siento
interés, curiosidad, por la .... "propuesta"? pero no encuentro
acuerdo....quizás por diferencias en las conceptualizaciones, por ejemplo del
"amor" o quizás sea algún desencuentro más profundo. yo entiendo q el
amor es una energía q fluye. que fluiría libre si sólo por sí fuera, uniendo,
conectando cuerpos y almas. pero al estar insertados en un medio q necesita
"codificar" los flujos, tal libertad no existe, y todo se vuelve
opaco e intrincado. no creo q el capitalismo haya inventado el amor, para nada!
sí creo q lo moldea, lo fuerza para su reproducción, la propiedad privada, la herencia,
el status etc. sí creo q no sabemos amar, porque no sabemos ser libres. porque
nuestro ser, empobrecido, desconectado, es adicto a la posesión, a la
"seguridad", a la "estabilidad". se angustia ante la
libertad, propia, y más aún a la ajena. nuestro amor se manifiesta de modo
sumamente patológico. no sabemos simplemente ser, amar, fluir, siempre
necesitamos categorías, para sentirnos "enmarcados",
"segurxs". bueno, podría seguir horas. a lo q voy, es q no creo q
todo esto "hable mal del amor". que haya que "ponerse en
contra"....hay q ponerse en contra de lo q no nos deja ser libre, de todas
las instituciones allá afuera y acá adentro q no permiten la libre conexión de
los seres, porque sí, solo porque sí, porque así surge. y es un "en
contra" solo momentáneo, porque hay q saltar de la crítica para que no nos
atrape la dialéctica, debemos ser y hacer otra cosa. y si es desde el amor
(como yo lo entiendo) si es desde el amor puro y libre, entonces, la armonía
será inevitable.
__
Para
contestar a tu comentario voy a adoptar un tono algo didáctico. Procuraré en lo
posible evitar dar una impresión de prepotencia, que estaría completamente
fuera de lugar. Veremos si lo logro.
El punto de
partida de nuestras reflexiones es la detección de un problema. Como no se
trata de un simple problema, de un problemita, de un obstáculo vulgar en el
camino, sino de ese otro tipo de problemas a los que uno puede enfrentarse toda
su vida, rodeado de personas que también se enfrentan, y a pesar de ello no
lograr una solución convincente, es necesario hacer tabla rasa y poner todas
las piezas en tela de juicio.
Para resolver
los problemas a los que nos conduce el amor debemos evitar dar nada por sentado
o salvaguardar partes del conjunto. Nuestra mentalidad crítica debe partir de
la profunda convicción de que el problema puede estar en absolutamente
cualquier parte. Incluso en el amor mismo. Querer resolver los problemas que
rodean al amor desde la condición de no “tocar” al amor es emplear un mecanismo
religioso, en el que algunas cosas son humanas, las que pueden dar problemas, y
algunas cosas son divinas, las que
permanecerán intocables a la reflexión.
Date cuenta
del componente divinizante de tu discurso sobre el amor. Hablas de una idea de
amor que subyacería al amor que cotidianamente ponemos en práctica, y que es
inmaculada. Lo único que debemos hacer para que todo funcione es lograr dar
rienda suelta a la fuerza de esa idea; dejarnos llevar por su inercia.
No pretendo
aún rebatir la bondad del amor. Sólo busco distinguir entre una actitud
verdaderamente crítica y otra cuyo prejuicio sobre la bondad a priori del amor
impide reflexionar. Antes de empezar a pensar es necesario reconocerse con
claridad del lado de la ausencia absoluta de prejuicios y, en este caso,
liberados del prejuicio de que el amor es bueno. Si lo es o no, deberá ser
concluido por la reflexión. La cristalización social de este prejuicio que,
como decía, es una divinización del amor, se llama religión. El lenguaje con el
que solemos hablar de las excelencias del amor suele tener este tufillo
religioso sospechoso; este tono predicador en el que se nos pide que sintamos
en vez de que pensemos.
Una vez
plantados en el firme territorio de la crítica, del pensamiento libre, debemos
plantearnos la pregunta principal, cuya respuesta puede que contenga por sí
sola la solución de algunos de los problemas que nos acucian: ¿Qué es el amor?
De nuevo,
tendremos que esforzarnos por permanecer en el camino de la reflexión y no
desviarnos por atajos inciertos. La vaguedad, la generalización, o la simple
renuncia a definir, como si la definición fuera una marca de fuego que
plantamos sobre la cosa condenándola a no ser nunca más ella misma, no son lo
que buscamos.
Lo que
buscamos es determinar qué sabemos y qué no sabemos sobre el amor, y definirlo
en función de ello de modo que podamos observarlo.
Así que,
ahora sí: ¿Qué es el amor?
Es seguro que
no es una energía. El término “energía” empezó a usarse para hablar del amor, y
de las mismas emociones, en un sentido metafórico que con el tiempo se ha
transformado en sentido literal. El amor puede tener similitudes con un flujo
energético, pero si pensamos en lo que verdaderamente es un flujo energético, y
lo que es el amor, y los comparamos según cada una de sus características, nos
encontraremos con un desfase tan grotesco como el de los “dientes de perlas” de
Gongora. La física, además, y esto es conclusivo, no describe la existencia de
un tipo de energía propia del amor como sí describe la energía del sol o del
viento. Decir que existe una energía que la ciencia no puede ver, una energía
que cada uno debe sentir dentro de sí porque ella no comparece, es volver a la
falacia religiosa de la hipercoincidencia: existe, está en todas partes,
siempre nos ha acompañado, pero de momento sigue siendo inconstatable. Frente a
este razonamiento, el mosntruo del Lago Ness puede, al menos, argumentar su
existencia afirmando que él no ha sido visto porque tiene la coherencia de
esconderse.
Si el amor
que vamos a describir y definir es el tipo de amor al que tú te refieres, y
convenimos en la idea de que todos tenemos una cierta intuición de dicho amor
(es decir, que no vale lo de “tú criticas al amor porque no sabes lo que es”),
entonces estaremos hablando de un sentimiento de unión con otro o con los demás
que inclina a proteger a, y pedir protección de, los seres a los que nos
sentimos unidos. Por supuesto que la progresiva culturización de este
sentimiento ha hecho que se trate de un conjunto más complejo y heterogéneo de
fenómenos, pero todos en torno a la maravilla que produce el descubrir la
existencia real y espontánea, universal y natural, del altruismo y la conexión
empática en la sustancia emocional del ser humano.
El amor del
que hablas, que es un amor de pareja inspirado por la fe en las virtudes de
este sentimiento, consiste en la utilización del mismo como máxima referencia
ética: Lo que debe inspirar nuestros actos es el amor.
Llegados a
este punto podemos empezar a intuir dudas muy razonables, que sólo contestaré
someramente para no extenderme demasiado, sobre todo porque entiendo que mucho
más importante que responder a estas dudas es dejar afianzada su pertinencia.
En primer
lugar: ¿Es este sentimiento la mejor referencia ética de la que disponemos? ¿Es
la vía para el mejor comportamiento y, por tanto, la que puede generar más
armonía entre varias personas, por ejemplo, entre dos que forman una pareja?
Enseguida vemos que parece improbable. La ética se rige por la justicia, y el
amor, aunque hace nacer una generosidad que la facilita, no tiene por qué
coincidir con ella. Es perfectamente cierto que puede ocupar un papel
importante, pero también lo es que, allí donde la justicia y el amor entren en
conflicto (por ejemplo, queriendo conservar o proteger relaciones
indiscriminadamente) debe prevalecer un acto justo que tendrá que ser
determinado por un pensamiento consciente que deberá dejar las consideraciones amorosas
a un lado. Decir que esta justicia, este razonamiento, está también regido por
el amor, es atribuir todo el bien al amor sólo porque el amor juegue en él
algún papel, como podríamos atribuir al color negro toda la belleza sólo porque
ninguna imagen es perfectamente blanca.
En segundo
lugar, debemos preguntarnos qué o quién nos inspira esta “religión del amor”,
dónde ha nacido, qué modelo de relación defiende con ello, y qué o quién es el
máximo beneficiario. Mi opinión es que todo lo que sea desplazar a la razón
como máxima facultad determinante de los juicios y actos del individuo
significa reducir su libertad e incrementar su sometimiento; fomentar la
cultura del “no pensar”. Evidentemente, es el sistema en sí, y su tendencia a
la autoconservación o, si se quiere, a la conservación de sus grupos
privilegiados en sus privilegiadas posiciones, la instancia que gana cuando el
amor prevalece sobre la razón allí donde ambos entran en conflicto.
Se podría
hablar de un amor que no estuviera enfrentado a la razón. Pero ése no es
nuestro amor, ni el amor de amor universal, ni ninguno de los que alimentan
nuestro imaginario amoroso. Ese amor, en definitiva, no sería amor, porque el
amor se enuncia a sí mismo como el valor máximo, el dios supremo en cuyas manos
debe quedar absolutamente todo si queremos que absolutamente todo funcione. El
amor es este dios, y no hay ningún otro. Por eso, lo que construyamos, lo que
debamos rescatar de la cultura del amor, no debe ya ser amor ni, por supuesto,
llamarse así. Por eso entiendo que debemos declararnos manifiestamente contra
el amor.
Tú haces una distinción
entre la estructura, aquello contra lo que hay que luchar, y el amor, aquello
por lo que hay que luchar liberándolo de la estructura. Pero es necesario
demostrar que un elemento del discurso hegemónico de una cultura no es producto
del sistema en el que esa cultura está inscrita; es decir que, a priori, algo
tan comúnmente aceptado como que el amor es una fuerza benigna cuyo flujo
deberíamos favorecer, sólo puede ser la forma en que nos piden expresarnos las
estructuras que el amor pone aparentemente en peligro.
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