Por último, y como cuarta función, el sadomasoquismo es la
expresión histérica, la apasionada y supuestamente figurada, entrega al sadomasoquismo
mismo, es decir, a la relación amo-esclavo establecida entre un hombre que
disfruta agrediendo y una mujer que disfruta siendo agredida.
Por su carácter privado y representacional, el sadomasoquismo adquiere formas no siempre literales y puras de dicha relación. Pero la pornografía sadomasoquista de consumo masivo (conocida como “hardcore”, es decir, dura, aunque la normal y la blanda sean testimoniales), osea, la pornografía llana y simple en su condición de industria vulgarmente lucrativa, reduce la complejidad de estas variaciones privadas hasta la síntesis de su esencia en el consabido acto pautado explicado arriba. El coito como acto de posesión real reproductiva, es decir, la conversión de la mujer en madre de los hijos del hombre, se transforma en el polvo contemporáneo que realiza la posesión de un individuo por otro a nivel simbólico.
En su afán por darle al cliente mayoritariamente masculino aquello que el cliente desea, la pornografía ha desculpabilizado un notable nivel de agresión. Dicha agresión aparece como juego de agresión, como falsa agresión, sirviendo para expresar y desahogar el deseo de agresión verdadera. El esclavo, por su parte, deja de ser pasivo para ser activamente exigente de humillación, justificando así el recibirla por tener lugar a favor de su voluntad.
La agresión y el desprecio simbolizan el dominio, la posesión de un individuo (y de su uso para competir con terceros) por otro que, por ser sistemática, se convierte en opresiva.
El supuesto juego es en realidad, como queda dicho, un comportamiento histérico, una simulación de falsedad, una falsa mentira. La agresión tolerada linda siempre con la agresión no tolerada, y esta última es el origen de la excitación. Se juega a realizar lo que se desea y por ello la frontera siempre está amenazada. Y el deseo que llega más allá del juego queda plenamente comunicado, comprendido por el esclavo, que nunca termina de aceptar lo suficiente, que siempre encuentra que el amo lleva el juego un poco más lejos, porque la humillación como símbolo no le sacia.
Cada uno de los momentos de este sexo pautado es una humillación que se viste de sí misma con poco disimulo. Prescindiendo de las simetrías espontáneas, es decir, las imitaciones que cada rol hace excepcionalmente del comportamiento del otro para asegurar la presencia de una falsa simetría, el “juego” posesivo queda como sigue:
La fase de aproximación es un impaciente combinado entre la persuasión, la violación y el anonimato objetualizante. La mujer, o no quiere relación sexual y es convencida-violada (si fuera sólo violada, pero sin llegar en ningún momento al convencimiento, ni podría dar placer con la misma eficacia, ni sería del todo poseída, pues su voluntad permanecería fuera del poder del hombre) o quiere a costa de convertirse en un autómata deseante sin libertad. Los primeros contactos son una conquista por etapas de un cuerpo que era hasta ese momento ajeno. El hombre entra en contacto con pechos, vagina, glúteos, ano… como un ejército saqueador en una ciudad rendida. El objeto es valioso, pero eso no debe llevar a su reverencia sino, antes al contrario, a la blasfemia y la destrucción. Como una civilización somete a otra arrojando sus dioses por tierra y acabando con el símbolo de su autoestima, el hombre alcanza cada centro del valor femenino con el psicopático objetivo de torturarlo y destruirlo. Para ello desplegará todas las técnicas desculpabilizadas por la escuela sadomasoquista de la pornografía. Manipulación de los pechos obteniendo deformaciones grotescas, retorcimiento de pezones buscando el límite de la provocación, palmadas en la vagina como profanación del área más sensible, trato procaz del ano para arañar resquicios de resistencia, incomodidad y vergüenza…
La mujer, sin embargo, es invitada al templo del pene, al que accederá con no menor entusiasmo, pero con profundo respeto. Se entregará a la felación sin soberbia, con numerosos gestos reverenciales y paciente aplicación. Es posible que se requiera de ella algo completamente normal, como que se deje empujar la cabeza hasta que el pene toque su garganta, provocando una arcada. Si la arcada no surge espontáneamente, bastará con inmovilizar la cabeza en dicha posición hasta que irrumpa por asfixia. Entre las numerosas ventajas de la arcada se encuentra que no sólo es una manifestación objetiva de sufrimiento, pues el organismo reacciona a un elemento que ya no puede dejar de reconocer como agresor, sino que con ella se regurgitan jugos gástricos, o incluso alimentos que, además de lubricar llevando la felación a una etapa más avanzada, deterioran la imagen del congestionado rostro de la mujer convirtiéndola en algo cada vez más objetivamente degradado y distinto del hombre; cada vez más puesta de manifiesto la diferencia entre el amo destructor y el esclavo destruido. La ruina, la no vuelta atrás, la posesión definitiva se hace evidente. En los momentos de baja autoestima, el hombre siempre podrá recordar cómo la mujer que se cruza con él, o que tal vez camina a su lado, se ahogaba en su propio vómito, cubierto el rostro de saliva y ácidos, mientras él, inclemente, aprisionaba su cabeza para que no pudiera escapar a la asfixiante deglución de su polla erecta.
En el cunnilingus el hombre, como la mujer en la felación, buscará su propia satisfacción en el placer del otro; la autoestima en su eficacia como masturbador, el poder frente al otro en la necesidad que el otro manifiesta de él por la trascendencia del placer vivido. Pero, mientras que la mujer frenará aquí, esperando que la demostración de su categoría como pareja sexual le reporte ser considerada como imprescindible por el amo, el hombre encuentra en el orgasmo femenino la humillación por placer, y tras diversas manifestaciones de irreverencia hacia el valor que la mujer y la cultura sexual conceden a la vagina, buscará que el placer descomponga a la mujer hasta el punto de hacerle sentir incómoda o, incluso, expresamente reacia a que la masturbación continúe. Logrado dicho conflicto, y surgido éste en el seno del juego sexual desculpabilizado, hombre y mujer se entregan a un forcejeo cuya prolongación no sólo conlleva que se presuponga la prolongación y aumento del placer de la mujer, sino su sometimiento hasta niveles que por ella no se manifiestan como previstos.
Otro gesto característico de la masturbación femenina realizada por el hombre es la introducción del máximo posible de dedos u objetos (éstos son poco satisfactorios porque reflejan la incapacidad del hombre para valerse por sí mismo a la hora de apoderarse de la mujer, tanto como la capacidad de ella para independizarse del sexo como medio de sometimiento) en los orificios anal y vaginal. Del mismo modo que la felación es mejor cuanto más profundamente se penetre en la garganta de la mujer, también será mejor el cunnilingus cuando más profundamente se penetre en sus orificios. El esquema se repite, delatando que el cambio de roles entre masturbador y masturbado no lo es entre amo y esclavo. Nótese que la actual pornografía genérica no ha importado de la tradicional pornografía sadomasoquista las agresiones genitales al hombre durante la felación, y que la mujer raramente juega a morder, pellizcar, retorcer o, en definitiva, humillar, el miembro masculino, como hace el hombre cuando masturba.
Llegado el momento de la penetración, que viene ahora y no antes ni después, lo correcto es que ésta se produzca con la máxima violencia que permita el pacto previo entre los actores, que a veces no han conseguido lubricación suficiente como para que ésta tenga lugar sin un dolor superior al que aparece estipulado en el contrato. Como en todos los cambios de actividad, el hombre no sólo decidirá, sino que manipulará el cuerpo de la mujer como el objeto de su pertenencia que a pasado a ser, a lo que ella se entregará con docilidad, sorpresa y orgullo de mercancía competente.
Durante todas estas fases, pero especialmente ahora, la mujer gritará de placer de modo convincente, a lo que, si quiere mostrarse verdaderamente sexy, deberá añadir una nota periódica de sorpresa y dolor. Ella debe disfrutar porque sufre, y de cada disfrute debe sacarla un nuevo sufrimiento. El hombre, que emitirá esporádicamente algún que otro sonido, adoptará una actitud mucho más mental y concentrada. Él no es presa del acto, como la mujer, sino su artífice. Él no es la máquina sino el operario. No es la obra, sino el artista; aquél que, mediante su arte, demuestra a la mujer que su resistencia era estúpida e inútil, porque una vez que ha accedido a su espacio sexual, ella disfruta hasta el punto de aceptar a cambio esclavizarse.
Como la penetración rutinariamente fogosa es algo monótona tanto para los profesionales como para sus seguidores, y dado que en ella, y según la posición, se dispone de buen y variado acceso a distintas partes del cuerpo de la mujer, la ocasión es pintiparada para entreverar nuevos actos humillantes, de esos que a cualquiera le parecerían simples insultos pero que, según los intelectos creadores de este género del séptimo arte, son justo lo que todos deseamos hacer y que nos hagan.
Actualmente, arañar o estirar del pelo forma parte de una estética obsoleta. El pelo desempeña su verdadera función no cuando se estira de él, sino cuando se lo utiliza como rienda de la yegua que se monta por detrás, a ser posible obligándola de vez en cuando a doblar la cabeza hasta posiciones forzadas. Es especialmente virtuoso aquel domador que puede dominar a su montura sin más contacto que éste, cosa de la que ella sacará, como siempre, el máximo disfrute. Debe recordarse que, aunque, en esta posición, la mano liberada suele entretenerse en palmear con vigor los glúteos de la mujer, esto no se realiza con el fin de que ella acelere, como sí ocurriría con una auténtica yegua, sino, una vez más, de que duela. A día de hoy el límite tolerado, por el que ninguna mujer verdaderamente liberada se plantearía protestar, es la marca de la mano. Se puede decir que el azote verdaderamente viril y completo, el que la mujer desea, es el que deja esa huella sonrosada y no del todo fugaz; ese dibujo de amor. Algunos ligeros hematomas, incluso, no están mal vistos ya entre los amantes más ávidos de experimentación, y no debemos descuidar estas innovaciones o quedaremos atrás cuando se imponga la moda del capilar roto.
Las posiciones frente a frente son una buena oportunidad para escupir a la mujer en plena cara, especialmente si, a causa del placer que le provocamos, ella tiene la boca abierta. El que desee probar las bofetadas en las que el cine nos adiestra deberá (todavía) calcular con tacto y precisión, pues si bien el gesto, por directo y evidente, es magnífico como medio de humillación, se arriesga a encontrar a su pareja poco familiarizada con él. Se corre el riesgo, por lo tanto, de que ella identifique que se ha superado la barrera del maltrato como juego para entrar en el maltrato como acto real, lo que conducirá a aparatosos malentendidos y tediosísimas explicaciones que, eso sí, ayudarán a la mujer a progresar en su liberación.
Que el sexo no es coito queda patente a partir de esta fase. Llegados a la penetración cabría pensar que el juego ha terminado en cuanto el hombre alcance el orgasmo. Pero la pornografía ha encontrado formas ulteriores de simbolizar la posesión sexual que hoy resultan universales y, a decir verdad, imprescindibles si uno quiere quedar satisfecho y hacer sentir a la mujer plenamente poseída. A nadie se le escapa ya que la penetración vaginal ha perdido vigencia y atractivo frente a la anal, y que un hombre sexualmente maduro debe superar el pudor que puede producirle el proponerla o, según sea el caso, el darle inicio por cuenta propia. Cualquier situación es adecuada para que el pene acabe en el ano. Cierto que otrora, y por las características fisiológicas del esfínter, una relativa adecuación de la situación podía ser necesaria para esta práctica. Pero la mujer moderna debe estar perfectamente preparada para que su ano se dilate con alegría hasta el tamaño del pene con el que dé en encontrarse, máxime cuando la verdadera posesión pasa por este extremo y, de no llevarse a cabo, ni el polvo será polvo del todo, ni se podrá hacer otra cosa que volver a quedar para terminar dando por el culo, ni los cuernos que se pongan serán dignos de altanería colmada.
Y, llegados al orgasmo, ahora sí, pobre será el amo que se conforme con eyacular dentro de la mujer, a no ser que, por especiales circunstancias esto pueda resultar particularmente controvertido. La corrida buena de verdad, como ya se ha señalado en otro lugar, no puede ser en lugar otro que la boca. Y, aunque ella así lo espere, abriéndola sumisamente, y sacando la lengua para ampliar la superficie de recogida y evitar que el queridísimo y agradable semen caiga en áreas no puntuables, con la vergüenza para el varón que ello conllevaría, éste debe aspirar a ofrecer una última satisfacción alcanzando, con un diestro y oportuno quiebro, uno de sus ojos. El símbolo de la flecha impactando en el centro de la diana se enriquecerá con un objetivo escozor del que ambos amantes podrán disfrutar tras el orgasmo. Hay, incluso, quien logra magníficos resultados de tos y asfixia acertando con parte del semen en un orificio nasal, si es que éste sale con fuerza y abundancia suficiente como para producir una convincente sensación de ahogo.
5 comentarios:
Se diría que el sexo o la representación del sexo debe alcanzar estos límites para aburrirse y desengañarse de ellos, en cambio bien puede ocurrir que su propia vacuidad final produzca un retorno aún más fuerte del amor como única contención de los excesos. Vivimos, en este aspecto, un momento delicado, como en todo...
Un post buenísimo. No deja nada sin criticar
“A poco que uno pretenda apartarse de los caminos trillados y surcados por la mayoría, vivir plenamente la sexualidad es un lujo que no está al alcance de todo el mundo. La libertad sexual es más un concepto mediático que una realidad. El asunto se vuelve aun más complejo en el terreno en el que Pierre y yo nos movemos, ya que el sadomasoquismo es la fantasía sexual por excelencia, la apoteosis de la libertad sexual para muchos seres condicionados por una educación frustrante - y sé muy bien lo que digo -. Es él nuestro un ámbito que suscita a la vez envidia y temor entre los no iniciados, quienes a menudo dan vueltas en torno al sadomasoquismo como su éste fuera una hermosa mujer de vida alegre a la que no se atrevieran a abordar. La principal confusión de estos profanos en lo que respecta a los placeres del cuero negro reside en que mezclan el ritual, el posicionamiento afectivo y psicológico del amo y de su esclava, con el trivial intercambio de parejas practicado aprisa y corriendo por gente que sólo se reúne para poner a prueba sus celos, su complacencia o su venalidad. Nosotros no hemos cedido jamás a las presiones de estos amantes del intercambio de parejas, que en ocasiones se esconden, mal que bien, bajo supuestas "invitaciones de carácter sadomaso" que no pocas veces nos han traído desengaños y amargas decepciones. ¡Cuántas veces nos ha engañado alguno de estos oportunistas que ven a los adeptos a la sumisión como proveedores para sus desenfrenos! La imagen de la mujer esclava prestada por su amo atrae a numerosos solitarios, sin perversiones dignas de ese nombre, que lo único que quieren es quedarse a solas con la esclava para desahogar con ella un cúmulo de frustraciones que casi siempre van acompañadas de desprecio e insultos. Cuántos kilómetros habremos hecho - Pierre no vacila en atravesar todo el país para acudir a una invitación que le parece atractiva, y a veces llegamos a recorrer dos mil kilómetros en un fin de semana para celebrar con algún grupo de amigos una "fiesta del cuero"- sólo para encontrarnos frente a un individuo cauteloso e hipócrita cuyo único deseo consiste en utilizar a la bella putita en que me convierto para los demás en el contexto específico del universo al que Pierre me ha iniciado. Falsas mansiones que de pronto quedan reducidas a triviales dormitorios, falsas veladas rituales animadas por viejos solterones que carecen de una mujer que se lo deje hacer todo, falsos amos sin autoridad, falsos perversos sin fantasías. La publicidad engañosa es una moneda corriente en las inmediaciones del mundo del sadomasoquismo puro. Por no hablar de los individuos brutales y groseros que están convencidos de que se domina pegando; de los enfermos mentales que atan a su presa y la abandonan durante horas para masturbarse en secreto, incapaces de hacer nada más; de los estafadores que piden dinero por prestar un equipo que se reduce a una vaga batería de cocina amañada; de los embaucadores que alquilan los servicios de una profesional para fingir que forman una pareja de iniciados; de los inevitables bromistas que te citan en el otro extremo del país y nunca aparecen; de todos los que no quieren más que echar un polvete rápido, tal como en su inconsciencia lo confiesan ellos mismos, con un cinismo inherente a su libido primaria y a su cultura sexual, que se limita a la lectura de algunos libros pornográficos de supermercado. Esta penosa miseria sexual nos reafirma en nuestra elección: el sadomasoquismo es un arte, una filosofía, un espacio cultural vetado a los mentirosos y a los hipócritas redomados”.
-Vanesa Duriès (1972-1993), ‘La atadura’ (Le Lien)
Vanesa Duriès fue la autora de la novela de temática BDSM “La atadura” (Le Lien), basada en su propia experiencia como esclava. Vanessa murió en un accidente de coche el 13 de diciembre de 1993 en el sur de Francia a la edad de 21 años. Debido a su temprana muerte ganó un estatus de escritora de culto en la comunidad BDSM. En 2007, cinco capítulos de su segunda novela inacabada “La estudiante” fueron publicados en Francia.
El BDSM también puede ser un camino Tántrico:
http://tantrasivaita.com/bdsm-tambien-puede-ser-camino-tantrico
el texto de Duriès me parece tan rico y tan capaz de suscitar reflexiones y conclusiones que prefiero no añadir nada sobre él.
muchas gracias.
en cuanto al vínculo sobre la relación entre bdsm y tantra, me resulta algo ingenuo al seleccionar, precísamente, el bdsm (y no otra práctica sexual cualquiera, incluso las más convencionales) sin referirse, sin embargo, a las connotaciones que a las prácticas del bdsm les son más propias. no veo falsedad en lo que el texto afirma, pero sí peligro en lo que olvida.
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