Un resumen muy somero de nuestra vida sociosexual nos
presenta, ante todo, un sorprendente contraste a priori entre el tratamiento
mediático y cultural del sexo y su realidad privada. A pesar de que aparece en
todas partes, ya sea de modo explícito o sugerido, desaparece por todas partes,
al menos por todas las partes conocidas (especialmente si discriminamos entre
sexo satisfactorio e insatisfactorio), cuando analizamos su realidad práctica.
El discurso, la narración, que resuelven esta contradicción aparente, nos dicen
que los medios de comunicación y, por extensión, nuestra cultura, nos invitan
desinhibidamente a un sexo al que nosotros nos liberamos, nos entregamos, aún
con reticencias y cierta mojigatería. Así, los medios de comunicación realizarían
el papel de educadores de una falta residual de formación. Heredarían el papel
de divulgadores (ya no fanáticos y desquiciados, como fueron los del amor
libre, sino sometidos al filtro de la sensatez), de la ideología de la
liberación sexual, frente a una sociedad que ya ha aprendido los rudimentos de
la misma y se dedica ahora a asentarlos, afianzarlos, perfeccionarlos y
universalizarlos.
La historia está, por lo tanto, resuelta con final
feliz y, como en todas las historias bien contadas, no se exige el relato de
las consecuencias de la resolución, sino un ejemplo de ellas a título de
inventario. La cultura nos da la respuesta al problema, con lo que lo despoja
de interés, y el que dicha respuesta se aplique hasta acabar con él se deja a
que caiga por su propio peso gracias al trabajo automático del tiempo. Pero
este trabajo queda ya fuera del foco de atención.
En resumen, la línea argumental de la historia sería
que, una vez, hace tiempo, tuvimos un problema de represión sexual. Ese
problema se resolvió (mediante el descubrimiento de lo que nos extraña hoy que
no fuera siempre una obviedad: la “naturalidad” del sexo), y ahora la solución
está a nuestra disposición para ser usada por cualquiera que decida requerirla.
No habría ya, estrictamente hablando, ni problema ni historia que contar. El
sexo ha dejado de necesitar teoría y nada importante cabe nunca más ser dicho
sobre él. El problema se ha vuelto, por lo tanto, exclusivamente individual. No
hay un problema sexual, pero hay gente con problemas sexuales por razones que
son de su absoluta responsabilidad y cuya solución conoce cualquier persona
medianamente informada.
Estos problemas, sin embargo, llevan extendiéndose en
el tiempo desde la revolución sexual sin grandes síntomas de mejora, y eso es algo
que podría inducir la sospecha de que siguen presentes. Pero, afortunadamente,
hemos encontrado la cura explicativa que nos faltaba: Si localizamos el
problema del sexo en la pareja en vez de en el conjunto social, podemos pasar a
denominarlo “conflicto de género” (en el sentido no feminista del término), “guerra
de sexos” o “incompatibilidad entre las propensiones sexuales femenina y
masculina”. Con ello, desplazamos el campo de la explicación a lo natural,
biológico, pudiendo así decir que todo aquello que la liberación sexual no ha
liberado no puede liberarse jamás porque forma parte de lo que no podemos dejar
de ser: animales sexuales con instintos insoslayables e irreconciliables. El
sexo que quiere el hombre no es ni puede ser el que quiere la mujer, y ambos,
perfectamente liberados en su diferencia, en su ideal de sexo perfecto, deberán
negociar y conciliar con el otro sexo, al que llega a llamarse “opuesto”, una actividad
sexual viable que satisfaga a ambos del modo más ecuánime posible.
Apenas es necesario bosquejar por encima ambos
modelos y su marcada condición de género (esta vez sí, en sentido feminista, es
decir, género como estructura discriminadora y opresiva), porque son de dominio
público, y el dominio público alimenta sin control su estereotipia. La mujer
busca un sexo monógamo, duradero y afectivo conciliable con y conducente a la
maternidad. El hombre busca un sexo que, siendo polígamo para él, no lo sea
para su o sus parejas, cuya realización se caracteriza a partes iguales por la
novedad, la violencia y el consumo de usar y tirar. El encuentro de ambas
sensibilidades da como resultado la suma de nuestras vidas sexuales que,
tapándome la nariz, paso a describir.
Las tres fuentes de las que nuestra educación sexual
se sacia con más frecuencia son la tradición del sexo reprimido y pudoroso, el
modelo del arropamiento afectivo, y la muy noble, refinada y moderna escuela de
la pornografía sadomasoquista.
muy sistémico todo pero solo describes no propones soluciones, que mas alternativas según tu hay...a mi se me ocurren pero me interesa tu opinión. de todas formas somos personas y mucha gente rompe esos moldes y además hasta se invierten sobre todo en la actualidad...conozco varones "románticos" y mujeres que experimentan y montones de matices a parte de la homosexualidad mas que evidente
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo.
ResponderEliminarCon respecto a las inversiones de roles, de una manera muy general debemos entender que son sólo eso, reflejos producidos por la individuación de cada caso que no contradicen la teoría general. Normalmente es fácil encontrar en ellos factores coadyuvantes a esta inversión.
Con respecto a la propuesta de alternativa, “contra el amor” es aún una propuesta desorganizada e incompleta que, al empezar desde la crítica, está aun mayoritariamente compuesta de crítica. Habrá una primera propuesta orgánica en septiembre, sobre la que adelanto un par de ideas:
-la eliminación del papel del amor como eufemismo del comercio sexual eliminaría también la clasificación de las relaciones en función de la existencia o no de relación sexual (erótica) en ellas, lo que significaría, seguramente, una práctica eliminación de las clasificaciones en las relaciones (ya que no existen otras especialmente relevantes).
-con respecto al sexo mismo (que es el tema que ahora ocupa al blog), para su transformación en erotismo es necesaria la “designificación” de su simbolismo reproductor, fusional y, sobre todo, posesivo. El sexo, para liberarse de su condición de nudo semántico deberá, en primer lugar, vaciarse de significado.
A mí también me interesan las alternativas que se te ocurren.