Al ver a la
clase alta comportarse como si fueran la chusma a la que desprecian, es decir,
nosotros, intuimos una aberración oculta que puede adoptar muchas formas en
nuestra fantasía: Tal vez se trate de una derecha paria, que hace méritos
frente a la derecha noble aviniéndose a actuar como su proletariado propio,
aunque el verdadero proletariado, el que tiene conciencia de serlo, les resulte
demoníaco. Tal vez sea la derecha noble misma, aceptando cambiar la cara durante
unas horas por responsabilidad de clase, para desquitarse después frente a un
menú de 150 euros. Tal vez ellos mismos se han convencido de que esto es bueno,
aunque haya sido siempre malo, y sienten por dentro un desagarro torturante que
convierte su gesto de alegría en una mueca cerúlea.
Yo qué sé. El caso es que no hay
cosa más grotesca que un manifiesto de derechas. Los 343 “sinvergüenzas” que
firman el texto por el que se pide al estado francés que no sancione a los
usuarios de la prostitución se convierten en 343 payasos que parecen haber sido
empujados a escena por sus superiores de una patada en el culo. “Haceos los
indignados”, da la impresión de que les hubieran ordenado, a pesar de sus
súplicas por evitar la personificación de la patochada. Y ellos, obedientes, se
enfundan el traje raído, ensayan una mirada indefensa, y se ponen al frente de
una imaginaria masa social que no pudiera por más tiempo soportar el acoso de
las instituciones y que, muda hasta hoy, decide por fin lanzarse a la calle a
luchar por su dignidad.
Los últimos tiempos han puesto a
prueba nuestra capacidad para respetar opiniones discrepantes, y la mía se ha
acabado ante determinados excesos. Por supuesto, el hecho se califica por sí
solo. Que esta panda de desequilibrados parafrasee el manifiesto a favor del
derecho al aborto que en 1971 firmaron 343 francesas entre las que se encontraban
Simone de Beauvoir, Marguerite Duras o Monique Wittig deja ya claro hasta qué
punto se están tomando en serio a sí mismos. Se diría, por lo alto de sus
miras, que son, en realidad, conscientes de su insignificancia, de su condición
de karaoke de borrachos. Pero es que ante el dato, que yo no puedo contrastar,
de que el 90% de la prostitución se desarrolla en condiciones de esclavitud, la
prosa vacía del manifiesto, reivindicando el derecho de cada uno a utilizar su
cuerpo como desee, invita al insulto arrollador y a la humillación
pormenorizada; a la descripción cristalina, pública y en detalle de lo que
implica, desde el punto de vista, moral firmar esa cosa.
Pero mi estupor no es
consecuencia de haber tenido noticia de la anécdota estrafalaria del día. En
realidad, ha llegado cuando he intentado encontrar eco a mis impresiones en los
comentarios que la acompañaban, y he descubierto que el raro era yo. El
argumento predominante es ése de la libertad, y las referencias a la esclavitud
se hacen como constatación de que, sí, la esclavitud existe, pero la
prostitución voluntaria también, y que no hay que confundir una cosa con la
otra, a riesgo de mermar el desarrollo social. “¡Salvemos la prostitución
humanista!” parecía ser el eslogan subyacente.
Le habrá pasado a cualquiera. En
esos momentos te preguntas si has comprobado qué medio estás leyendo, porque
claro, en internet, de vínculo en vínculo, enseguida olvidas dónde vas a caer.
Le doy velozmente a la ruedita para que me muestre el encabezado y ¡no hay
error!: Diario Público. Es decir, o hay una campaña de troles, que parece una
posibilidad remota pero a considerar, o así piensa la izquierda. He volado a
facebook para ver si la edición aquí había corrido mejor suerte, y qué va.
“Cada uno que haga lo que quiera”, “A los que hay que perseguir es a los
tratantes de personas”, “Es imposible abolir la prostitución” “¿Y qué pasa con
la prostitución masculina?”
Me saca de quicio la agresividad
feminista (expresándose con rigor habría que decir “la agresividad de ciertos
feministas o de cierto feminismo, que alimentan, irresponsablemente, el odio
entre géneros con la consecuencia de acentuar sus diferencias”, pero la
realidad es que el receptor normalmente no distingue, y sólo ve que quienes más
enarbolan la bandera del feminismo son quienes más le insultan a él por cosas
que, a veces, ni siquiera ha escuchado jamás ni ha tenido la oportunidad de
plantearse). Pero, ante situaciones como ésta, comprendo que la sensibilidad
debe de estar a flor de piel, y la paciencia lejos ya de su última gota.
En fin, puestos ya los 343
capirotes, serenemos los ánimos y hablemos los demás, hijos todos de dios.
Es evidente, y siempre viene bien
asentarse sobre lo evidente, por evidente que resulte, que el tema de la
prostitución es complejo. La perspectiva feminista nos ayuda a comprender su
orientación de género y nos ahorra mucho esfuerzo a la hora de buscar, ordenar
y aburrir con datos. La existencia de la prostitución es una manifestación más,
aunque no una cualquiera, del sistema opresivo patriarcal. Es su sexualidad
extra del hombre, concedida básicamente por dos razones; la primera, porque el
hombre, como institución, manda y hace lo que le da la santa gana, de modo que
si quiere sexo debe disponer de él a granel, y si eso implica que la mujer
(como institución) no lo tenga, pues se inventa la puta, que me permite dejar a
mi mujer en casa e irme a follar yo mientras ella me cría a los hijos con la
ropa cosida a la piel. La segunda razón es que la represión sexual necesaria
para constreñir la vida sexual en vida reproductiva, a la que se añade la
necesaria para convertir al individuo en consumidor compulsivo de la sociedad
de mercado, genera tal ansiedad sexual que no hay liberación sexual que haga
carrera de ella. Vamos que, sin prostitución, no sólo el hombre como género
opresor rechazaría el matrimonio por demasiado igualitario, sino que como
género sexualmente compulsivo desarrollaría un comportamiento sexualmente aún
más patológico, si es que eso cabe, que es discutible.
El hombre crea este mercado
movido por las consecuencias que tendría el no crearlo. Las consecuencias, sin
embargo, de su creación, le importan lo justo. Hoy por hoy, repito, esas
consecuencias son, o dicen que son, un 90% prostitutas en situación de
esclavitud. Francamente, si el dato es una gran mentira pergeñada por una logia
feminazi me importa lo que la imagen pública de un firmante del manifiesto. Si
es el 60%, o el 40, o el 16, cualquier otra consideración palidece, incluso la
que le sigue inmediatamente en importancia, que es la función de la
prostitución como salida laboral para colectivos marginales.
Existe un problema de extremada
gravedad y urgencia: el mercado del sexo tiene lugar en condiciones de
esclavitud en dimensiones que le son sustanciales: el mercado del sexo es, por
lo tanto, sustancialmente esclavista. Esta frase debe grabarse a fuego en nuestra
sociedad, para que todos actuemos en consecuencia, incluso ese colectivo
psicótico llamado “clase alta”.
Buscando responder de algún modo
a este problema, en Francia se va a proceder por las bravas prohibiendo su
consumo bajo multas de hasta 1500 euros. A mí me da igual si esto es
oportunismo político o la gran aportación de Hollande a la historia de la
socialdemocracia. Lo que debemos plantearnos es si la medida es una buena idea.
Está claro que si el “servicio”
que estoy pagando, pongamos por 50€, me hace correr el riesgo de una multa de
1500, es decir, de un encarecimiento del 3000%, me va a disuadir con mucha más
eficacia que si dicho “servicio” me cuesta 10.000€ y me arriesgo, por lo tanto,
a pagar un 15% más (algo así como si tuviera que hacer factura y, por lo tanto,
pagar el IVA). También salta a la vista que quien recibe 50€ por realizar dicho
“trabajo”, descontado la leonina parte, sea cual sea, que de dicha cantidad
sustraiga el ”empresario”, se encuentra en mucho mayor riesgo de exclusión
social y esclavismo que quien recibe 10.000€ de los que “sólo” acaba viendo,
pongamos por caso, 2.000.
Es decir, que esta medida va a
hacer que la prostitución deje de ser un privilegio escalonado para convertirse
en un privilegio completo. En Francia, si la aplicación es eficaz, ya no habrá
usuarios que consuman prostitución en función de su poder adquisitivo, sino
usuarios que no la consuman y unos pocos que sigan consumiéndola del mismo modo
que siempre lo han hecho. Vamos, que se abundará en la discriminación clasista
(medida, por lo tanto, netamente de derechas). La otra consecuencia es que una
reducción drástica del consumo de prostitución asequible repercutirá
directamente en la franja correspondiente a la esclavitud y, por lo tanto, la
medida es un golpe poderoso a dicho sector del mercado. Seguirá habiendo prostitución,
pero habrá menos esclavas (medida, por lo tanto, netísimamente de izquierdas).
A falta de la posibilidad real e
inmediata de multar en función del nivel adquisitivo (pero de verdad, no con
oscilaciones simbólicas), y a falta de la posibilidad real e inmediata de
controlar el esclavismo en la prostitución, he aquí una chapuza para salir del
paso. En las circunstancias actuales, es difícil argumentar contra la necesidad
de, al menos, una chapuza. Las costrosas razones aducidas por sus detractores
son la prueba. Bienvenida sea. Bienvenidísima. Pero que no sirva para olvidar
todo lo que deja sin hacer.
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Mi perplejidad reciente se ha
completado con el descubrimiento de este hermoso artículo de Arturo
Pérez-Reverte, antiguo él, pero, por misterios de la viralidad, revitalizado en
mis redes sociales.
Convengo en que la mejor medida
contra la completa mierda es ignorarla. Pero a veces merece la pena rescatar
una muestra sólo para tener bien localizado el culo que la produjo, no vaya a
ser que luego abarrotemos las librerías y las salas de cine heridos de
desinformación; no vaya a ser que tengan repercusión y prestigio las voces
menos adecuadas (y Pérez-Reverte obedece mucho al estereotipo de “intelectual
independiente y outsider” que de todo opina, con nadie se casa y en todas
partes acaba haciéndose soportar).
Para qué comentarlo. Yo lo dejo
aquí. Sólo decir que, leyéndolo, me vienen a la cabeza los 343 papanatas, y me
los imagino a todos con su cara.
2 comentarios:
El que todavía considere, a estas alturas del partido, que la prostitución no es esclavista, es que es un ingenuo, además de un ignorante e imbécil. Pero lo peor es creer que se debe anteponer la libertad (personal? la mía de querer hacer lo que me dé la gana y cuando me de la gana?) ante todo.
En cuanto al señor Reverte, sólo se reafirma en cada palabrita que escribe. Refleja un canon de belleza que también esclaviza a su forma: tenemos que ser esas súper-mujeres, dóciles en el comportamiento (pero con personalidad, no bobaliconas), leonas en la cama (pero manteniendo la dignidad, sin parecer putillas) y hábiles en la cocina, sin que, por supuesto, nos huela después el pelo a grasa, ni las manos a ajo. Todo esto con la casa limpia, el trabajo hecho y los estudios realizados. Váyase a la mierda, señor Reverte.
Diecisiete párrafos para que toda su argumentación se resuma en 3 lineas " La otra consecuencia es que una reducción drástica del consumo de prostitución asequible repercutirá directamente en la franja correspondiente a la esclavitud y, por lo tanto, la medida es un golpe poderoso a dicho sector del mercado. Seguirá habiendo prostitución, pero habrá menos esclavas (medida, por lo tanto, netísimamente de izquierdas)."
la única razón para escribir tanto a favor de una medida ¿es una premisa falsa?
Penalizar a una persona por llegar a un acuerdo comercial en el que ambas partes están de acuerdo porque se den otros delitos en ese ámbito es de lelos, lo que hay que hacer es perseguir los delitos, no crear unos nuevos. La medida sólo añadirá un componente extra de marginalidad a un colectivo, haciendolo más susceptible a la entrada y control de las mafias, pero supongo que es más fácil hacer como que hacemos algo que reconocer que lo qeu teníamos que hacer no se está haciendo.
Curioso que tanto artículo como primer comentario hagan tanto énfasis en las heces para alguien que opina diferente...
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