26 Enero 2013, Lunes 19:12
Ehlin
acaba de abandonar la habitación que alquilaba en casa de Raquel. Apenas hace
falta ordenar nada, ni siquiera barrer. Ha sido siempre muy limpia y respetuosa,
y así ha vuelto a quedar de manifiesto en su forma de irse. A decir verdad, ha
sido buena compañera en todos los sentidos. Raquel echará de menos una presencia
tan discreta y agradable, tan armoniosa. No es la primera vez que le pasa. Cada
compañera de piso no llega a ser una amiga, pero está claro que compartir su
casa ha constituido una experiencia enriquecedora de la que ha obtenido un
balance muy positivo.
Raquel
se queda en el marco de la puerta, observando la habitación. No resulta
demasiado grande, pero eso es porque no está pensada para contener una cama. Si
fuera un simple estudio, con un mueble para algunos libros, podría tener un
escritorio amplio y confortable. Se quitaría también la mesilla y, seguramente,
la cómoda, porque ella aún tiene perdidos por la casa algunos cajones vacíos.
Además, haciendo vida en el salón, el espacio no tiene por qué cansar y
resultar opresivo. Y hay que tener en cuenta que se trata de una casa
provisional, de soltera…
Cuando
sale de su ensoñación no lo hace con un sobresalto o con una sonrisa,
sino borrando otra imperceptible que se había dibujado en su rostro. Se vuelve
cadenciosa hacia el sofá, se sienta con el portátil sobre las piernas,
introduce su usuario en la página de alquiler de habitaciones y pulsa “renovar
anuncio”. Su mirada se pierde en la aburrida página de aceptación, esta vez sin
que su imaginación logre despegar un palmo de la pantalla.
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