Me
dice una amiga que le parece bien que yo sea “poliamoroso”.
-No
soy “poliamoroso”, le contesto.
“Bueno”, corrige. “Eso que eres. Me parece
bien. Como se llame.”
Le digo que,
lamentablemente, aún no tiene nombre, pero que lo tendrá a no mucho tardar. Le
pregunto que qué es lo que le parece bien de ello.
Me contesta que le
parece bien que lleve mis relaciones como crea conveniente. Que tenga mi idea y
que luche por ella. “Me parece bien tu vida eróticosentimental”, concluye.
Le pregunto que qué
hecho o principio, o hechos, o principios, de mi vida eróticosentimental le
parecen bien, o que si lo que le parece bien es que haga lo que me dé la gana,
o que si cualquier cosa que haga le va a parecer bien por venir de mí. Mi amiga
es psicóloga, y tiene claro lo que piensa de las personas, así que le puedo
pedir precisión sin temor a que se sienta prematuramente refutada.
Me parece bien que seas
distinto si tú quieres. No todo el mundo tiene por qué ser normal. Lo importante
es que tú también los respetes a ellos.
Le digo que yo no
respeto a nadie, ni a los que son como yo ni a los que dejan de serlo, sino por
lo que hacen, pero nunca por ser alguien en concreto, y menos por ser
simplemente humanos. Le digo que no respeto, en general, a los “normales”.
-Eso es lo que no me
gusta de vosotros-, replica con convicción. –Que queréis aplicar vuestra
filosofía a todo el mundo. La gente es mayorcita, me parece, y no sois quién
para decirle a nadie cómo tiene que vivir. A vosotros se os deja, por muy raros
que seáis. Pues dejad vosotros también a la gente, en sus familias, en sus
matrimonios, y si quieren ser tradicionales, que lo sean. No es asunto vuestro.
Le pregunto si ella es “normal”,
pues necesito saber si he de hablar en segunda o tercera persona. Me contesta
que, como sé, lleva muchos años casada y tiene dos hijos. Le digo que, con
perdón de los que llevan muchos años casados y tienen dos hijos, me voy a tomar
la libertad de considerar que pertenece al grupo de los “normales”.
Entonces le explico que
no sé cuál será la intención de otros raros, pero que este raro que soy yo no
tiene intención de dejar a los normales en paz mientras éstos lo consideren
raro a él. “Mientras vosotros”, le digo, “sigáis pensando que vuestros
emparejamientos son el modelo natural, y lo que otras personas hagan o propongan,
una aberración a la que se da permiso porque queda encerrada en la esfera de lo
íntimo; mientras vuestro modelo incluya el mensaje de que todo es válido, pero
lo vuestro es lo bueno, yo os enviaré el de que sois siempre malos, porque
condenáis a lo diferente desde el servilismo, la ignorancia, y el más flagrante
de los fracasos. Me da igual que prefiráis ser infieles entre vosotros para
poder encontrar más fácilmente compañeros de arrepentimiento”. Le digo que yo
no me confinaré en el gueto al que me relega porque disfruto arrebatándole una tranquilidad
que no merece.
Por su expresión veo
claro que mi amiga cree merecer holgadamente esa tranquilidad o, si no cree
merecerla, al menos siente horror ante la idea de que se tambalee por esta
causa.
-¡Niegas
el sentido común más evidente!- Afirma con autoridad. -El amor no es una cosa
que se pueda dividir entre varios, como una tarta. Todos necesitamos estar con
alguien, que nos quieran completos, como somos, y sólo a nosotros. Vuestras
relaciones hacen daño, te pongas como te pongas. ¿Qué autoestima puede tener
alguien si su pareja está hoy con éste y mañana con el otro? Si yo sé que mi
pareja se acuesta con la primera desesperada que se encuentra por la calle,
¿dónde queda mi dignidad? ¿Y los celos? Todos sentimos celos, no seas
hipócrita; nosotros y vosotros. Por eso nunca creáis nada sólido. Os da miedo
el compromiso porque queréis estar a todo y a nada, y por eso tenéis problemas
para socializaros, complejos, inseguridad… No sois precisamente un ejemplo. No
podéis pretender que vuestras ideas sirvan al resto de la gente. Están bien
para vosotros, pero porque vosotros sois como sois. Y muchos estáis tan
perdidos que ni siquiera queréis dejaros ayudar.
Me
tomo un tiempo para paladear lo que acabo de oír. En ocasiones anteriores he
hecho el ejercicio de comparar este discurso y otros similares que en otros
momentos hablaron de otros grupos de personas. Justa o injustamente, me identifico
con ellos casi de memoria. Es una sensación dulce, la de la indignación no
impotente.
-Tu
hijo es homosexual-, le recuerdo.
Reacciona
casi al instante, tras apenas medio segundo de sobresalto.
-La
homosexualidad no tiene ¡nada! que ver. Un homosexual puede tener relaciones
tan serias, tan estables, tan duraderas, como cualquiera. ¿Qué hay mucha
tontería en el mundo homosexual? Pues sí, hay mucha tontería. Y a lo mejor
todas estas ideas vienen de ese mundo, yo no te digo que no. Pero si lo
conocieras verías que hay, muchos no, ¡muchísimos! que llevan una vida
exactamente igual a la de un heterosexual corriente y moliente. Hay que tener
cuidado al prejuzgar a los homosexuaes.
-No
me has entendido. No pretendía ganármelo para el mundo de los raros. Me he
acordado del chico y he sentido el impulso de reivindicar su dignidad; la
dignidad de llamarse homosexual. Lo digo porque para ti, para el corazón de su
amante madre psicóloga normal, sólo es un marica. Supongo que la mayoría de sus
complejos e inseguridades le vendrán de ese desprecio primigenio de su madre.
Supongo que tener una madre que te desprecia debe, de por sí, convertirte en
alguien bastante raro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario