Raquel
camina de vuelta a casa sin conocer aún su plan para esta noche. Hace unos
minutos que envió un mensaje a Álvaro, pero no ha recibido respuesta, y de ella
depende para irse organizando con las tareas inmediatas. Últimamente estas
esperas se han vuelto frecuentes. Antes Álvaro estaba casi siempre disponible
para cualquier comunicación. Contestaba los mensajes al momento y cogía el
teléfono sistemáticamente. Incluso los e-mails eran respondidos en un plazo
inferior a diez minutos. Pero eso ha cambiado. Es cierto que este
comportamiento ha sido origen de alguno de los conflictos, porque él no sólo
esperaba una disponibilidad semejante, a la que Raquel no está habituada, sino
que, de ser concedida, podía entrar en bucles de diálogo inoperantes para una
jornada de trabajo. Ha hecho falta hablarlo varias veces y, junto con el
compromiso de no demandar más atención que la cabal, se ha acordado que ella
tolerará una mayor flexibilidad en el plazo de sus respuestas.
Raquel
no tiene una idea clara de cuándo ha empezado a tener verdadera consciencia de
ello, pero diría que, de un tiempo a esta parte, pasa gran parte del día esperando
respuesta de Álvaro. Supone que es la consecuencia lógica del cambio pactado y
procura adaptarse a ello. Intuye, sin embargo, que algo no encaja.
Buscando
las llaves en el bolso vuelve por acto reflejo a echar un vistazo al móvil, no
resulte que aguarda ya en él una respuesta que, en contra de toda lógica, no
haya avisado de su llegada. El mensaje no está y sólo puede volver a leer los
que ya ha recibido a lo largo del día. Cuatro textos cuya aparición recuerda
perfectamente por lo fatigosa que le ha resultado su espera. Operando con las
cifras que constata la pantalla calcula que el primero tardó 26 minutos, 5 el
segundo, una hora y 8 el tercero, y dos horas y 3 minutos el cuarto. Tres horas
y cuarenta y dos minutos en total. Pero es absurdo realizar esta estimación tan
propia, precisamente, de Álvaro. No se trata literalmente de tiempo de espera,
sino del plazo transcurrido entre un mensaje y su respuesta, durante el que se
realizan multitud de actividades en las que no se sufre distracción. O así,
piensa resignadamente Raquel, debería haber sido. Por primera vez tiene la
sensación de empatizar con el reproche de Álvaro. ¿Y ayer? Más de cinco horas,
sumados los seis que se produjeron. Tres minutos, dos horas y nueve, una y uno,
cuarenta y cuatro, veintidós y cincuenta y uno. “Igual que hoy”, se escucha
decir a sí misma, y queda desconcertada por su propia frase. “¿Igual?” “¿Dónde
está la igualdad?” Tras dudar un momento abre un cuaderno y, móvil en mano,
improvisa un esquema con decisión.
Las
series son parecidas, pero no iguales. Parecen moverse en un rango estipulado,
de un minuto a dos horas largas. Y dentro de él, total variedad, casi sin
repetición. Sin embargo, a partir de la primera repetición, llegan todas las
demás. Perogrulladas del estilo se suceden en el pensamiento cada vez más
acelerado de Raquel, componiendo a empujones una forma coherente.
La
pauta de repetición parece estar en las decenas. Hay casi una cifra por cada
decena, mientras que las unidades se repiten o alternan desordenadamente, como
por casualidad. En realidad lo casual podría estar presente en todo, y ser una
sucesión al azar que apuntara por coincidencia a una serie de la que los
siguientes elementos se alejaran cada vez más. Raquel desconfía de su primera
intuición: seguramente no haya nada. En la larga lista del martes aparecen en
las decenas todos los dígitos posibles, de cero a cero, es decir, de pocos minutos
a una hora y pocos minutos. Seguramente fue pura coincidencia, y ha estado
buscando esa pauta en el resto de los días, sin encontrarla. “Faltan números”,
se escucha a sí misma de nuevo. Pero, si es así, ¿por qué el martes no? ¿Es
realmente el martes el caso modelo del que los demás constituyen variaciones o
defectos? ¿Qué pasó el martes? Sabe que fue algo, pero lo que sea se resiste a
ser desvelado. Sólo hace dos días. Lo que pasó, lo que pasó… ¿Por qué no lo
recuerda? Las cosas que no se recuerdan son las que no pasan, y no a la
inversa. ¿Y si lo que pasó no pasó en realidad? ¿Y si pasó que no pasó algo? ¿Qué
es lo que no pasó que debía haber pasado…?
Súbitamente,
la memoria de Raquel se abre de par en par. “¡Eso es! ¡Los correos! ¡El martes
fue el día en que me estuvo extrañando tanto que no aludiera a las cosas que yo
le escribía al email, y luego me dijo que se había quedado sin conexión en la
oficina! Entonces la razón por la que faltan cifras los otros días… ¡No puede
ser!” Raquel comprende que hasta ahora ha estado elucubrando sobre todo esto
como si se tratara de una entelequia, pero que la fantasía está a punto de
materializarse. Abre su cuenta de correo y empieza a calcular el tiempo que
estuvo esperando la recepción de cada uno de ellos. Apenas le hace falta,
porque el número de los recibidos coincide con el número de cifras ausente de
la lista y, cuando aún se omite alguna, sólo tiene que completar con las
llamadas perdidas que Álvaro tarda una eternidad en contestar. Las repeticiones
sólo aparecen cuando las alternativas se han agotado y hay que volver a
comenzar. “Así que así lo haces”, piensa Raquel. “Para responder a cualquier comunicación
esperas cada vez una cantidad de decenas de minutos diferente, de cero a seis. ¡Menuda
estupidez, cabrón!” Aún no queda explicado por qué en ocasiones debe esperar
más de dos horas. ¿A qué se debe ese castigo especial? Comprueba los
correspondientes mensajes buscando en el texto el elemento común. Domingo: “¿A
qué hora llegas, amor?” Lunes: “Buenos días, amor. Me he levantado con dolor de
cabeza. ¿Tú qué tal? Martes: “Amor…” Raquel para porque en su cabeza resuena el
eco del reproche de Álvaro: “Con ser melosa no compensas la espera. La ñoñería
no aporta nada.”
Raquel
comprueba la lista de hoy. Faltan el uno, el tres, el cuatro y el cinco. Han
pasado cincuenta y cuatro minutos desde que ella escribiera su mensaje, de modo
que las tres primeras cifras están descartadas. Álvaro contestará en menos de
cinco minutos. “Seguro que las unidades las decide tirando los dados del juego
de rol.” Unos instantes después llega su mensaje. “Raquel, ya estoy listo.
¿Quieres que quedemos para cenar?” Ella escribe: “Cariño, tengo trabajito que
hacer, vida mía. Pasa buena noche, cielo. Te mando un besito muy gordo y mucho
amor, amor, amor, amor, amor, amooooooooooor!!!!!”
-Contesta
cuando te salga de los cojones, hijo de puta.
Historia de amor: desglose por indicadores. XXV. recurrir al fondo de reserva
Historia de amor: desglose por indicadores. XXV. recurrir al fondo de reserva
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