La “presencia de todo en todo”, la
complejidad con la que cada acto sexual puede ser interpretado analizando cada
uno de sus momentos, el hecho de que estas cuatro funciones aparecen no sólo
amalgamadas, sino incluso invertidas con respecto al género al que
corresponden, todo ello, no debe distraernos del modo en que dichos géneros y
dichas funciones se jerarquizan.
La escuela de la pornografía
sadomasoquista mitiga la frustración de género que para el hombre es la lucha
diaria por prevalecer frente a otros hombres, así como la de los individuos de
ambos géneros en la lucha a la que la competitividad capitalista los condena y
en la que se ven diariamente derrotados. El sexo, como realización principal
del amor, mediante su vocación de aceptación de todo aquello que el individuo
necesita desahogar o posee de inconfesable, ofrece cabida a la agresión
mediante un lenguaje que, al actuar de manera plenamente inconsciente e
irresponsable, se identifica con el mensaje atribuido al amor mismo y a su
carácter supuestamente benéfico y edificante. La agresión se convierte así en
agresión buena, y el sometimiento en nueva forma de supuesta igualdad.
A su vez, el machismo, en perpetua
metamorfosis, vuelve a declararse vencido como estrategia de distracción para
reconstruir su estructura opresiva en un territorio en el que crecerá proporcionalmente
a la cantidad de tiempo que tarde en ser descubierto, denunciado y perseguido.
Ignorantes de que la opresión es ejercida por fuerzas vivas y no inertes, nos
dormimos en los laureles de cada nueva victoria de la lucha por la igualdad,
sin terminar nunca de comprender que cada producto de una cultura machista
tiene al machismo como determinación ideológica de partida. La liberación
sexual, por ello, debía producir su alternativa machista. Lo que no era de
esperar es que se impusiera de manera tan incontestable.
En esta forma de relación sexual, la
mujer cae en la trampa de usar su recién adquirido carácter activo para
entregarse a la activa complacencia. Asumiendo paulatinamente la normalidad de
los comportamientos sadomasoquistas, y ofreciéndose de modo paulatinamente más
dispuesto, su comportamiento sexual acaba imitando al sexo de pago desde la
paradoja de no recibir siquiera compensación económica. En pleno combate por la
dominación mutua, el placer propio es identificado con el placer del otro, a
través del cual el otro es dominado. Pero la forma en que el acto sexual se
dramatiza convierte la dominación masculina en positiva, en dominación del amo
hacia el esclavo objetivamente esclavizado, y la dominación femenina en
negativa, en dominación del amo por el esclavo mediante la ocupación de la
posición de esclavo privilegiado frente a otros esclavos.
La mujer debe convertirse en el objeto
sexual perfecto para la realización de la fantasía de dominación. En la
práctica sadomasoquista se establece una medida escalada de agresiones en la
que la mujer debe llegar más lejos que otras mujeres, pero nunca tanto como
para que la agresión carezca de valor. La mujer deberá sorprender al hombre en
su capacidad para recibir castigo, y esto como premio a la especial conexión
creada entre los dos. La demostración de su amor tendrá lugar en el plus de
tolerancia a la agresión y, con este regalo sexual, el hombre deberá quedar
definitivamente atado a su esclavo.
La mujer, por lo tanto, se convierte
en parte activa de su propia dominación, desde la miserable condición de
creerse discípula aventajada de una liberación sexual que, por serlo, y por ser
el sexo tradicional espacio clave de opresión para la mujer, debe de ser
también liberación en los demás sentidos.
El sexo sadomasoquista, en resumen, es
juego de dominación mediante el que se realiza la dominación verdadera. La
fantasía realizada tiene sus límites, generados porque, precisamente, lo
reprimido es lo deseado y la represión proviene del conflicto de género del
capitalismo patriarcal. Se desea lo que no se puede porque al quererlo se
descubre su prohibición. La mujer no puede regalar el sexo como hace en las
fantasías porno, y tampoco puede dejarse humillar porque busca dignidad. La
pornografía tantea y descubre caminos sinuosos para llegar a la expresión de
estos deseos.
Mediante la educación de la fantasía
sexual desde su condición de producto de consumo privado complementario del
sexo real, el cine pornográfico sadomasoquista penetra en todo tipo de
conciencias y educa a todo tipo de caracteres. No importa que el individuo sea
un inadaptado sin vida sexual. El día en que encuentre la oportunidad de tener
una relación sexual, sus impulsos le llevarán al sometimiento sadomasoquista de
su compañera, sea cual sea la originaria relación de poder entre los dos. Da
igual si él carece por completo de prestigio social y ella es una mujer de
éxito. Da igual si en la vida pública ella es una directiva y él su asalariado.
Desde el momento en que entren en el entorno del sexo, él dará por iniciada la
satisfacción de sus fantasías, aquellas en las que la masturbación mediante el
consumo de productos pornográficos lo ha educado, consistente en someter y
humillar a su pareja. Curiosamente, y desdiciendo el supuesto carácter
puramente lúdico de este sadomasoquismo, él encontrará mayor excitación
precisamente cuanto más contraste exista entre el sometimiento y la relación
previa; cuanto más eficaz resulte el sexo para combatir la igualdad de la
mujer.
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