9 junio 2013, Domngo 16:27
-No te preocupes, hija, que
estamos bien. Esto es normal. Ahora no le hablo yo, otros días no me habla él.
No tiene importancia. Si nos tuviéramos que parar en eso… A nosotros nos da
igual. Aunque lo veas hecho un lástimas por los rincones, son cosas que hace
para llamarme la atención. Para que lo perdone. Y ya ves tú... Yo ya casi ni me
acuerdo de por qué me he enfadado. Pero mira, así estamos un tiempo a nuestro
aire, y luego nos hace ilusión reconciliarnos. No hay más, ya lo estás viendo.
Lo del primer mes es lo del primer mes. Eso es una tontería. Luego hay que
tragar mucho. Y hay un montón de canalladas, y muchas cosas que no se olvidan.
Es difícil aprender a vivir con ellas, pero con el tiempo te acostumbras.
-Mamá, suena triste.
-¡No! ¡Qué va, hija! ¡Si tu
padre y yo nos queremos mucho! Vamos, para mí menos mal que está él, si no
imagínate lo sola que me vería. Me da mucha vida saber que anda por ahí, a sus
asuntos. ¿Qué iba a hacer yo si no? ¿Buscarme a alguien a estas alturas, en las
discotecas de viejos? Pero no pienses en nosotros. Acuérdate de los abuelos.
¿Recuerdas cómo miraba el abuelo a la abuela?
-Sí, siempre estaba
preguntando por ella.
-¡Hombre! No era capaz de
dar un paso sin la señora Paulina. Y se le llenaban los ojos de lágrimas cuando
se lo decíamos. ¡Tú fíjate qué bonito! Es muy duro todo, pero al final tienes tu
recompensa. Yo a veces voy caminando del brazo de tu padre y me viene a la
cabeza la cantidad de cosas que hemos pasado juntos y pienso: “Madre mía, este
hombre… ¡Y seguimos aquí!” Y me siento bien. Al final el amor es eso, hija,
nada más.
-Supongo…
-Bueno, pero no estés
triste, hija, que eres muy joven todavía. Por la fuerza tampoco tiene que ser.
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