viernes, 13 de septiembre de 2013

¡dad rienda suelta al amor!


siento interés, curiosidad, por la .... "propuesta"? pero no encuentro acuerdo....quizás por diferencias en las conceptualizaciones, por ejemplo del "amor" o quizás sea algún desencuentro más profundo. yo entiendo q el amor es una energía q fluye. que fluiría libre si sólo por sí fuera, uniendo, conectando cuerpos y almas. pero al estar insertados en un medio q necesita "codificar" los flujos, tal libertad no existe, y todo se vuelve opaco e intrincado. no creo q el capitalismo haya inventado el amor, para nada! sí creo q lo moldea, lo fuerza para su reproducción, la propiedad privada, la herencia, el status etc. sí creo q no sabemos amar, porque no sabemos ser libres. porque nuestro ser, empobrecido, desconectado, es adicto a la posesión, a la "seguridad", a la "estabilidad". se angustia ante la libertad, propia, y más aún a la ajena. nuestro amor se manifiesta de modo sumamente patológico. no sabemos simplemente ser, amar, fluir, siempre necesitamos categorías, para sentirnos "enmarcados", "segurxs". bueno, podría seguir horas. a lo q voy, es q no creo q todo esto "hable mal del amor". que haya que "ponerse en contra"....hay q ponerse en contra de lo q no nos deja ser libre, de todas las instituciones allá afuera y acá adentro q no permiten la libre conexión de los seres, porque sí, solo porque sí, porque así surge. y es un "en contra" solo momentáneo, porque hay q saltar de la crítica para que no nos atrape la dialéctica, debemos ser y hacer otra cosa. y si es desde el amor (como yo lo entiendo) si es desde el amor puro y libre, entonces, la armonía será inevitable.


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Para contestar a tu comentario voy a adoptar un tono algo didáctico. Procuraré en lo posible evitar dar una impresión de prepotencia, que estaría completamente fuera de lugar. Veremos si lo logro.

El punto de partida de nuestras reflexiones es la detección de un problema. Como no se trata de un simple problema, de un problemita, de un obstáculo vulgar en el camino, sino de ese otro tipo de problemas a los que uno puede enfrentarse toda su vida, rodeado de personas que también se enfrentan, y a pesar de ello no lograr una solución convincente, es necesario hacer tabla rasa y poner todas las piezas en tela de juicio.

Para resolver los problemas a los que nos conduce el amor debemos evitar dar nada por sentado o salvaguardar partes del conjunto. Nuestra mentalidad crítica debe partir de la profunda convicción de que el problema puede estar en absolutamente cualquier parte. Incluso en el amor mismo. Querer resolver los problemas que rodean al amor desde la condición de no “tocar” al amor es emplear un mecanismo religioso, en el que algunas cosas son humanas, las que pueden dar problemas, y algunas cosas son divinas, las que permanecerán intocables a la reflexión.

Date cuenta del componente divinizante de tu discurso sobre el amor. Hablas de una idea de amor que subyacería al amor que cotidianamente ponemos en práctica, y que es inmaculada. Lo único que debemos hacer para que todo funcione es lograr dar rienda suelta a la fuerza de esa idea; dejarnos llevar por su inercia.

No pretendo aún rebatir la bondad del amor. Sólo busco distinguir entre una actitud verdaderamente crítica y otra cuyo prejuicio sobre la bondad a priori del amor impide reflexionar. Antes de empezar a pensar es necesario reconocerse con claridad del lado de la ausencia absoluta de prejuicios y, en este caso, liberados del prejuicio de que el amor es bueno. Si lo es o no, deberá ser concluido por la reflexión. La cristalización social de este prejuicio que, como decía, es una divinización del amor, se llama religión. El lenguaje con el que solemos hablar de las excelencias del amor suele tener este tufillo religioso sospechoso; este tono predicador en el que se nos pide que sintamos en vez de que pensemos.

Una vez plantados en el firme territorio de la crítica, del pensamiento libre, debemos plantearnos la pregunta principal, cuya respuesta puede que contenga por sí sola la solución de algunos de los problemas que nos acucian: ¿Qué es el amor?

De nuevo, tendremos que esforzarnos por permanecer en el camino de la reflexión y no desviarnos por atajos inciertos. La vaguedad, la generalización, o la simple renuncia a definir, como si la definición fuera una marca de fuego que plantamos sobre la cosa condenándola a no ser nunca más ella misma, no son lo que buscamos.

Lo que buscamos es determinar qué sabemos y qué no sabemos sobre el amor, y definirlo en función de ello de modo que podamos observarlo.

Así que, ahora sí: ¿Qué es el amor?

Es seguro que no es una energía. El término “energía” empezó a usarse para hablar del amor, y de las mismas emociones, en un sentido metafórico que con el tiempo se ha transformado en sentido literal. El amor puede tener similitudes con un flujo energético, pero si pensamos en lo que verdaderamente es un flujo energético, y lo que es el amor, y los comparamos según cada una de sus características, nos encontraremos con un desfase tan grotesco como el de los “dientes de perlas” de Gongora. La física, además, y esto es conclusivo, no describe la existencia de un tipo de energía propia del amor como sí describe la energía del sol o del viento. Decir que existe una energía que la ciencia no puede ver, una energía que cada uno debe sentir dentro de sí porque ella no comparece, es volver a la falacia religiosa de la hipercoincidencia: existe, está en todas partes, siempre nos ha acompañado, pero de momento sigue siendo inconstatable. Frente a este razonamiento, el mosntruo del Lago Ness puede, al menos, argumentar su existencia afirmando que él no ha sido visto porque tiene la coherencia de esconderse.

Si el amor que vamos a describir y definir es el tipo de amor al que tú te refieres, y convenimos en la idea de que todos tenemos una cierta intuición de dicho amor (es decir, que no vale lo de “tú criticas al amor porque no sabes lo que es”), entonces estaremos hablando de un sentimiento de unión con otro o con los demás que inclina a proteger a, y pedir protección de, los seres a los que nos sentimos unidos. Por supuesto que la progresiva culturización de este sentimiento ha hecho que se trate de un conjunto más complejo y heterogéneo de fenómenos, pero todos en torno a la maravilla que produce el descubrir la existencia real y espontánea, universal y natural, del altruismo y la conexión empática en la sustancia emocional del ser humano.

El amor del que hablas, que es un amor de pareja inspirado por la fe en las virtudes de este sentimiento, consiste en la utilización del mismo como máxima referencia ética: Lo que debe inspirar nuestros actos es el amor.

Llegados a este punto podemos empezar a intuir dudas muy razonables, que sólo contestaré someramente para no extenderme demasiado, sobre todo porque entiendo que mucho más importante que responder a estas dudas es dejar afianzada su pertinencia.

En primer lugar: ¿Es este sentimiento la mejor referencia ética de la que disponemos? ¿Es la vía para el mejor comportamiento y, por tanto, la que puede generar más armonía entre varias personas, por ejemplo, entre dos que forman una pareja? Enseguida vemos que parece improbable. La ética se rige por la justicia, y el amor, aunque hace nacer una generosidad que la facilita, no tiene por qué coincidir con ella. Es perfectamente cierto que puede ocupar un papel importante, pero también lo es que, allí donde la justicia y el amor entren en conflicto (por ejemplo, queriendo conservar o proteger relaciones indiscriminadamente) debe prevalecer un acto justo que tendrá que ser determinado por un pensamiento consciente que deberá dejar las consideraciones amorosas a un lado. Decir que esta justicia, este razonamiento, está también regido por el amor, es atribuir todo el bien al amor sólo porque el amor juegue en él algún papel, como podríamos atribuir al color negro toda la belleza sólo porque ninguna imagen es perfectamente blanca.

En segundo lugar, debemos preguntarnos qué o quién nos inspira esta “religión del amor”, dónde ha nacido, qué modelo de relación defiende con ello, y qué o quién es el máximo beneficiario. Mi opinión es que todo lo que sea desplazar a la razón como máxima facultad determinante de los juicios y actos del individuo significa reducir su libertad e incrementar su sometimiento; fomentar la cultura del “no pensar”. Evidentemente, es el sistema en sí, y su tendencia a la autoconservación o, si se quiere, a la conservación de sus grupos privilegiados en sus privilegiadas posiciones, la instancia que gana cuando el amor prevalece sobre la razón allí donde ambos entran en conflicto.

Se podría hablar de un amor que no estuviera enfrentado a la razón. Pero ése no es nuestro amor, ni el amor de amor universal, ni ninguno de los que alimentan nuestro imaginario amoroso. Ese amor, en definitiva, no sería amor, porque el amor se enuncia a sí mismo como el valor máximo, el dios supremo en cuyas manos debe quedar absolutamente todo si queremos que absolutamente todo funcione. El amor es este dios, y no hay ningún otro. Por eso, lo que construyamos, lo que debamos rescatar de la cultura del amor, no debe ya ser amor ni, por supuesto, llamarse así. Por eso entiendo que debemos declararnos manifiestamente contra el amor.

Tú haces una distinción entre la estructura, aquello contra lo que hay que luchar, y el amor, aquello por lo que hay que luchar liberándolo de la estructura. Pero es necesario demostrar que un elemento del discurso hegemónico de una cultura no es producto del sistema en el que esa cultura está inscrita; es decir que, a priori, algo tan comúnmente aceptado como que el amor es una fuerza benigna cuyo flujo deberíamos favorecer, sólo puede ser la forma en que nos piden expresarnos las estructuras que el amor pone aparentemente en peligro.

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