El acto sexual con arropamiento
afectivo tiene una alta expectativa emocional. Dicha expectativa, combinada con
la escasez de recursos que ofrece, suscita pronto la suspicacia. El discurso
cultural del amor nos dirá que ha llegado el momento de usar la imaginación, de
aprovechar nuestros talentos ocultos (fantasías privadas, es decir,
frustraciones esclerotizadas) y de pasar a la categoría de consumidores de
complementos sexuales.
Así, el mercado se nos ofrece,
como siempre, como solución a nuestra insatisfacción. Gracias a que el mercado
propone, la solución queda dada y postergada antes de la crítica. Nuestra
capacidad para resolver el problema de la satisfacción sexual dependerá del
nivel de consumo que podamos alcanzar. Si no disfrutamos más es porque no
disponemos de más dinero, de modo que, de nuevo, en la vida, busquemos dinero,
o acomodémonos a una satisfacción muy limitada.
El concepto de fantasía que
recomienda la ideología del amor no será literalmente la realización de lo
deseado por cada individuo, que difícilmente puede ponerse en común y, más
difícilmente todavía, adaptarse a la ideología del amor. Éste recomendará la
fantasía, precisamente, como alternativa a la realidad. Será adecuado como
fantasía todo aquello que frene el crecimiento de la crítica frente al modelo
monógamo del amor y, especialmente, todo aquello que evite que dicha crítica
acabe en ruptura con él. Por eso la fantasía, el uso de la imaginación, la
búsqueda de alternativas, el desarrollo del juego, todo ello, vendrá siempre
expresado en sentido negativo, sin forma explícita, o bajo una forma blanda e
ineficaz que se enuncia como ejemplo de un mal ejemplo.
La fantasía de incluir a otra
persona en la relación sexual, por ejemplo, se ofrecerá en la forma virtual de
imaginar la presencia de esa tercera persona, o de ser interpretada por una de
las dos que forman la pareja. Esta no realización de la fantasía desde la
conciencia de que se realiza pretende satisfacer, a su vez, una fantasía que
carece de forma definida, en tanto que dotarla de ella significaría un
conflicto competitivo con la pareja. La tercera persona con la que se fantasea
no es, lógicamente, cualquiera, sino mayoritariamente alguien a quien
concebimos más excitante que la pareja disponible, rasgo éste que nunca llega a
ser expresado ni, qué duda cabe, encarnado.
Las fantasías sexuales, con su
aparente colorido, variedad y desenfado, aportan una mejora en la autoimagen
del sexo, así como una distracción de las fuerzas disruptivas de la pareja
cuando ésta tiene una firme fe en la ideología del amor. Así, las fantasías más
frecuentes acaban siendo, o aquellas que mejor pueden ser contadas (“nos
vestimos de”, “nos vamos a”, “nos untamos con”…) por más que su realización
aporte una mejora poco significativa en la intensidad del placer, o aquellas
que más se parecen a las verdaderas fantasías (“simulamos no conocernos”,
“simulamos una violación”, “simulamos que nos mira gente”, “simulamos nuestra
primera relación”, “simulamos estar con otra persona”, “simulamos un trío”…)
con el objetivo de que, gracias a las simulaciones, dichas fantasías queden sin
realizar.
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