Dejar de pensar en el sexo como ceremonia en la que deben fundirse dos
espíritus nos es un poco más difícil.
Sin embargo, libres de esa obligación, seremos mucho más capaces de
comunicarnos, adaptarnos y, sobre todo, apreciar y entender qué es realmente lo
que está ocurriendo.
No olvidemos que la glorificación del sexo es la otra cara de su
condena social. Cuando decimos que el sexo debe ser la fusión de dos espíritus,
lo que en realidad estamos afirmando es que cualquier otra cosa es una depravación.
La designificación por partes:
2_eliminación del signigicado fusional
La eliminación de este segundo
significado es un objetivo mucho más ajeno a nuestra creatividad intelectual.
Como otros significados a los que tendremos que enfrentarnos para seguir
ordenando nuestro erotismo, cuenta con la ventaja de su prestigio.
Entendemos bien que la
reproducción puede ser distractiva del acto erótico, y que entre ambas cosas no
hay naturaleza común. Así, decantados por el rescate del erotismo, concebimos
con facilidad una animadversión útil frente a la reproducción.
Pero, ¿cómo renunciar a la
comunión sexual? ¿No es acaso la cima de nuestras posibilidades sexuales? ¿No
se define cada acto sexual en función de la distancia que lo separa de esta
cima, en la que todos los placeres confluyen y son coronados por el encuentro
sublime con el ser amado y erotizado? ¿En qué perjudica el ideal de la comunión
y, sobre todo, en qué queda el sexo sin ese ideal? Aun siendo perjudicial, ¿no
será éste el punto en el que haya que renunciar al deber para integrar en
nuestra vida al sexo como vicio, el vicio de la comunión?
Perdón por el exordio, pero es
que la cultura de las energías, a pesar de su estética minimalista, se pone así
de dramática en cuanto se quita la ropa interior.
Se ha explicado ya que la
comunión tiene mucho más de virtualidad que de experiencia. Cada niño concebido
es la demostración de que un determinado acto sexual fue realmente
reproductivo. Pero eso de que la comunión buscada se produzca tiene casi
siempre tanto de narración autolegitimadora de la pareja que bien podría
decirse que los verdaderos lugares mayoritarios de surgimiento de la comunión
sexual están lejos de la cama, y muy cerca de la narración y el recuerdo.
La comunión funciona como un
ideal. Pero no como el ideal a alcanzar tras el desarrollo, esfuerzo o
aprendizaje, sino como el ideal surgente ante la combinación de los adecuados
ingredientes humanos. Como ya se dijo, la comunión es la demostración de que la
pareja debe perpetuarse, y el acto sexual se convierte en la pregunta al
oráculo de la comunión: ¿Estamos hechos el uno para el otro? Según qué tal se
os dé follar. Si alcanzáis el éxtasis simultáneo y excelso, entonces es claro
que debéis compraros una casa, criar en ella algunos hijos y vivir siempre
juntos. Benditos estáis; ahora el éxito o el fracaso depende de cuánto sepáis
aprovechar esta lotería (en realidad el mensaje descifrado es: El sexo ya no
será un problema entre vosotros, de modo que no necesitaréis demasiado buscarlo
fuera y desestabilizar así vuestra casa. No es un gran punto de partida, pero sí
reduce la virulencia de una enfermedad que, al menos, no nacerá ya como plaga).
La expectativa de la comunión
debe ser sustituida por una valoración del entendimiento, que es lo que queda de
aquélla si se le despoja de su carácter imperfectible, inalienable e
inaprensible. Las actividades realizadas en común dependen de la capacidad de
los participantes para establecer sinergias, y las sinergias mismas se
convierten en fuente de gran parte del placer que la experiencia proporciona. La
experiencia de funcionamiento en equipo, de ser causa generadora de algo más
grande que aquello que uno por si solo puede generar, es placentera por sí
misma y, lamentablemente, también por su rareza. Pero la capacidad para
entenderse en equipo depende de técnicas y virtudes (o de virtudes tanto éticas
como dianoéticas), y no es la consecuencia de una casualidad.
El discurso del amor pone el
énfasis en explicaciones químicas, porque es el paradigma de la química el que
mejor se adapta a su discurso apriorístico. El sodio combina con el potasio y
no con otra cosa, o vete a saber. Pero estaríamos mucho más cerca de la verdad
si utilizáramos una metáfora musical y dijéramos que el piano combina con el
violín mejor que con la guitarra española. Así, podríamos extender la
comparación y decir que, a pesar de esa diferencia a priori, el piano puede
llegar a combinar magníficamente con la guitarra española si ésta aumenta su
resonancia. Y, sobre todo, entenderemos que la capacidad para combinar no está
sustancialmente depositada en los instrumentos, sino en la técnica desarrollada
por los músicos, pues son ellos los que logran combinarse a través de un
instrumento que dominan, y que sería inútil en manos de alguien que no lo
hubiera estudiado.
El entendimiento despierta, por
tanto, el entusiasmo, pero la interpretación de éste no debe ser dirigida hacia
el concepto de comunión, con su carácter de resultado ajeno al desempeño de los
participantes. Antes al contrario, se debe interpretar que es producto del
desarrollo de aquellas facultades que de él dependen, entre las que se
encuentran las que vehiculan la comunicación en el plano ético, es decir, la
empatía, el respeto o la asertividad. El surgimiento de entendimiento
espontáneo y a priori entre las personas que realizan un acto erótico depende
del desarrollo de estas virtudes. Ésta, y no otra, es la explicación de la
inexplicable química que procura con denuedo convencer a propios y extraños de
que las parejas sexuales combinan o no combinan, encajan o no encajan, sin que
la voluntad humana pueda ejercer control alguno sobre tan microscópico y
mecánico misterio.
El entendimiento pasará así de
darse en forma fusional de “sí o no”, a darse en forma de “más o menos”, con la
redimensión de su importancia que ello implica. La interpretación sobre el
sentido de la relación sexual entre determinadas personas también se
transformará. De constituir la clave para decidir qué debe hacerse en función
de la comunión existente o ausente, en la decisión de qué puede hacerse con el
entendimiento alcanzado, y qué debe hacerse para mejorarlo. Así, la cantidad de
entendimiento no determinará, como hace la comunión, si la relación sexual debe
o no debe darse (expresado a veces en la forma de si “ha tenido o no sentido”,
es decir, si la predicción de comunión se ha cumplido o ha sido una predicción
errónea, un fallo en la intuición).
El entendimiento (y menos aún el
“entendimiento perfecto”) no determinará en exclusiva el valor de la relación
erótica, ni se significará de él otra cosa que no sea el desarrollo común de
las virtudes que sirven para alcanzarlo.
3 comentarios:
Muy bien!
El antipático.
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