El
reparto del poder, entre dos categorías tan simples como son la de los
opresores y la de los oprimidos (que en la lucha antipatriarcal se “traduce” en
las categorías de “mujeres” y “hombres”), puede presentar ventajas para estos
últimos que hacemos mal en subestimar a favor de la denuncia de la opresión
como un desfavor integral.
Esta
lógica dualista, burda como mecanismo de análisis en profundidad, puede, sin
embargo, señalar ágilmente espacios en los que el sistema se muestra debilitado
pos sus tensiones internas.
Pondré
dos ejemplos que no deben ser entendidos como panaceas de la estrategia
antipatriarcal, pero sí como áreas donde el sistema, omnipresente y
conspirativo, se encuentra con su propio sistema opresor, más omnipresente y
conspirativo aún: es el de la realidad imperfecta, también para un sistema.
El
primero de ellos se localiza en el hombre patriarcal de clase obrera. Si bien
el sistema lo empodera como hombre que debe liderar una familia nuclear y
someter en ella a esposa e hijos, también es cierto que lo hace en calidad de
servidor del sistema, de individuo de la clase oprimida que traslada su misma
forma de estar oprimido sobre quienes quedan a su cargo. Aquí, el dualismo
opresor-oprimido se anula, desvaneciendo la pureza de la posición y de las
actitudes que le corresponden. Así, el hombre de clase obrera frente a su mujer
será un oprimido que debe ser opresor de otro oprimido. Si sustituimos el
término de connotaciones políticas “oprimido” por el de “mujer”, de
connotaciones más popularmente caracterológicas, obtendremos que el hombre de
clase obrera es una mujer que debe llegar a casa a disfrazarse de hombre.
Este
descubrimiento de la feminidad oculta del hombre de clase obrera nos revela
innumerables vías de entrada a la usurpación psíquica de su poder. Del mismo
modo que la autoridad de la madre cae frente al hijo ya crecido reproduciendo
con ello su ausencia de autoridad previa como mujer, que mostraba, precisamente
por serlo, debilidades desde un principio, la autoridad del padre es
susceptible de ceder si se manipulan los resortes que él reconoce como
feminizantes de su papel. El disfraz de hombre del hombre nunca está lo
suficientemente pegado al cuerpo como para que no pueda quitárselo con
facilidad si las circunstancias así lo exigen. Esta flexibilidad, este autorreconocimiento
del hombre como mujer, es lo que debe aprovechar el espacio de debilidad del
sistema, que el propio sistema no puede evitar crear por la tendencia a la
confusión que crea el binarismo de los opresores y los oprimidos, de los unos y
los ceros. El sistema dispondrá sólo del arreglo a posteriori del parcheo, de
la sugestión de que el hombre imperfecto dentro del que se esconde una mujer,
es el sujeto indicado para trasmitir eficazmente la autoridad que dimana de la
élite opresora. Esta conciencia de la invencibilidad del guardián debe ser
entendida como un espejismo cuya función no sólo es ocultar su vulnerabilidad,
sino la identidad entre su vulnerabilidad y la del oprimido.
El otro
espacio al que quiero hacer mención es el de la cultura del oprimido. El
sistema debe arrebatar al oprimido el conocimiento que otorga poder. El
conocimiento que instrumentaliza los conocimientos instrumentales, y por lo
tanto el más poderoso de todos ellos, es el conocimiento teórico, filosófico y
humanístico (no hago una afirmación voluntarista ni idealizadora: psicología,
sociología, lingüística, e incluso politología, disciplinas consideradas
blandas, desinteresadas y diletantes, cuya poder instrumental se realiza sólo
tortuosamente, constituyen el núcleo de la información que da poder. Cuestión
aparte es la economía, cuya relevancia como formación que da poder está
sobrevalorada en nuestra cultura).
La
división binaria implica un “más” (+) a este conocimiento, y un “menos” (-) al
conocimiento instrumental “de segundo grado”, de modo que será el ingeniero (-)
el que esté a las órdenes, no del sociólogo, sino del poseedor del conocimiento
sociológico que da poder (+). Pero dicho ingeniero deberá oprimir (+), a su
vez, mediante su conocimiento sin poder (-), al grupo social del que está al
cargo (-), es decir, su núcleo familiar. Al hacerlo, utilizará y reservará para
sí su conocimiento, dejando en manos de sus oprimidos el conocimiento con poder
(+). Así, el sistema deja un panorama en el que el conocimiento con poder (de
opresión) se encuentra en las capas más altas, pero también en las capas más
bajas del poder. Esta disposición explica el desprestigio de dicho
conocimiento, que es, de nuevo, el parche sugestivo con el que se estigmatiza
el conocimiento del oprimido (los miles de licenciados y doctores en
humanidades con conciencia de disponer de un conocimiento inútil, inaplicable,
pueril).
La
presencia mayoritaria de mujeres en estas disciplinas constituye, como vemos,
otra debilidad del sistema cuya explotación depende, en gran medida, del
desvanecimiento del espejismo de su inutilidad como herramienta de poder. La
mujer con conocimiento poderoso desprestigiado es enfrentada por el sistema
contra el hombre con conocimiento impotente prestigioso. El factor que inclina
la pugna del lado del hombre es, por tanto, el prestigio de su conocimiento
impotente, la sugestión de que su conocimiento sobre mecánica sirve para algo,
mientras que los conocimientos sobre literatura de ella son incapaces de repercutir
en la realidad. Es evidente, sin embargo, que a nivel macrosocial, la mecánica
no es más que el conocimiento requerido al mayordomo para mantener en buena
disposición la movilidad del creador de significados.
Así, en
la lucha antipatriarcal, la mujer recibe una inesperada responsabilidad, en la
medida en que descubre un inesperado poder: es ella, mayoritaria en las aulas,
superior en los resultados académicos, y dominadora de las carreras de letras,
quien, a pesar de la progresiva pérdida de prestigio que su misma presencia
produce en dichos estudios (y que, precisamente, hace que se le entreguen cada
vez de manera más generosa), quien dispone de la capacidad de gobernar
ideológicamente la lucha contra el sistema opresivo del género. Su obligación
es la instrumentalización de su conocimiento, la adquisición de la confianza
que su poder aún intacto debe otorgarle. El hombre obrero se descubre a sí
mismo como el técnico de esta lucha, el ejecutor obediente, el iletrado cuyo
primer rasgo disciplinario a adoptar es la humildad. Ambos deben, claro está,
empezar por la afirmación del poder del conocimiento.
1 comentario:
Hola Israel, acabo de encontrar tu blog y me lo estoy leyendo entero...Soy una mujer que empieza a descubrir TODO esto, que empieza a querer cambiar las cosas y que no quiere ser oprimida por el amor. Gracias por la labor que haces con tu blog.
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