21 Julio 2013, Domngo 02:14
Álvaro es una máquina; un
superhombre. No sólo tiene un absoluto dominio sobre su potentísimo chorro de
orina. Además, fuera del baño, junto a la barra, una chica se entretiene
terminando de emborracharse mientras espera a que vuelva para, seguramente,
besarle. No la conoce de nada, de casi nada, pero eso no ha sido una barrera
para Álvaro, que vino a este viaje con el decidido propósito de ligar y no ha
necesitado más que un par de noches para lograrlo a un nivel, además, muy
apetecible. Es la confirmación de que las mujeres han dejado de ser un problema
para él. Queda claro, queda asentado para siempre, que de ahora en adelante
podrá conseguir alguna cuando le apetezca o lo necesite. Está entrando en otra
fase de su vida. Es por fin un hombre de verdad, y se verá obligado a enfrentarse
a problemas de hombre; pero seducir no puede ser uno de ellos. Seducir es un
placer, una capacidad de la que disfrutar en adelante. Es, por fin, lo que
siempre debió ser: el ocio, la dosis de gozo con la que ilusionarse en cada
lucha cotidiana, la sal de la vida.
Sale del baño y se abre paso
hasta la barra empujándose entre los borrachos. Si su memoria fisiognómica no
le engaña, la chica está ahora acompañada. Ni lo esperaba ni le preocupa. Esperará
un momento a que termine la conversación y vuelva a caer en su campo magnético,
poderoso hasta lo irresistible gracias a la conjunción del planeta JB con la
galaxia Valencia. Da un trago a su copa. Dos, tres… La primera vez que se
plantea que ella haya cambiado de opción siente un pequeño mareo, como de mal
vino. Se fija en él y se da cuenta de que sonríe confiado, y ella no lo mira
peor que miraba a Álvaro hace veinte minutos. No debería haberse ido a mear.
¿Quién le manda? Primero hay que asegurarse. Se ha comportado como si fuera
invencible, como si su vida le hubiera demostrado que no hay que hacer ningún
esfuerzo para triunfar, que no hay que luchar a cada minuto por conseguir
éxitos minúsculos, casi despreciables, casi repugnantes. La mira a ella y
siente arder el deseo, azuzado por la frustración. Podía estar besándola ya,
podía estar rozando sus labios, oliendo su cuello, apretando su culo. Sólo
tiene la copa. El alcohol una vez más para sumergirse en él y alcanzar un
estado a cada minuto más desesperado y más impotente. El alcohol de nuevo, en
vez del éxito. El alcohol vacío con el que celebrar nada. Y la ira.
-Estás muy pensativo.
Es ella, a su lado. La mira
sin terminar de creerse que esté con él, cerca, como antes, dispuesta a seguir
el coqueteo hasta el previsible final de cama. Ahí resurgen sus labios, y su
cuello, y su culo, al alcance de la mano, como los quiso hace unos instantes.
Sus labios vulgares, su cuello sin encanto, su culo intrascendente… el valor de
su cuerpo explicando por qué se le hace accesible a él, a Álvaro, cuyo estado
natural es borracho en la barra odiando la soledad.
-¿Ha pasado de ti?-, le
pregunta.
-Es un amigo-, contesta
ella.
“Un amigo”. Es como no decir
nada. ¿Es mejor o peor que yo? ¿Te ha dejado o le has dejado tú? ¿Quién de los
tres representa el papel de despojo?
Esta chica es claramente
peor que Raquel, a quien nunca lograría ligarse aquí, pero está seguro de que
puede servirle, al menos, para alimentar la ilusión de triunfo durante unos
minutos. Tal vez lo suficiente como para llegar a correrse.
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