Comentario a la entrevista realizada
por el filósofo para La Vanguardia. Com
“La mayoría de los varones abraza
el amor para obtener sexo, la mayoría de las mujeres abraza el sexo para
obtener amor.”
Este aforismo de Comte-Sponville,
extraído en realidad de la cultura popular, parece difícilmente refutable.
En una realidad tan numerosa y
compleja como nuestra cultura amorosa, se constatan todo tipo de excepciones a esta
regla. Pero, día tras día, somos continuos, y tal vez perplejos, testigos de su
confirmación.
Dado el número de testimonios a
su favor y el número de productos culturales que la reafirman, no parece
arriesgado mostrarse de acuerdo con la existencia de esta dinámica conflictiva
entre los géneros. Desde la figura estereotípicamente masculina del donjuanismo
a la transformación de la dinámica erótico-sentimental de las parejas
homosexuales, en las que, en función del género, uno de los dos intereses queda
relegado en primera instancia, todo parece indicar que, en el acercamiento
entre hombre y mujer, existe una tensión negociadora con propensión al fraude.
En dicha negociación tácita el
hombre representa el interés sexual, de connotación materialista, y la mujer el
interés emocional, de connotación marcadamente ética y espiritual. Sin embargo,
no estamos más que ante un juego de palabras.
Que la cultura machista se
autoarrogue el papel del villano debe despertar nuestra suspicacia. Es propio
de la doble moral del opresor identificar al oprimido con la defensa de los
valores legítimos, y al opresor con una corrupción con la que, a la vez, se es
generosamente condescendiente. Será el poderoso el que lleve la pesada carga de
la culpa, mientras que el subyugado se encarga de no faltar a la moralidad
oficial, de comportarse como se debe, de ser obediente. El hombre se autolibera
de la moral que impone a la mujer y, a cambio, paga el muy razonable tributo de
estar mal visto.
Comte-Sponville se muestra
dispuesto a soportar esta carga, que fundamenta en un concepto de género
esencialista: A la mujer, nos dice, no le basta sólo con el sexo. El hombre,
sin embargo, tiene con él más que suficiente, y esto es así sin más razón de
ser que su propia condición de hombre.
Como este estado de cosas es
inalterable, la solución debe llegar mediante una síntesis que sea a la vez
superadora de, y respetuosa con ambos caracteres. La philia, cuya invención,
como modo de amor, se concede de nuevo a las mujeres, es la cuadratura del
círculo: el mayor bien posible. Que la pasión erótica dure un año y que el sexo
deba ser morboso, es decir, prohibido, para que resulte atractivo, no son para
Comte-Sponville indicios amenazadores. En su perspectiva sexista, el mal forma
parte del bien, como en cualquier doble moral conservadora.
Pero el conflicto de género
amor-sexo puede ser abordado desde otra perspectiva. Si somos críticos con el
esencialismo sexista, podremos permitirnos condenar también la actitud
fraudulenta de la mujer, tan dispuesta al negocio engañoso como el hombre. En
su deseo de lograr amor, la mujer trabaja en pos de la cristalización de su
feminidad, es decir, de su opresión. La mujer se encarga de reproducir el
sistema siendo su esclava, y regalando al hombre un plus de libertad. El hombre
individual es oprimido por el sistema patriarcal que él mismo ha producido como
género, y ello a través de su cancerbera femenina. Pero, el hombre, engañado
por la mujer para formar pareja (del mismo modo que él la engañó para tener
relaciones sexuales), nunca lo será tanto como lo es ella por el patriarcado
para convertirse en su mano de obra explotada, emocionalmente dependiente y
sometida. Frente al depredador sexual, la perra del amor enseña su propia
magnífica dentadura, algo más pequeña, pero también más tenaz.
Mediante el conflicto amor-sexo
la mujer ejecuta su propia opresión de muy buen grado, realizando el doble
trabajo de la reproducción social y de la vigilancia de sí misma como encargada
de dicha reproducción. El hombre, mientras tanto, se entrega al disfrute de una
libertad por la que paga la muy razonable tarifa de la culpa moral. Un precio
lo suficientemente ajustado como para que la vida de soltero dure tanto como el
sistema esté dispuesto a permitírselo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario