Me
pregunta una amiga que qué importa el pasado. Me dice que lo mismo da qué es lo
que ha hecho alguien antes, que en lo que hay que pensar es en el presente, en
lo que pasa hoy, en lo que se hace, lo que se siente, lo que se piensa.
Le
contesto que la biografía es orgánica, que el presente se entiende, entre otras
cosas, a la luz del pasado. Que nuestras acciones, emociones y pensamientos se
contextualizan en relaciones, y que esas relaciones también tienen una historia
a la luz de la que hay que interpretar emociones, acciones y pensamiento.
Le
contesto que cómo es posible que se simplifique tanto el trato con las
personas; que cómo podemos aspirar a comunicarnos si nos da igual el subtexto
de las acciones del otro, y el que él entiende de las nuestras.
Me
dice mi amiga que no da igual, pero que debe darlo allí donde se vuelve
problemático y dificulta disfrutar de la relación. Que hay que saber adaptarse,
dice, mientras me mira con condescendencia; que no se puede ser tan rígido en
todo. Deja pasar un momento y añade: “Pensar demasiado puede hacerle a uno
infeliz.”
Le
digo que tiene razón, en el fondo. Que la curiosidad tiene sentido cuando parte
del deseo de conocer al otro, pero no cuando parte del de controlarlo. Le digo
que tenemos que lograr madurez suficiente para valorar las relaciones según lo
que sucede dentro de ellas, que lo que sucede fuera es, al fin y al cabo, más
pasado una vez que tenemos a nuestro compañero de vuelta. Que debemos saber qué
queremos, qué esperamos, y con qué considerarnos conformes si lo logramos,
respetando del otro sus decisiones, su intimidad, su vida.
Como
parece estar de acuerdo añado que es evidente que las relaciones anteriores
dan, a decir verdad, igual, no sólo porque son parte de lo inalienable en la
intimidad del individuo, sino porque allí donde no se produzcan consecuencias
relevantes sobre el presente, como una enfermedad o un trauma, nada hay en
ellas más digno de atención que en cualquier otra experiencia anecdótica.
Le
digo que, allí donde no haya consecuencias, todo, en realidad, da igual, y que
qué importa que el otro esté de cañas, de viaje o con un amante, si cuando
vuelva lo va a traer todo en su sitio, cuerpo y alma, y va a estar para
nosotros tan disponible y tan entregado como nosotros previamente hemos pedido
y acordado. Que las relaciones sexuales son anecdóticas, en realidad, incluso
las sentimentales, y que poco más deben importarnos que cualquier otra
anécdota, salvo en lo que puedan tener de complicación para el otro, si es que
en ella podemos nosotros ser de alguna ayuda.
Que
hago demagogia, me contesta mi amiga; que llevo las cosas a los extremos más
desagradables y absurdos; que estoy instalado en la rareza y en el ir contra
todo.
No
sé si entender que me está dando la razón, o que me la está quitando.
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