miércoles, 14 de agosto de 2013

propuesta erótica. I. DESIGNIFICACIÓN. (iv) designificar el sexo del afecto (1)

¿Sexo con afecto o sexo sin afecto?

             Esta dialéctica es una trampa. Elijamos lo que elijamos estamos del lado del sistema: "el sexo y el afecto van naturalmente unidos y sólo podremos separarlos mediante una violencia afectiva, mediante la desaparición del afecto de nuestras vidas."

             El sexo conserva la valoración puritana como actividad sucia que sólo puede adquirir dignidad "lavada" por el vínculo gámico, matrimonial. El afecto, a su vez, no es completo si no se da en una unión matrimonial sexual.

             Pero la separación produce un justificado vértigo. Por eso iremos bajando la montaña paso a paso.


La designificación por partes: 3_eliminación del significado afectivo
 
Parece que alcanzáramos cada vez capas más profundas de la cebolla. Apenas estamos preparados para desear la designificación del afecto en el sexo, y quien lo está será, normalmente, para preconizar un sexo deshumanizado.
 
Se confunde la interpretación de la función afectiva en el sexo dando como resultado una dicotomía trampa: la elección entre un sexo sin afecto o un sexo dado en la forma del afecto amoroso o arropamiento afectivo.
 
Véase que, senso stricto, hablar de sexo sin afecto es hablar de ausencia de emoción o sentimiento (términos próximos, aunque no sinónimos, en psicología, y que aquí usaré indistintamente, junto con uno de los significados del término “afecto”). El afecto, en sentido general, es la condición de afectado, emocionado o sentido, e incluye a toda la familia de los sentimientos. Habría que dilucidar entonces si, cuando hablamos de afecto en el sexo, nos referimos a la presencia en él de cualquier tipo de afecto, o de uno determinado. Nótese también que las connotaciones cambian cuando decimos que el sexo debe incluir emoción o sentimiento.
 
Todo este caos semántico no refleja, como siempre, otra cosa que la habitual inconsistencia en nuestro discurso cotidiano sobre el amor y el sexo. Apenas queda afirmación sobre ellos que no desemboque en el consabido “no se puede explicar”. La verdadera razón de tanta inefabilidad es que las contradicciones de las teorías (sólo intuidas) con las que diariamente funcionamos están tan a flor de piel del discurso, que acabamos despreciándolas por evidentes.
 
Cuando hablamos de afecto en el sexo, y cuando me refiero yo a un afecto que predominantemente arropa al sexo en el modelo específicamente afectivo, estamos tratando de un complejo de acciones, emociones y cogniciones cuya consecuencia es la conciencia de protección, aceptación o integración. Para esclarecer este complejo es necesario partir de la persona del receptor del “afecto”, pues es él quien constata que dicho afecto queda expresado, independientemente de la conciencia e intención del emisor del mismo. Esta primera idea nos sitúa ya en un territorio asimétrico, donde la reciprocidad es posible pero no necesaria, pues el sexo será considerado satisfactoriamente afectivo si satisface las desiguales expectativas de afecto de los individuos que lo realizan, no si se constata que existe una actividad compartida. De nuevo la metáfora de los ejecutantes musicales viene a esclarecer el conflicto cognitivo que tiene aquí lugar. Dos músicos acuden a la sesión con sus correspondientes instrumentos. Pero eso no es garantía de que ambos vayan a tocar a dúo. Nosotros, lógicamente, no diremos que han realizado un dúo si, por ejemplo, uno toca y otro escucha, o si uno enseña y otro aprende. Pero cuando hablamos de sexo, y de afecto en el sexo, no sólo no sabemos de qué afecto hablamos, sino que ni siquiera somos capaces de discriminar la dirección en que se irradia. Diremos, simplemente, que el sexo ha tenido afecto, que ha sido sexo con afecto, cuando nadie se queje de falta de afecto, independientemente de la existencia o no, objetiva o subjetiva, unilateral o recíproca, de dicho afecto. Así de crudo. Así de superficial.
 
¿De qué afecto estamos hablando cuando decimos que el sexo incluye o debe incluir afecto? El problema es intrincado. A pesar de que la inteligencia emocional ha alcanzado una inmensa popularidad en pocos años, reemplazando a la práctica integridad de la psicología aficionada y alcanzando mucha mayor difusión en sus principios de la que ésta obtuvo nunca, lo cierto es que este éxito se asienta sobre una base intelectual social débil y complaciente que ha aceptado la divulgación de los sucedáneos redactados por Goleman y otros espabilados como una delicuescente filosofía de vida en la peor tradición de las renovaciones de la propaganda capitalista a través del discurso espiritual aporético. Vamos, que hemos aprendido a conformarnos con colecciones de frases biensonantes, sólo eficaces para motivarnos, pero en absoluto para entendernos a nosotros mismos, al mundo que nos rodea ni, especialmente, los problemas a los que nos enfrentamos.
 
De la verdadera inteligencia emocional debemos decir, sobre todo, que apenas llega nada a la conciencia popular, porque ni es fácil eludir la montaña de tarados textos que nos distrae, ni está acostumbrada nuestra sociedad a discernir el grano editorial de la paja. Propúgnese, de momento y hasta que cambien las costumbres, que todo aquel a quien su terapeuta (especialmente el de empresa) recomiende un best-seller de autoayuda, no debe usarlo más que para arrojárselo a la cara. 
      
Desde este machacado panorama intelectual, organizar una reflexión eficaz sobre la presencia y función del afecto en el sexo lleva, en el mejor de los casos, un rato, así que nos armaremos con una pizquita de paciencia. El objetivo es demostrar algo así como que el afecto en el sexo es malo. No es ése, pero a ése suena, así que tendremos que escalar toda una montaña.
 
El discurso coloquial dice que en determinada forma de relación sexual (la deseable, se añade insidiosamente) se da y recibe afecto. Con esto se quiere decir que se da y recibe cariño y protección, se experimenta una sensación de entendimiento mutuo, etc… añadido a todo esto una cierta subjetividad que tiene que ver con el cumplimiento de expectativas: habrá afecto, además, si me quedo a gusto; si el sexo cumple con lo que busco.
 
Se ha dicho ya que, en teoría de las emociones, el concepto de “afecto” se usa de manera casi sinónima al de “emoción” o, incluso, “sentimiento”. El afecto es una experiencia pasiva; el afecto “afecta”, y el individuo es sólo “afectado”, sin que él participe en ninguna “efectuación”. Las acciones del individuo afectado que guardan relación con el afecto serán, por tanto, sus causas o sus consecuencias, pero no el afecto mismo: el afecto puede ser provocado, del mismo modo que puede provocar al afectado a efectuar una acción.
 
Para intentar establecer cierta claridad en el discurso coloquial habrá que empezar diciendo que el afecto no se da ni se recibe, sino que se provoca y se experimenta, se siente. Queda así en entredicho la homogeneidad de la transacción: No hay un afecto que pasa de mí a ti (ni energía alguna, por supuesto). Hay una acción del sujeto activo que genera reacción afectiva en un sujeto pasivo. Éste es, lógicamente, el sujeto referencial del afecto; su protagonista. Habrá afecto si existe un sujeto afectado, independientemente de que el otro o los otros busquen provocar dicho afecto. Desaparece así, también, la conservación cuantitativa: lo cantidad que se da no determina la que se recibe, ni siquiera es directamente proporcional, pues puede conducir a actos que generen un afecto opuesto (del amor de madre ya se hablará).
 
Vemos que el discurso sobre el intercambio afectivo deberá pasar de un modelo que representa el flujo entre individuos de una determinada mercancía a otro consistente en la relación entre acciones adecuadas y consecuencias afectivas deseadas por el afectado.
 
El afecto, además, no es una emoción determinada, sino que todas las emociones son afectos. La ira y el miedo son afectos, y no ciertamente los buscados por el arropamiento afectivo del modelo sexual cuya función es la comunión gámica, matrimonial. Se dice, como reflejo fiel de la indeterminación del discurso sobre los afectos, que “el arte debe emocionar”, sin concretar si esta emoción tendrá que ser el asco, la ira o el temor. Difícilmente se distinguirá, incluso, si el arte y el sexo deben emocionar, afectar, del mismo modo. El mundo de las emociones nos llega en una amalgama indistinta y supuestamente deseable que lo convierte, como al sexo, y al conjunto existencial del amor mismo, en herramienta de manejo imposible. La inteligencia emocional puesta a nuestro alcance en las secciones de autoayuda acaba haciendo de los analfabetos emocionales temibles manazas afectivos.
 
El siguiente cambio consistirá en transformar el discurso sobre el afecto en discurso sobre los afectos, determinando a qué afectos nos referimos de modo general cuando hablamos de arropar afectivamente al sexo.

4 comentarios:

Emma dijo...

Una pregunta : tú follas?

israel sánchez dijo...

¿puedes desarrollar la pregunta?

Emma dijo...

Me refiero a que cuando tienes sexo, cuando estás con alguien con quien tienes ganas de practicar sexo, todas las teorías desaparecen... no sé si te ha pasado.

Por otro lado encuentro tremendamente interesante el blog.

israel sánchez dijo...

¿cómo puede "desaparecer" una teoría?
si lo que quieres decir es que cuando tenemos relaciones sexuales sólo pensamos en la acción realizada, la respuesta es que, normalmente, cualquier acción realizada con motivación conlleva una concentración que hace olvidar provisionalmente otros pensamientos.
eso no es obstáculo, sin embargo, para que dicha acción se realice con coherencia con respecto a los principios éticos, si estos están bien afirmados.