El sexo es el placer de los placeres porque nuestra cultura hace que conserve la prohibición adolescente. En aquél tiempo queríamos descubrir el sexo, hacernos partícipes de él, y mucho menos disfrutar con él. Hoy, en nuestras más deseadas experiencias, sigue siendo así.
Pero ya no tiene sentido.
Pero
el morbo está fundido con el placer sensual, no sólo hasta el punto de
sustituirlo como motivación primaria antes de la relación, sino de perdurar
como conciencia de placer durante la relación, y de realización personal
después de la misma.
Gracias
a su condición de expectativa de satisfacción de un deseo que engloba a la relación
completa y la acepta prácticamente en cualquiera de sus formas, supera al resto
de las motivaciones y se convierte en su razón de ser. El morbo es el aura del
sexo, aquel placer que, invariablemente, tendrá el sexo satisfactorio (es
decir, aquél capaz de generar morbo mediante la significación de una posesión).
El
morbo no espera nada de la relación sexual, salvo que ésta encuentre que la
posesión es aún mayor que la esperada. Pero no cabrá frustración morbosa salvo
cuando el valor de la pareja se descubra fraudulento o inconquistable a través
del sexo, debido, principalmente, a la resistencia. Tener una relación sexual
será frustrante desde el punto de vista del morbo sólo si nuestra presa se
revela, a través de la nueva información sobre ella a la que accedemos
precisamente durante la relación, como poseedora de un valor sexual inferior al
estimado o inesperadamente inaccesible.
Si la
relación no se realiza completamente, es decir, si queda algo pendiente, se
habrá también disfrutado menos, salvo en el caso de que se considere dicha
resistencia como un inesperado incremento de valor; quien aprecia a la pareja
en el máximo de su virginidad, es decir, busca la satisfacción morbosa en la
máxima objetualización, desde el papel de amo puro, descubre en su resistencia
la gozosa reducción del número de amantes precedentes, aumentando así el morbo
lo suficiente como para que la relación no frustre las expectativas. Quien, sin
embargo, incluye una parte o todo el papel del esclavo, buscando el morbo a
través de la participación en el poder del amo, ya sea robando dicho poder
(poseer a un poseedor) o alimentándose de él mediante la autobjetualización
(adquirir valor frente a otros objetos mediante la ocupación de un puesto
privilegiado en la nómina de los mismos) encontrará en la reducción de la
posesión una frustrante reducción del morbo.
Así,
el morbo garantiza la satisfacción. Esta infalibilidad, esta presencia del aura
en el sexo sólo por el hecho de serlo, debería levantar la sospecha de su
presencia. Es evidente que el placer sensual carece de dicha garantía. Éste
puede producirse o no, y salvo que el individuo se encuentre en una situación
de extrema necesidad (y mucho habría que decir al respecto de que la necesidad
sexual pueda nunca convertirse en extrema, salvo si se alimenta artificialmente
el deseo, o de que, al alcanzar esta condición, afecte al individuo de algún
modo que vaya más allá de un cierto aumento de la predisposición) le es
imposible establecer una sólida expectativa del placer sensual que va a
experimentar durante el acto sexual o, al menos, no hasta el punto de
fundamentar la motivación tanto en la expectativa de la satisfacción como en la
de la posibilidad de la satisfacción.
De
nuevo, la alimentación y la gastronomía nos son útiles para entender esta
distinción. Quien se dispone a comer en un nuevo restaurante no puede
establecer una expectativa sólida de experimentación de placer gustativo,
incluso aunque haya recibido previa información prometedora sobre la habilidad
del chef. El placer será sentido y descubierto durante la acción misma, y por
tanto no envolverá a la acción sino que nacerá y dimanará sustancialmente de y
con ella. La posibilidad de crear un aura envolvente al conjunto no dependerá de
que la acción se realice, sino de cómo se realice. Es evidente que quien no
necesita de una buena comida para sentirse satisfecho, quien no descubre por su
falta de calidad que la expectativa creada ha sido frustrada y que nada
relevante se ha obtenido de la experiencia, es que buscaba en ella otra cosa.
(Obsérvese que, precisamente en aquellos actos sexuales con respecto a los
cuales sabemos qué podemos esperar, es decir, aquellos que realizamos con las
personas a las que ya conocemos, el morbo desaparece como motivación, perdiendo
el sexo su poderosa aura “malsana”, y siendo ésta sustituida por otra mucho más
tibia y neutral) .En las relaciones sexuales, esa otra cosa es la posesión, y a
la expectativa cierta de lograrla, una vez que se ha cruzado el umbral de la
aceptación, la he llamado “morbo”, porque se experimenta sólo en tanto que
“interés malsano por aquello que carece de interés”.
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